Por
Giovanna Faccini
Especial para La Moviola
“No es indicio de salud
estar bien ajustado en una sociedad enferma” Jiddu Krishnamurti
Desde
el siglo XVIII y el gran hito de la revolución industrial comenzamos un viaje
que solo tendrá retorno el día que seamos mayoría los desadaptados a un sistema
que perpetua la desigualdad y obediencia a las grandes multinacionales. La
génesis de la autodestrucción inició el día que las máquinas comenzaron a
optimizar la producción; pero no solo la destrucción de nuestro planeta a causa
de la explotación desmedida sino también la destrucción de las relaciones
laborales pues aunque en la línea del tiempo ningún periodo se salva de la
esclavitud y expoliación, es infame la forma como se seguían aprovechando los
dueños de las fábricas pese a que ya existían derechos que nos daban un estatus
de igualdad y que por ende no tendrían
por qué haber historias tan tristes como la documentada por Dickens en su texto
Oliver Twist.
En
el entramado industrial caracterizado por la jerarquización y burocratización,
se necesitan fuerzas de trabajo heterónomo
más que se dejen manipular y ejercer en ellas un poder autocrático que
no es difícil de asimilar pues desde las comunidades atávicas se ejerce el
dogma que no da lugar al respeto, entendido éste como tomar en serio el
pensamiento del otro ; la democracia es
maduración, superación y afirmación contra nuestra tendencia a regresar a la
arcaico; es más fácil que los demás
piensen y actúen por nosotros pues así se evita – de manera inconsciente creo
yo- la angustia que significa pensar por sí mismo, decidir por sí mismo y reconocer el conflicto (Zuleta,1995). Es
así como la maquinaria siniestra de la industria necesita reprimir el
pensamiento pues no necesita gente autónoma apasionada por la búsqueda del
sentido de la vida, necesita autómatas con trabajo calificado, con una
habilidad que produzca resultados con el fin de
intervenir en las diferentes formas de trabajo productivo, en los
diversos sectores económicos y satisfacer las demandas del mercado, en otras
palabras preparar empleados del capital. De esta manera la eficacia de la
educación reside en preparar obreros para el aparato burocrático sin importar
las expectativas de quien realiza determinadas funciones y lo que es más
importante, que renuncien a la iniciativa, creatividad y voluntad para así
engranar de manera cómoda y resignada la cadena de despersonalización
generalizada sin olvidar el miedo que debe reinar pues éste hace gente
obediente y es ideal para el sistema y sus intereses. En su texto La
(des)educación, Noam Chomsky –refiriéndose a Dewey- dice que los trabajadores deberían ser “los
dueños de su propio destino industrial” y no herramientas alquiladas por los empresarios,
consideraba que era antinatural y amoral formar a los niños para que trabajen
“sin apelar a la libertad ni a la inteligencia, sino en nombre del salario”.
Ese salario en nuestras escuelas es la calificación, la educación es concebida
para rendir cuentas sobre resultados sobre el saber y no para tener acceso ni
apropiación de los procesos que conducen a ese saber, un saber que se edifica a
través de la experiencia y la estructuración del pensamiento; se impone un saber como dogma, no hay espacio
para la duda, la contradicción, las preguntas,
la persona que no acepta la verdad a ciegas, se vuelve un problema en
las labores escolares, es un revoltoso, un desadaptado; si se le da oportunidad
de pensar al estudiante, se dificulta crear buenos funcionarios pues al
preguntarse por el valor de su existencia, de la realización de su ser
seguramente no tendrán como objetivo en la vida meterse en la caja de Balzac
sino explorar el mundo, conocerse y conocer su relación con la otredad,
oportunidad anulada si la vida se traduce en trabajar, trabajar y trabajar para
otros. Es claro el planteamiento de Zuleta en la entrevista que le hace Hernán
Suarez cuando dice que al sistema no le interesa que el individuo se realice
sino que interiorice la humildad y la ignorancia frente a sí mismo, que solo le
interese el éxito, la diferenciación y la promoción. La importancia de la
educación pública radica entonces en hacernos creer que vivimos en una sociedad
democrática donde hay movilidad social e igualdad de oportunidades pero la
verdad es que prepara burócratas, reprime el pensamiento divergente y sin ella
sería difícil para las clases dominantes ocultar la verdad hostil que
encierran.
Si
bien es cierto que la tendencia de la educación es la de adoptar necesidades
del sistema, también lo es la posibilidad de ver la educación como un campo de
combate (Zuleta, 1995). Los maestros
tienen un espacio importante en la
escuela pero deben ser conscientes de él; el progreso tecnológico no se traduce
en excelencia, tenemos mega colegios
equipados con tecnología de punta y eso lo vemos como un signo inequívoco de progreso cuando en realidad la
educación fomentada en la técnica es la más opresora de todas (Zuleta, 2005),
no queremos darnos cuenta que no es igual el progreso técnico al humano. El
desarrollo es desarrollo humano global, es imperante la necesidad de
reconstruir la idea de desarrollo y formación y enfocarlas en el hombre. La vía
para ampliar la democracia dentro del sistema educativo es la educación
filosófica, aquella que nos invita a pensar y no a memorizar, pensar por sí
mismos, ponernos en el punto de vista del otro y llevar las verdades
conquistadas hasta las últimas consecuencias como lo afirmaba Kant. Tenemos que
renunciar a la mentalidad pasiva que recibe las verdades sin someterlas a una propia elaboración, indagar por otras
racionalidades y cotejarlas con las nuestras, de esta forma podemos ser libres
de concluir que nos hemos equivocado; si se espera que el estudiante conteste
tal cual se le dice, se inhibe, se
convierte en un ser que no puede pensar, solo tiene derecho a recordar lo que
sabe y lo que sabe sin procesar el tiempo se encargará de borrar. La educación
debe formar ciudadanos que incidan de forma comunitaria en el destino de la
sociedad, la formación es la única manera de luchar por una sociedad mejor, es
el arma que puede cambiar las exigencias del sistema, si desarrollamos nuestras
potencialidades y las posibilidades que tenemos, el sistema en el que vivimos se tornará absurdo y por
ende invivible, el cambio lo hacemos la gran mayoría, el sistema se derriba
desde la base de la pirámide social al igual que la construcción de una nueva
humanidad.
En
conclusión y en concordancia con Habermas
la tendencia moderna de la sociedad es hacia la racionalidad
instrumental, esto es con arreglo a fines y los fines con arreglo al éxito que
se traduce en la formación del ser desde el tener lo que aviva a las
instituciones de la banca y las corporaciones adineradas a seguir con su
maquinaria de horror, alquilando personas como fuerza de trabajo y mercantilizando
la existencia. La única vía para cambiar éste panorama perverso es alentar
desde las aulas el conocimiento del ser, sus aspiraciones, motivaciones, entrar
en contradicción con las exigencias del sistema y vivir la democracia como un
derecho del individuo, a diferir contra la mayoría, a ser distinto y a
desarrollarse en la diferencia.
Referencias
bibliográficas
Chomsky,
N. ( 2007). La (des) educación. Editorial Crítica: Barcelona
Zuleta,
E. (1995). Educación y democracia. Omegalfa: Biblioteca Virtual
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