Fotografía de Jesús Abad Colorado
Por
Andrés Romero Baltodano
Mientras el documental La Ciudad de los Fotógrafos de Sebastián
Moreno va corriendo frente a mis ojos me pregunto: de los sucesos que cada
minuto ocurren en el mundo cuántos de estos, de tantas categorías infinitas han
sido acompañados de la presencia de una cámara y no solo de la cámara sino de
alguien quien se interese por capturar esos hechos?, de dar su punto de vista,
su mirada, su aprobación o desaprobación, su poetización o simplemente su
manera de crear un lazo inextinguible con aquellos que tal vez posan para la
cámara o ni siquiera se enteran?.
Cuántas mujeres llamadas
Ekatherine fueron fotografiadas antes de morir por el efecto de un bombardeo o
de una bala que tenía otro nombre y otra ciudad como destino?, cuántos pedazos
de algodón antes de caer a un río caudaloso fueron objeto de la parte del fondo
de un hombre que cae bajo los efectos de un libro de James Joyce?.
La antes denominada reportería
gráfica y últimamente signada de fotoperiodismo se ha instalado no solo en lo
publicado, publicable o lo inpublicado, sino que ha sido una manía de muchos
seres humanos llamados Galina Sankova, Arkady Shaiket, Boris Kuyoradov,
Francisco Carranza, Abdu Eljaiek, David Campuzano, quienes cámara en mano se
han enfrentado a lo que ocurre fuera de
sus cuerpos, a los hechos que convertidos en fotografía toman otro cariz y se
instalan en la sociedad a veces como únicos recuerdos de los hechos, le sucedió
a Kevin Carter a Nick Ut a Robert Capa o a Sady González, quienes estaban
parados al centro de una noticia y disparando sus cámaras lograron condensar la
situación de una manera tan clara y contundente que muchas personas se quedan
con esa sola imagen como prueba de una guerra, de un casamiento o de un
resbalón de una cantante en la boca de otra como sucedió con Madonna.
La Universidad Jorge Tadeo Lozano
y la Universidad Santo Tomás desarrollaron en estos días un encuentro de
fotografía documental denominado “Del Documento al Documental” donde su
invitada internacional fue la fotógrafa y académica Donna Docesare y el
invitado nacional el maravilloso fotógrafo colombiano Jesús Abad Colorado de
quien venimos escuchando y observando su trabajo desde 1992 cuando comenzó su
labor en el Periódico El Colombiano paradójicamente un diario ultra
conservador.
Abad (el otro Abad como diría mi
hijo) en el periodo en que estuvo batallando por su ideología -el humanismo- y
la fotografía, alcanzó a resistir en este medio de comunicación masiva de la
familia Gómez Martínez hasta el año 2001 cuando como lo relataba ayer “enterró”
su vida de reportero de medio masivo que se debate en ese peligroso terreno
entre lo muy comercial y una información veraz y del lado más de lo social que
de los dictados de la pauta.
Abad comenzó su brillante
intervención relatando la historia de una mujer que tomando un taller en Santa
Marta con otras victimas y que teniendo en cuenta la dolorosa y negativa época
que vivimos hace algunos años donde todos los poderes desde el estado apuntaban
a una misma mirada donde como lo anotaba Abad se les llamaba a los salvajemente
desplazados de sus tierras a sangre, fuego, crueldad y violencia sexual con el
eufemismo de “migrantes” (como si fueran italianos o ingleses como Charles
Spencer Chaplin buscando dizque fortuna en América) en ese taller se encuentra
Abad a Mercedes una mujer más valiente que todas las heroínas de papel de
Marvel, una mujer que es dejada por la violencia paramilitar huérfana a la edad
de quince años, quien defiende la idea
de ser familia y “arropa” a sus hermanitos (entre ellos tres gemelas) y con el
sudor en la frente y la mirada mas allá de la sierra de Santa Marta, los “saca
adelante” como lo expresa Abad. Mercedes
además es visitada en su casa por el fotógrafo quien además nos relata
que una vez el “captura” a alguien con su cámara pareciera surgir una relación
irrompible donde lo humano y la necesidad de comunicarse en doble vía se va
dando a partir de la imagen y a través de los años. “La marca de sus cámaras no
es canon ni Nikon es humanidad” sostiene Abad mientras el auditorio -entre
ellos yo- vamos entrando en ese túnel de relatos que no solo son desde las
fotografías, sino que ellas se muestran como una prueba irrefutable de un verdadero humano con una
cámara y no un buitre que quiere comercializar las desgracias humanas sin
importarle a quien le pasen.
Abad continúa el relato y nos
cuenta que va yendo a las casas de estas mujeres golpeadas por un país que se
olvida de sus naturales a la hora de los derechos o peor aún sostiene un odioso
sistema de derechos direccionados a unos pocos. Las mujeres van pasando en las
sentidas palabras de Abad una a una. Abad sentencia “veo en los rostros de
estos niños las cicatrices, sus vidas duras,”.
Cuando el acerca la cámara no
habla de una labor cosmética o
documental para calendarios de Organismos Internacionales, sino de la cruda realidad, aquella que se instala
como un “vampiro esperado” [1]sobre
carreteras, valles y montañas, sobre ríos que el lunes son cristalinos y el
jueves un rojo bermellón con varios cuerpos cercenados que reemplazan a los peces.
