Por
Paula Laverde
Especial para La Moviola
La capital colombiana es una ciudad que se dibuja entre smog, construcciones inacabables, calles congestionadas, círculos de miseria, pero también mucho arte: el Festival Iberoamericano de Teatro, los Festivales al Parque, y por supuesto el arte callejero, es el que hace que la ciudad se pinte de colores, de formas, de sonrisas que se dibujan entre los autos, en la cara de niños, obreros y burgueses, no distingue clase social, raza, genero, este arte que es tan libre que puede viajar a través de la mente de cualquiera que habita en esta gris Babilonia.
Las artes circenses ha sido una de las pioneras en tomarse las calles como escenario, José María Cordovez Moure relata como en los años 1840-1850 en Bogotá se dio el auge de “maromeros” que realizaban diversos espectáculos en plazas públicas: “se vestían como los antiguos ángeles que se sacaban a lucir en las octavas de barrio. Hubo uno, llamado el Gran Pájaro, que producía mal de nervios en quienes le veían arrojarse e uno a otro columpio sobre los espectadores del patio. Del proscenio saltaba a la mitad de la platea por encima de veinticinco soldados que, con los fusiles armados de bayonetas, disparaban cuando pasaba por el aire.
Pero ninguno como el famoso don Florentino Izaziga, hombre fornido, de talla mediana, caratoso y feo como el mismo Lucifer. Hizo su debut, como hoy se dice, en la Plaza de Bolívar, en el año de 1847, con una función sin igual en los anales del funambulismo, acompañado de un indio mejicano llamado Chinchiliano y de otros saltimbanquis, todo a cual mas brutos.” .
Con el tiempo el circo se convirtió en un modo de vida, así en Bogotá y en general en Colombia pasó a convertirse en una tradición familiar, donde los pequeños eran entrenados para seguir con el legado, estas familias se reunían en sus carpas y viajaban realizando extensos periplos por el país, llevando sus funciones a pueblos y ciudades con los consecuentes esfuerzos de hacer los trayectos entre montañas y ríos, en invierno o intensos veranos. Descendientes directos de este modelo de Circo es el que conocemos como circo tradicional, que aun se hace presente en la capital importado de México, como el Circo Hermanos Gasca, el American Circus y el Circo Rolex, que lamentablemente continúan con uso irracional de animales dentro de sus espectáculos.
Ya por los años 90 del siglo XX , se dio un cambio a la puesta en escena circense pues ya no se limitaba a las grandes carpas ni a los teatros, ahora el circo quería estar en todos los lugares adquiriendo a su vez nuevos significados, y llegando a la mayor cantidad de personas posibles, gracias a esta necesidad y creatividad se creó el Nuevo Circo, con una estética que preferencia el uso del espacio urbano al espectáculo de lentejuelas y fanfarrias , donde se mezclan las diversas disciplinas del arte como la música, el teatro, las artes plásticas, la literatura y la danza para dar lugar a propuestas innovadoras que lleguen a una población que cada vez es más difícil de impresionar.
En Bogotá lugares como el parque Lourdes, parque Santander,Barrio El Salitre, parque de Usaquén, entre otras, se convierten en alucinantes escenarios donde a diario se juntan los curiosos bogotanos para disfrutar del show de malabaristas, clowns, cómicos callejeros, mimos y estatuas humanas que mantienen la esperanza de que por medio del arte puedan conseguir vivir en esta costosa ciudad donde se necesita algo más que sonrisas. Los comentarios de doble sentido, los chistes pesados, la torpeza y la destreza de los artistas hacen que las personas olviden por un momento el stress, las preocupaciones para entregarse a un mundo de fantasía, de alegría con lo cual llegan a reconocer el arte como una alternativa de diversión y de identificación. Shows como el del cómico callejero Cristian Maturana más conocido como Niño Ardilla , un chileno que lleva más de una año radicado en Bogotá, todos los días se ubica en la plaza de Lourdes con diversos espectáculos de su propia autoría como “Un paso, una palma”, “Un juglar en la ciudad”, entre otros, que hacen que las personas se congreguen para pasar un rato lleno de emociones y de diversión propinada por los comentarios y chistes que realiza junto a sus números de malabares que crean un show de calidad.
En cada luz roja de los infinitos semáforos, se encuentran también instantes de alegría reducidos a menos de un minuto, donde la caravana de autos se detiene para apreciar los malabaristas que se encuentran en cada esquina, las clavas, los aros, las antorchas, los swing, los cristales, empiezan a moverse con destreza, pero antes de dar el verde, la gorra debe tener algún motivo Quimbaya, un árbol de Guacarí o porque no un Gaitán, un Santander, un José Asunción Silva, o los milagrosos Policarpa Salavarrieta o Julio Garavito que ayudan a que el arte callejero pueda seguir invocando sueños de colores, y aunque a veces la lluviosa Bogotá se empeña en acabar con el show, tarde o temprano salen los rayos del sol para que con ellos salgan los malabaristas tanto locales, nacionales o extranjeros de todos lados a compartir con toda la población su carisma y su arte.
Bogotá en la actualidad no cuenta con ninguna escuela formal de artes circenses, debido en parte al poco apoyo que recibe el arte circense por cuenta de las instituciones estatales, como se evidencian en las diversas convocatorias de estímulos realizadas por el Ministerio de Cultura y la Secretaria de Cultura Recreación y Deporte donde ni siquiera toman en cuenta el área de artes circenses, subvalorando así un arte que lleva una trayectoria amplia en el país. Por otro lado, también es importante reconocer que el sector de las artes circenses no se ha organizado, en parte por el conflicto que aun existe entre el Circo Tradicional y el Nuevo Circo, existen diversas compañías que trabajan por su cuenta, mas no existe una red de artistas circenses donde se conozca el trabajo que desempeña cada organización y cómo pueden actuar en conjunto para que el circo siga creciendo.
Existen compañías del Nuevo Circo como Muro de Espuma, Circo Cuenta Teatro, Zua-Zua cirko, el Ecocirco, Circolino, Valathar, entre otras, que llevan una trayectoria de varios años y se han convertido en la representación del buen nivel capitalino, que se toman otros lugares como Universidad Nacional, en el parque de Usaquén o en el Chorro de Quevedo para compartir, entrenar, conocerse y por su puesto comprar juguetes (como niños en Navidad). En Bogotá existen tres tiendas de implementos de malabares, Esfera, una marca nacional que con el tiempo ha perfeccionado la fabricación y ha ampliado su variedad; Cabeza de Martillo y Casa Pirata que se encargan de vender implementos Chilenos, Argentinos y Europeos, dotando a los malabaristas no solo bogotanos sino a nivel nacional con juguetes de calidad.
Así es como el circo a través del tiempo se ha convertido en una forma de vivir diferente, basado en relaciones comunitarias y de solidaridad donde la mayoría, además de artistas son viajeros, que crean una comunidad que no se limita por las fronteras políticas sino que las trasciende con el fin de que la imaginación vuele libre sin importar las banderas, como muestra de que puede existir un mundo lejos del utilitarismo y cerca a la irracionalidad.
Finalmente, es bueno darse cuenta que en medio de tanto color ladrillo, problemática de drogas y bastante lluvia se pueda encontrar un lugar donde se puede compartir, crear, soñar y no perder las esperanzas de que el arte circense siga creciendo en todos los lugares del mundo, como flor en medio del desierto.
1 comentario:
Buen artículo. Gracias por la información.
He comprado juguetes en Esfera Malabar (Tiendosfera) y como tú dices han mejorado y perfeccionado el juguete, me gusta que sea fabricación 100% colombia. Un saludo
Publicar un comentario