CLARICE LISPECTOR Y ÁNGELES MASTRETTA:
DOS VERSIONES DE LA ESCRITURA ANDRÓGINA EN LATINOAMÉRICA
Por
Gabriela Santa-Arciniegas
Especial para La Moviola
PARTE 2
Hay un par de conceptos que nos interesan particularmente para este trabajo. Son el animus y el ánima estudiados por Jung . La existencia del animus y el ánima están presentes con mayor o menor intensidad, en todo ser humano, hombre o mujer. El ánima según él es el arquetipo de la vida misma; resume y engloba todas las afirmaciones del inconsciente, de la mente primitiva. Es la gran ilusionista, la seductora, con sus paradojas y sus ambivalencias. El ánima en otra instancia, intensifica, exagera, falsea y mitifica todas las relaciones emocionales con su trabajo y con otras personas. El animus es el depósito de todas las experiencias ancestrales masculinas de la mujer – y no solo eso, también es una entidad creadora y pro-creadora. Esto hace que en una relación amorosa los involucrados no sean dos sino cuatro. El concepto de persona entonces, según Jung, aparece como una imagen idealizada que se forma un ser humano sobre sí mismo. Responde a parámetros culturales, sociales o de carácter formativo. Y muchas veces contradice el carácter de su animus y su ánima. Según este concepto, podemos sacar dos conclusiones para nuestro tema de estudio: una respecto de los personajes femeninos, y otra respecto de las autoras. En cuanto a los personajes, ambas físicamente, biológicamente, son mujeres, y han sido calificadas así por las respectivas sociedades y épocas en que nacen. Las culturas de ambas esperan de ellas un comportamiento determinado. En Catalina, años 30-40, la sociedad espera que ella sea la “reina” del reino del hogar: cocina, hijos, visitantes, sexo, son su dominio. Son ideas totalmente marianistas: la casa y la calle son dos territorios perfectamente demarcados; mientras el hombre gobierna la selva fiera de la calle, la mujer gobierna el calmo y casto territorio de la casa. Aplicando el discurso de Norma Fuller en “En torno a la Polaridad marianismo-machismo” , en este caso el hombre está en el terreno de La Bestia (cuerpo, pulsiones, pasiones), lo que en términos junguianos se traduce como un claro dominio del animus; la mujer está en el terreno de La Virgen (pureza, castidad, justicia, valores, ética, moral, etc.), lo que se traduce como un dominio del ánima. Sin embargo, se produce una contradicción, pues aunque se supone que los hombres deben sortear a diario el caos de la calle, de lo público, ellos se quedan eternamente en un estado infantil, esperando que la mujer con quien se casan haga el papel de madre siempre. Dice Fuller, “Para el imaginario latinoamericano, desde el punto de vista moral, los hombres son como niños y, por tanto, menos responsables de sus actos” (Fuller, pág. 243). Es lo que pasa con Ascencio. A él nadie le cuestiona sus acciones; a ningún hombre de esta novela. En cambio Catalina siempre está en la mira de la sociedad: “Yo no tengo por qué disimular, yo soy un señor, tú eres una mujer y las mujeres cuando andan de cabras locas queriéndose coger a todo el que les pone a templar el ombligo se llaman putas”. (Mastretta, págs. 85-86).
