ENTREGA 2
Por
Gabriela Santa Arciniegas
Especial para La Moviola
Comencemos esta entrega con las palabras de Virginia Woolf, quien medita sobre el tema de la escritura andrógina en su ensayo Una habitación propia:
“Quizá Coleridge se refería a esto cuando dijo que las grandes mentes son andróginas. Cuando se efectúa esta fusión es cuando la mente queda fertilizada por completo y utiliza todas sus facultades. Quizás una mente puramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramente femenina. Pero convenía averiguar qué entendía uno por «hombre con algo de mujer» y por «mujer con algo de hombre» hojeando un par de libros.(...) Coleridge quiso decir quizá que la mente andrógina es sonora y porosa; que transmite la emoción sin obstáculos; que es creadora por naturaleza, incandescente e indivisa” .
Woolf, como dice Francisco Fuster G.:
“No pretende fomentar la dualidad hombre-mujer, sino redefinir la feminidad proclamando a la vez que una mente de altura debe ser andrógina” .
Esto será tomado por Simone de Beauvoir, quien, en su extenso ensayo El segundo sexo, recalca en la escritura andrógina al decirnos que el hombre no es masculino y la mujer no es femenina. Nos preguntamos, después de estas reflexiones, que es la mujer? Que es el hombre? Sobre las polaridades, tanto se nos ha dicho, y se nos sigue diciendo, sobre lo masculino y lo femenino, que hasta lo hemos universalizado. Pero de Beauvoir nos hace pensar que es una costumbre maniquea esta de los occidentales el estigmatizar a los seres humanos como una cosa u otra. Cada vez que ponemos un adjetivo al lado de un sustantivo, estamos tergiversando las cosas, pues como dicen, "la verdad está en los ojos de quien la mira". Ahora que se ha logrado construir una etnografía para casi todas las ciencias humanas, nos damos cuenta que el concepto hombre y el concepto mujer, cambian de acuerdo a las diferentes culturas del mundo. Un habitante de la isla de Papua, un tucano del Vaupés, un esquimal, un angolano, cada uno nos define de forma diferente lo que significa pertenecer a uno u otro genero. Lo que importa no es el adjetivo, lo que tiene sustancia es el sustantivo. Pero no el sustantivo que divide: "mujer", "hombre". El sustantivo que une: humanidad. Precisamente un ejemplo de unión, de fusión, de totalidad, es el sustantivo androgino. Para entrar en materia, en la literatura de Lispector, esta característica de la mente andrógina es la que corresponde con el sustantivo naufragio, como lo dice Elena Bisso en el siguiente fragmento: “Seguir la prosa de Lispector es una experiencia de cierto naufragio. El lector va con la narradora, y se deja llevar en una expedición sin mapas, con la brújula de la búsqueda que ella hace (…) Aunque dicen que se anticipó al monólogo interior joyceano, su escritura no está desmembrada. Ella ha dicho que era una escritura en pura libertad” . Naufragio y libertad son cifras (tomando el término de Borges) de la androginia. Y para conseguir estos dos conceptos, el mayor trabajo esta en el lenguaje.
En la novela Perto do Coraçao Selvagem la androginia se da particularmente en el lenguaje, en la percepción, en la absorción del entorno o como dice Bisso, “la absorción creciente del tu por el yo”. Gracias al uso libre, náufrago, poroso, que Clarice hace del lenguaje, esta novela encarna en un personaje femenino los cuestionamientos acerca de la cultura, de las leyes y creencias existentes, a través de la única ley a la que Joana responde --y aquí agregamos otro concepto--: el deseo. Queremos reproducir un diálogo en que la Joana niña es interpelada por los conceptos de mal y bien:
- Bueno es vivir… --balbució ella--. Malo es…
- …?
- Malo es no vivir…
- Morir? – preguntó él.
- No, no –gimió ella
- Qué es, entonces? Dime.
- Malo es no vivir, solo eso. Morir es otra cosa. Morir es diferente de lo bueno y lo malo. (pg. 48).
A través de esa porosidad de pensamiento y esta libertad de lenguaje, los valores morales del mundo adulto son cuestionados para ser transgredidos. Hay una parte de la novela en que Joana sin dudar decide robarse un libro en un almacén, ante la presencia de la tía, solo porque se le ha dado la gana. Así, ante los ojos adultos de su tía, Joana está encarnando el mal, la víbora, como la llama la propia tía. Pero para Joana es solamente una manifestación del deseo, por una parte, y por otra, una de las formas de cuestionar lo establecido a través de las acciones.
Ni el padre ni los tíos ni la profesora ni la mayoría de los personajes que interactúan con Joana en la novela, logran abarcar la hondura de su psiquis. Esto es porque ella se relaciona y percibe los conceptos de una manera totalmente inusual para el común de los miembros de su sociedad. Como cuando le pregunta a la profesora: “Quería saber: después de ser feliz qué pasa? Qué viene después?“. Tampoco percibe los objetos como le han dicho que los perciba. La relación que establece con éstos es mucho más natural, más despojada de leyes:
“Entre ella y los objetos había alguna cosa, pero cuando agarraba esa cosa en la mano, como a una mosca, y después observaba –aun con cuidado para que nada escapase– sólo encontraba su propia mano, rosada y decepcionada. Sí, yo sé, ¡el aire, el aire! Pero no había caso. No se explicaba”. (pg. 6)
La mayoría de los personajes de la novela se identifican con su concepto cultural y social de género. Joana en cambio no le teme a explorarse a sí misma enfrentándose a todos sus “defectos”, sus temores, sus deseos. En cuanto al cuerpo, el cuerpo no es tomado como el contenedor del alma quizá, ni es tomado por lo que se ve, sino que es tomado de una forma que resulta ser incluso más que metafísica:
“No puedo creer que tengo límites, que soy recortada y definida. Me siento esparcida en el aire, pensando dentro de las criaturas, viviendo en las cosas más allá de mí misma. Cuando me sorprendo en el espejo no me asusto porque me encuentre fea o bonita. Es que me descubro de otra forma. Después de no verme durante mucho tiempo, me olvido de que soy humana...” (pg. 49).
