Fotografía Andrés Romero Baltodano
Por
Giovanna Faccini
Docente Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola
“Para
no ser esclavo del tiempo, embriágate ¡embriágate sin cesar! con vino poesía o
virtud.” Charles Baudelaire
El
instinto humano tiene aspectos dinámicos y formales que se expresan de formas
semejantes en lugares y tiempos disímiles y tal como sucede con los impulsos,
las representaciones creadas a partir de dichas fuerzas antagonistas tienen un
carácter autónomo, numinoso , “esquemas básicos de conducta
internos-innatos y latentes-, que se hallan arraigados en el inconsciente
colectivo” (Jung, Pág. 69). En la
mitología griega encontramos en los dioses dichas fuerzas que influyen
emocionalmente en el hombre y labran la conducta, representaciones de nuestras
propias fuerzas internas que nos dan impulso vital y creativo y son parte
esencial del vínculo con lo sagrado. Ésta fuerza divina se desarrolla de manera
distinta en cada individuo dependiendo de su cultura, familia y desarrollo
personal y se expresa, entre otras,
mediante la creación artística.
Es
menester de éste escrito identificar en la canción vallenata La Plata de
Diomedes Díaz, la embriaguez dionisiaca, la energía cósmica transfigurada de
manera simbólica a través de la lírica y la violencia estremecedora del sonido,
así como también la incidencia que tiene en el receptor.
En Dioniso predomina el arquetipo del soñador,
el disfrute del cuerpo, el homo ludens,
pero también en la hybris que puede llevar al desequilibrio emocional,
por lo que necesita de la alianza poderosa de Apolo, el imperio solar, quien
dentro de culturas patriarcales ha sido uno de los arquetipos más fomentados
por su valor al orden, la armonía, la competencia, nobleza y la voluntad. Su
síntesis genera la visión trágica del mundo y conduce a los hombres a la
plenitud psíquica pues en dicha síntesis se integran las deidades interiores
junto a sus rasgos; todos los seres humanos somos una amalgama divina y debe
ser objetivo vital de la existencia, armonizar sus fuerzas.
El
carácter apolíneo de la música está en el ritmo y en sonidos insinuados como
los de la cítara, sin embargo en la música vallenata, el desenfreno del
acordeón diatónico[1] y su
poder estridente y enervante, se revela el instinto tropical en la unión de los
cuerpos haciendo que el principium individuationis[2] aparezca
como un estado de la debilidad de la voluntad que cuanto más decaída está, más resquebraja lo individual, desaparece lo
subjetivo en la violencia de lo universal-natural. La música induce a un estado hipnótico y
desenfrenado donde se pierde todo sentido de la individualidad y aniquilamiento
del discernimiento para formar una especie de horda olvidada de sí en su propia
embriaguez, aniquilando los límites de lo habitual y las vivencias pasadas.
Otros
instrumentos que acompañan el trance letárgico del vallenato son los timbales y
la caja vallenata, los cuales exaltan el carácter repetitivo del sonido, “estos instrumentos no producen
ninguna armonía, sino ritmo puro y obsesivo, para facilitar la pérdida de la
presencia consciente y permitir la llegada del dios para su función de producir
posesión” (Arcella, 2013, pág. 106) , la relación entre instrumentos de viento
e instrumentos de cuerda se podría relacionar entonces con estados de
consciencia diferentes. “En el ditirambo
dionisíaco el hombre es estimulado hasta la intensificación máxima de todas sus
capacidades simbólicas”. (Nietzsche, pág. 17) ; lo dionisiaco estaría
asociado con el inconsciente, las pulsiones y pasiones, lo apolíneo con la
conciencia y la racionalidad.
Pero
no solo la música dionisiaca alienta el espíritu fogoso del ser, también en las
letras encontramos conexión con lo caótico y orgiástico. Aunque no es una
generalidad, en algunas letras de la música vallenata se devela un mundo de
excesos:
“Si la vida fuera estable todo el tiempo, yo
no bebería ni malgastaría la plata, pero me doy cuenta que la vida es un sueño
y antes de morir es mejor aprovecharla, por eso la plata que cae en mis manos
la gasto en mujeres bebida y bailando”[3]
Dichas letras
que dan rienda suelta al goce, liberan el poder del hombre sobre sí y las
ataduras que lo someten; ésta extirpación de los límites también involucra los
estigmas sociales, los resortes morales
y complejos inhibitorios, liberando al hombre de la norma, reglas,
valores y autocontrol y cruzando el umbral de lo contingente.
Para
Nietzsche lo dionisiaco representa el sentido intenso de la vida; existe en su
espíritu una emancipación vital donde el
hombre no da cuenta de sus actos, es libre
más allá del bien y del mal, alcanzando el dominio sobre sí, así como
también la identificación con el
universo y el caos. De esta forma se podría afirmar que la grandeza del hombre no está en la claridad del pensamiento sino
en lo irracional, en la locura; sin embargo, es importante mencionar que solo
es en la sinergia entre la fuerza dionisiaca y apolínea donde el hombre
encuentra el equilibrio, lo que para los griegos era encontrar la justa media.
“Creemos en la vida eterna, proclama la
tragedia, y la música es la idea inmediata de esa vida… Apolo triunfa sobre el
sufrimiento del individuo con el auxilio de la radiante glorificación de la
eternidad de la apariencia; aquí la belleza transporta al individuo sobre el
mal inherente a la vida, y el dolor es, en cierto sentido, ilusoriamente
suprimido de los rasgos de la naturaleza. En el arte dionisiaco y en su
simbología trágica, esta misma naturaleza nos habla con una voz no disfrazada;
su voz verdadera” (Nietzsche 1984, C. 16)
Una
vez pasado el sueño de la vid, ocurre el
encuentro con Apolo y con él la introyección, mecanismo de defensa frente a la
angustia del conocimiento consciente del momento orgiástico en el cual se evidencia el carácter trágico de la
responsabilidad. Es paradójico que sea Dioniso quien empuja al embriagado a la
desmesura y luego lo castiga, ésta es la tragedia, “el drama de la inocencia
culpable que expresa el drama de la existencia del ser humano por la cual lo
mejor hubiera sido “no nacer”, y en segundo lugar “morir en seguida” (Avella,
2013 Pág. 117). La embriaguez dionisiaca
tiene una finalidad social pues transforma el trance en instrumento de
liberación cognoscitiva, la cual,
alberga la esperanza de escapar
del destino humano.
Baudelaire
nos invita a embriagarnos, y con ello, concluyo, a ser más conscientes de
nosotros y de nuestro paso por la vida; solo quien hace consciente su hybris y
aprende a observarse en ella, tiene la posibilidad de hallar el camino del
medio, el equilibrio y con él la vida plena.
Referentes
bibliográficos
Arcella Luciano.
Apolo y Dionisos: La Música de los Dioses, 2013, Praxis Filosófica Nueva serie,
No. 37, julio-diciembre 2013: 95 - 125. Documento disponible en
http://praxis.univalle.edu.co/numeros/n37/Articulos/N37-05.pdf
Jung Carl.
Arquetipos e Inconsciente Colectivo, 1970 Paidós: Barcelona
[1] El
acordeón es un instrumento de viento
como el aulós, un instrumento con doble tubo de caña, de sonido
estridente y penetrante que se utilizaba en las danzas dionisiacas
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