Joana, por su parte, siendo una figura menos pública que Catalina Guzmán, no carga con las culpas, las dudas, los miedos de ésta. El marianismo en este caso no se ve tan acentuado. Pero sí la responsabilidad de ser ética y moral. Esto la lleva a inclinarse hacia el otro lado de la balanza, a pensar que lleva el mal adentro, a robar un libro en un almacén, como un conflicto entre el género real –el andrógino o el no-género— y el género impuesto por la sociedad –lo femenino. Joana se deja conquistar por Otavio, y accede a casarse con él. Sin embargo, nunca profesa convencidamente amor por él; ella prefiere llamarlo piedad, que es una mezcla entre repulsión, odio, condescendencia, tolerancia. Y ella, a diferencia de Catalina, no busca libertades en el mundo exterior. Su libertad reside toda en el mundo interior: en su pensamiento. En su forma particular de sentir y ver las cosas. En la capacidad de conocer a fondo cada cosa y cada persona que pasa frente a sus ojos. Como en todos los personajes de Clarice, y más que la capacidad de encontrar respuestas, la obstinación por preguntarse. En Catalina finalmente comienza a crecer el animus, comienza a hacerla capaz de hablar como los hombres, a comprender los mecanismos de comunicación y de acción de ese mundo, a generar ella misma mecanismos de negociación para lograr sus deseos personales, como cuando le dice a Andrés que si no le devuelve su caballo ella lo puede denunciar. En cuanto a las autoras, Clarice se mete tan hondo en su personaje que trasciende el pensamiento “de la mujer” y logra llegar a una androginia del pensamiento. Donde las ideas abandonan el género para mostrarse como ideas puras. Donde la pregunta ya no pertenece a una mente particular sino que reside ya a una mente universal, asexuada. Ángeles por su parte, volcando su narrativa hacia lo público, permanece en las ideas sexuadas, pero logra transmutar su propio pensamiento en el pensamiento masculino o femenino según el personaje cuya voz narrativa se esté expresando en cada momento de la narración. Así, logra captar con maestría el discurso masculino, la estructura de su pensamiento, y logra también evidenciar el discurso femenino de una mujer particular como Catalina Guzmán, tomada virgen e ignorante por un matón como Ascencio, moldeada a fuego lento por las experiencias y el conocimiento que adquiere con los años, devuelta a sí misma al final con la capacidad de decirle a Fito: yo sé cuántas viudas dejó este terremoto de mi esposo, yo sé qué le corresponde a cada una, yo me encargaré de todo, sin ayuda de un hombre. Yo me basto a mí misma.
Sin embargo, viendo el aporte que hace Lacan al concepto de andrógino de Platón, al mito de la laminilla como él lo llama, la parte donde dice, “la libido es esa laminilla que desliza el ser del organismo hasta su verdadero limite, que va más allá que el del cuerpo –y completa más adelante—: “El territorio del cuerpo es mucho más que su superficie biológica” , nos damos cuenta de que complementa la teoría de Jung sobre el animus y el ánima, y que nos da nuevas luces para el análisis en curso de estas dos obras. En estas dos autoras encontramos versiones diferentes y complementarias del mito de la laminilla. En Mastretta se habla de dominio físico y sicológico: todos los personajes extienden las fronteras de su cuerpo a sus pensamientos y a sus actos; erotizan todos los aspectos de su existencia (la política, el matrimonio, la guerra, la economía). Todo lo que pertenece al ámbito público se vuelca hacia fines privados (comprarle casas a las amantes). La protagonista, siendo quien domina el ámbito privado, doméstico, se convierte en una gobernadora, cuyos subalternos son una imagen microcósmica del espacio público: sirvientas, niñeras, meseros, cocineras, peones, visitas, hijos, etc. Y en la relación entre Ascencio y Catalina, los encuentros entre ésta y Vives son tácitamente aprobados por Ascencio porque le resultan convenientes por ser Vives un comunista que puede brindarle a través de su mujer información valiosa sobre los movimientos del partido. Por otro lado, la pasión de los personajes, enfocada en la política, el amor, la religión, se asemeja a una pulsión erótica. Es el eros el que conforma esa laminilla lacaniana. Ese eros, de tan fuerte, de tan extremo, borra las fronteras del tánatos, y se convierte en él. En Lispector, por su parte, no se habla propiamente de dominio físico, sino de dominio del pensamiento. Lo que mueve a la protagonista, Joana, es el fluir mismo del pensamiento. Su cuerpo no se extiende hacia lo público, sino que se repliega hacia su propio centro en el mundo interior. Pero en ese centro encuentra una hondura inenarrable.