Y así como el cuerpo no es la verdad de ella, y así como ella vive tan al fondo de sí misma como para olvidar su realidad corpórea, así el lenguaje le es ajeno, a veces inconciliable con la verdad que la posee y le da la certeza sobre lo que son las cosas en su más honda esencia: “Nada puedo decir aún dentro de la forma. Todo lo que poseo está muy profundo dentro de mí”. (pg. 50). Entonces, lejana a su humanidad, a su cuerpo, a los otros, es también lejana a su feminidad, y su pensamiento divaga por lo más abstracto, libre, libre de toda atadura, con su mente andrógina: “Es posible ser más allá de lo que se es – mientras tanto yo me sobrepaso aun sin delirio, soy más que yo casi siempre” (pg. 11). Realmente el pensamiento está más adentro de todo: “Sobre todo en eso de pensar, todo era imposible”. (pg. 26) Y así como su pensamiento –El pensamiento— es andrógino, el amor también lo es, en cuanto dualidad, contradicción: “Piedad es mi forma de amor. De odio y de comunicación. Es lo que me sostiene al mundo”. (pg. 12)
Para ver al andrógino en la novela de Lispector, entonces, hay que verlo, no como la unión de opuestos, sino como la ausencia de todo. El andrógino aparece como el habitante de las fronteras, que no pertenecen a nadie, ni a nada, ni tienen nombre, ni edad, ni sexo. Materia indivisible, verdadera, esencial, divina, como el dios del que habla Joseph Campbell antes de la división y diferenciación de los elementos y de los sexos: la materia primordial. A ella quiere llegar Lispector en todo sentido. Entonces, miremos estos cuatro puntos fundamentales de la novela:
1. La androginia en la mente que no es lo mismo que la androginia del cuerpo, sino que se refiere a la porosidad psíquica que permite a la autora percibir el mundo y percibirse a sí misma desde el ser, no desde el constructo que ya existe cuando venimos al mundo y que se confunde con realidad. Esta porosidad se parece un ejercicio de dibujo, que consiste en pintar con la mano con que no se escribe, viendo únicamente el objeto a pintar, sin mirar el papel y sin separar el lápiz del papel. Este ejercicio aparta al dibujante de las leyes de la geometría, la armonía, la perspectiva, y le da la verdadera dimensión de las cosas, re-adaptando su cerebro, y sus ojos, a ver. Así, la androginia a la que se refiere Woolf convierte la mente en un receptor absoluto, totalmente pasivo, vaciado de pre-conceptos, y lo posibilita para percibir las cosas como realmente son. Implica un ritual casi zen que vacía la mente de imágenes, de creencias, de constructos, y deja al cuerpo totalmente pendiente de sí, de lo que es, de lo que sus sentidos perciben.
2. El andrógino, no como una mezcla en uno u otro grado de lo femenino con lo masculino, sino como un tercer género que re-inaugura la humanidad desde la evaporación de los con-ceptos y pre-ceptos culturales y sociales. Aquí lo que hay es multitud y al mismo tiempo ausencia. Por eso es que Joana siempre se mantiene al margen de todo, incomprendida por todos, susceptible de perder el interés por la vida establecida. Joana no es como los personajes de Beauvoir, que a pesar de su inconformidad no son capaces de salir del cubículo en que los han metido. Joana funda su propia realidad y funda la que su deseo le dicta.
3. El andrógino como resultado de la ruptura de todos los preceptos. El andrógino como mundo perfecto e incomunicable. La desaparición del mundo construido y la fusión de todos los opuestos en una materia indisoluble que se encuentra al fondo del pensamiento.
4. El lenguaje andrógino en que se disuelven las palabras mismas, y en que es posible saberlo todo sin poder comunicar nada. Esa laminilla que menciona Lacan, que se desprende del sujeto y de los objetos, y se vuelve inaprensible por el lenguaje establecido.
En conclusión, Joana al llegar a su adolescencia toma una decisión totalmente consciente y racional: enamorarse y buscar un hombre para compartir su vida. Sin embargo, se aburre de esa relación tan inconciliable y tiene que buscar un destino que se le acople como ser complejo, asexuado pero sexual, en encuentros casuales con “el hombre”, sin nombre, sin pasado, sin presente, sin sueños, sin futuro, sin compromiso, sin nada que pertenezca al mundo equívoco en que vive su cuerpo, tan ajeno a ella, a su ser.
BIBLIOGRAFÍA
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Bisso, Elena, Clarice Lispector y la palabra sensitiva, publicado en la revista Leedor el 20 de agosto de 20008, en http://www.leedor.com/notas/2660---clarice_lispector.html, visitado el 26 de noviembre de 2009
Barreto, Ivana, Clarice Lispector: bem perto do coração selvagem da vida en
http://www.facha.edu.br/publicacoes/comum/comum23/Artigo4.pdf
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