Cada una de estas mujeres recibe
a Abad -según nos cuenta- incrédulas, están acostumbradas a que los del
“continente” central, los “blancos” no caminen por sus pequeñas parcelas
heridas, la llegada de Abad es una fiesta y el nos cuenta que ayuda a hacer el
café, las arepas, su labor no es de visitador médico que cobra por minuto, su
espacio es el tiempo y la relación que construya como una gran red, con sus
fotografiados y nos vuelve a mostrar a Mercedes y un retrato de álbum familiar
“común y corriente” él mismo afirma que como fotografía de autor no tiene nada
de particular, pero que como registro de personas heridas por la violencia
sempiterna de este país son muy valiosas. Allí ahora nos muestra las tres
gemelitas ubicadas en una escala geométrica perfecta (una es mas bajita que la
otra) ahora tienen la edad de Mercedes cuando la violaron y la dejaron
huérfana, Abad también se referirá a que la oficialidad y la justicia solo
cree a las victimas cuando muestran la
foto del asesinado y nos cuenta como paradójicamente estas fotos son el “pasto”
de periódicos regionales[2]
de crónica roja, que aun subsisten en el campo colombiano y venden a partir de
mostrar a los muertos en la morgue (La foto en la morgue de la madre asesinada
de Mercedes la tenía un tío doblada y guardada y es otro documento que nos
devela Abad).
“La gracia de una foto no es
buscar el lado más perverso sino el lado humano” acentúa Abad al tiempo que
insta a los asistentes (en buena parte alumnos) a que conviertan su labor de
comunicadores en un campo de creatividad y humanidad, donde lo fundamental no
es solo saberse los comandos técnicos de las cámaras sino saber usar la
herramienta como una punta de lanza de lo humano por sobre todo.
Y comienza también a contarnos
sobre tomas violentas a los pueblos donde el llega y va “cosiendo” una mágica
manta donde cabe el dolor y lo poético, donde su habilidad de narrador o la que
ha desplegado en todo el panel se deja ver en las imágenes.
Tomas violentas en poblaciones colombianas donde el
olor de la sangre no se ha ido cuando horas después se da un matrimonio en la
misma capilla (suceso del cual nos muestra una hermosa fotografía que deja ver
a la novia y su larga cola del vestido).
Abad ahora se refiere a lo humano
como motor de la fotografía y del arte como vehículo de comunicación y a la
relación con la técnica fotográfica, aquella que muchos fotógrafos preferencian
a un desarrollo conceptual, se refiere al tránsito entre lo análogo y lo
digital y con mucho humor dice que “yo no sé manejar ni sombrillas, pero si
vibro con la gente, sus historias, la memoria”.
Del público sale una voz que le
pregunta sobre su hermoso y sentido proyecto de Desde la prisión, encargado por la Oficina en Colombia del Alto comisionado de las Naciones Unidas
para los derechos humanos
Y vuelve a caer la sombra sobre
su rostro y su voz se torna casi solemne cunado recuerda que hubo cosas que le
impactaron de ese trabajo comenzando por las infinitas trabas burocráticas para
poderlo realizar, que reducía el trabajo creativo a miserables tres horas en
cada penal y en ese corto tiempo Abad tendría que entrar en esos espesos universos, entablar diálogos
como a él le gusta, para poder “disparar” su cámara con sentido y con un leve “lazo”
con el fotografiado, anotaba que el olor no se lo había podido quitar en mucho
tiempo y que una de las situaciones que lo habían enternecido era la manera
como algunas reclusas se “arrimaban” a su cuerpo para sentir otro humano que
aunque fuera por segundos sostuviera una relación corta pero profundamente
emocional[3].
Y ya para terminar la charla Abad
nos muestra una imagen de una mujer que ejerce la prostitución y que el veía
parada en un mismo lugar en el centro de Medellín, la mujer tenía un vestido
con la famosa Monalisa de Leonardo Da Vinci estampada y Abad se acerca a ella
para solicitarle el permiso de hacer la placa a lo que ella responde que no le
gustaría porque en “su casa no saben que yo hago esto” a lo que con pericia de
fotógrafo humano Abad le responde que no se preocupe que no saldrá su rostro
entonces ella saca un espejo para verse y es ese instante epifánico el que
aprovecha Abad para hacer la fotografía donde vemos su cuerpo y su cara es
reemplazada por un espejo que le “suplanta” la cara, días después el fotógrafo
vuelve al lugar a darle una copia muy cuidada y fotográficamente impecable y
cual no será su sorpresa cuando ella la dobla inmisericordialmente en cuatro partes y la “empuja” al fondo de su
pequeño bolso.
Al final Abad se refiere a que siendo Colombia un país en guerra
siempre estará un arco iris o una atarraya como una ingenua mariposa esperando
a ser fotografiada que entre las balas, los muertos y las perfidias de la
guerra, los seres humanos también saltan desde rocas altas a los ríos y nos va
mostrando un tipo de imágenes ideales, casi oníricas resaltando que nuestro
suelo siembra terrores pero también poemas, que las imágenes siempre estarán
ahí como secretas ninfas esperando a que alguien pase, se voltee y obture su
cámara para detener la memoria, el olvido y las imágenes que años mas tarde serán la única prueba de que
existimos, matamos, amamos y simplemente vivimos.
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