Fotografía de Inge Morath (1961)
Por Marley Cruz
Redactora habitual de La Moviola
Hacen ya
algún tiempo que pasé por el colegio y recuerdo con añoranza aquellos años en
los que mi pensamiento empezó a tomar forma. Quizás lo que más recuerdo y lo
que más marcado dejó en mi la estancia en aquella institución de Pitalito, fue
la recurrente insistencia de mis profesores en que la enseñanza que nos
impartían era para el ingreso a la universidad: me gusta pensar que ese es el
motivo por el que con la gran mayoría de
mis compañeros hemos pasado por una institución universitaria. Dentro del
dechado de carreras que estudian, o de las cuales ya son egresados están la
Geología, Ingeniería Civil, Veterinaria y zootecnia, Ingeniería agroindustrial,
Derecho, Medicina, Geografía ambiental, Nutrición y dietética, Negocios
internacionales, Biología, Ingeniería catastral, Ingeniería mecánica, Artes,
entre otras tantas. Son muchas las cosas que tuvieron que pasar para que el
tiempo hiciera de nosotros lo que somos, y más aún para que una sola generación
diera una cantidad de profesionales tan talentosos y capaces como lo fue la del
2004; y todo tuvo su comienzo en las aulas de aquel colegio de provincia, con
muchos de los profesores que aún acompañan los procesos de enseñanza de aquella
institución.
Teníamos
una fuerte formación en ciencias y humanidades, con un componente artístico
vital para la formación integral de los estudiantes. La educación en el colegio
más allá de ser una educación bancaria, basada en la acumulación de
conocimiento, debe ser una formación para la inquietud, en donde al estudiante se le brinden unas
herramientas para propiciar la creatividad y las pesquisas académicas; aquellas
preguntas sobre el mundo, sobre el cómo funcionan las cosas, el porqué de esto
y de aquello. Suscitar en los estudiantes preguntas, es la responsabilidad del
docente, saber preguntar, que luego las respuestas van cambiando con el tiempo.
Por los resultados, parece que a mi generación le hicieron las preguntas
adecuadas.
Había una
pequeña banda sinfónica en la que los que tuvieran inquietudes por algún
instrumento podían practicar para hacer parte de la agrupación; ese espacio
resultó de vital importancia para mí, desde allí surgieron preguntas sobre cómo
el arte influye en la creación de cultura y de sociedad, sobre la certeza que
la disciplina está por encima de la inteligencia y que la genialidad es el resultado
del trabajo duro y de la completa entrega a nuestra verdad. Teníamos nuestros
laboratorios y los proyectos en ciencias en general; sin saberlo tal vez, en
cada uno de los estudiantes se iban gestando gustos e inquietudes por las
diversas áreas del conocimiento; las lecturas propuestas para las clases, el
hecho de nombrar y estudiar a algunos autores, dejaron en nosotros semillas que
con el tiempo han ido creciendo para hacer lo que somos ahora. Hubo mucha
entrega de parte y parte, los docentes que nos formaron hicieron su mejor
esfuerzo y dieron con mentes dispuestas a dejarse tocar por la inquietud y la
curiosidad.
Ahora al
ser practicante en colegios del Distrito de Bogotá, se me da por recordar; esta
enorme ciudad mucho dista de aquel lugar del sur del Huila donde nací. Son mega
colegios en donde se hace mucho más difícil generar puentes entre los
estudiantes y los docentes, en donde hacer un seguimiento a los procesos
resulta un poco complicado, y en donde el arte difiere mucho de lo que a mí me
enseñaron que era en mis tiempos de bachillerato. Al ser un colegio de pueblo y
al contar con espacios como el de una banda sinfónica, se nos brindó a los
estudiantes la posibilidad de adentrarnos en ese mundo mágico de la música:
horas y horas en el salón de la banda, con los largos ensayos, fuera sábado,
domingo o festivo, nos enseñó que para lograr los sueños hay que entregarse,
hay que estudiar, hay que superar las barreras mentales que nos genera el medio
en que crecemos. Aquí las cosas son distintas, son pocas horas para la
educación artística, en donde los licenciados en esta rama hacemos lo que se
puede, y con mucho ahínco nos buscamos los espacios para darle al arte el
respeto y el lugar que es debido, lugar que ya tenía de entrada en aquella institución
en la que estudié.
Los
lugares cambian, el contexto es distinto, pero la labor es la misma. La
búsqueda por el sentirse útil, por hacer del trabajo docente una condición
digna, y el saber que hace parte del pilar de la sociedad, eso no cambia. El hacer
suceder generaciones como la del 2004 en mi colegio sigue siendo el norte, el
cumplir a cabalidad con la responsabilidad de las instituciones como formadores
de los ciudadanos del mañana. Ayudar en la formación de mentes críticas y
responsables de la sociedad y del mundo del que hacen parte; enamorar a los
estudiantes es el mejor desempeño de un docente, y dejarse cautivar la mejor
respuesta de los estudiantes: es un trabajo en equipo, y de cuyo resultado
depende el futuro del país, y la manera de construir sociedad.
El paso
por el colegio es de gran importancia para determinar lo que seremos en la vida
adulta; es un tiempo en el que la levedad pareciera reinar, y en el que somos
más receptivos ante las cosas sencillas. Fue bueno pasar por una institución
como el Colegio Nacional de Bachillerato de Pitalito Huila, un colegio en el
que el interés por cultivar el conocimiento integral le ha valido su prestigio,
y quienes hemos pasado por sus aulas conservamos aquel sentido de pertenencia
por ese espacio forjador de saberes.
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