Volviendo a la escritura andrógina de Woolf, ella dice “Coleridge quiso decir quizá que la mente andrógina es sonora y porosa; que transmite la emoción sin obstáculos; que es creadora por naturaleza, incandescente e indivisa”. Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, recalca en la escritura andrógina al decirnos que el hombre no es masculino y la mujer no es femenina. De Beauvoir nos hace pensar que es una costumbre maniquea de los occidentales el estigmatizar a los seres humanos como una cosa u otra. Pues como dicen, "la verdad está en los ojos de quien la mira". Ahora que se ha logrado construir una etnografía para casi todas las ciencias humanas, nos damos cuenta que el concepto hombre y el concepto mujer cambian de acuerdo a las diferentes culturas del mundo. Y en cuanto a las dos autoras que constituyen el centro de este trabajo, la maestría en ellas radica en que su escritura no es una “escritura femenina”, sino que camina, cada cual desde su época, su cultura, su lengua, y ambas sin proponérselo, hacia la escritura andrógina. Como vemos en la novela de Mastretta, la narrativa está enfocada en lo histórico, en plasmar la vida cotidiana de un personaje público en el México de la Revolución y la Post-revolución, a través de los ojos de su mujer. Para Lispector la protagonista no es testigo de una vida ajena, sino de su propia vida, y más que eso, del desarrollo de su propio pensamiento. En Perto do Coração Selvagem la androginia se da particularmente por el lenguaje, y por la percepción; por la absorción del entorno que logra el yo de la protagonista. Esta habilidad hacen de la protagonista un personaje incomprendido. Ni el padre ni los tíos ni la profesora ni la mayoría de los personajes de la novela logran abarcar la hondura de la psiquis de Joana. La mayoría de los personajes de la novela se identifican con su concepto cultural y social de género. Joana en cambio no le teme a explorarse a sí misma. Explorarse aunque el resultado sea descubrir que su cuerpo no es en realidad el contenedor del alma, sino algo incluso más que metafísico:
“No puedo creer que tengo límites, que soy recortada y definida. Me siento esparcida en el aire, pensando dentro de las criaturas, viviendo en las cosas más allá de mí misma. Cuando me sorprendo en el espejo no me asusto porque me encuentre fea o bonita. Es que me descubro de otra forma. Después de no verme durante mucho tiempo, me olvido de que soy humana” (Lispector, pág. 49).
Y así como se rompen los parámetros del cuerpo y de lo humano, así el lenguaje le es ajeno, a veces inconciliable con la verdad que la posee y le da la certeza sobre lo que son las cosas en su más honda esencia: “Nada puedo decir aún dentro de la forma. Todo lo que poseo está muy profundo dentro de mí”. (Lispector, pág. 50). Realmente el pensamiento está más adentro de todo: “Sobre todo en eso de pensar, todo era imposible”. Y así como el pensamiento es andrógino, el amor también lo es, en cuanto dualidad, contradicción: “Piedad es mi forma de amor. De odio y de comunicación. Es lo que me sostiene al mundo”. Joana al llegar a su adolescencia toma una decisión totalmente consciente y racional: enamorarse y buscar un hombre para compartir su vida. Dicha decisión debe ser tomada de esa manera, porque por un medio biológico o intuitivo este personaje no puede entregarse a las convenciones en que simplemente no cree. Así, ella encuentra a Otavio y se casa. Sin embargo, se aburre de esa relación tan lejana y tan inconciliable como todas las relaciones –menos la que tiene con el profesor en su adolescencia— y tiene que buscar un destino que se le acople como ser complejo, asexuado pero sexual, hasta que encuentra a “el hombre”, sin nombre, sin pasado, sin presente, sin sueños, sin futuro, sin compromiso, sin nada que pertenezca al mundo equívoco en que vive su cuerpo, tan ajeno a ella.
Hay entonces que definir el andrógino, no como una unión de dos opuestos, sino como la ausencia de todo: de dualidades, de leyes matemáticas, de preceptos morales, sociales, culturales, etc. El andrógino hay que definirlo aquí como el ser de las fronteras, que no pertenecen a nadie, ni a nada, ni tienen nombre, ni edad, ni sexo. Materia indivisible, verdadera, esencial, divina: la materia primordial. A ella quiere llegar Lispector en todo sentido.
Brasil por su propia historia, por el hecho de que la independencia no fue violenta, por haber permanecido como un solo país desde entonces hasta nuestros días, y por haberse caracterizado por valorar el arte sin importar géneros ni etnias –para la muestra tenemos a Aleijadinho y a Tarsila de Amaral— y por permitir la fusión entre las artes –como en el tropicalismo y en la bosa nova—, presenta una literatura que permite explorar mucho más en géneros, en estilos, en temáticas. Ahora, México, como casi todos los países hispanoamericanos, ha vivido en condiciones complejas y violentas política y militarmente desde su independencia. Por eso la preocupación identitaria, de denuncia, de identificación con momentos históricos determinados. Clarice en cambio no tiene esa necesidad. Sin embargo, en ambas autoras, conociendo o no el concepto de Woolf, quizá esté la respuesta a la pregunta sobre si existe o no escritura masculina y femenina, o si la escritura de un maestro o maestra tiene que ser, como dice la escritora inglesa, andrógina.
Así pues, podemos concluir que por un lado, la porosidad psíquica de la mente andrógina se parece al ejercicio del aprendiz de artista plástico, que consiste en pintar con la mano con que no escribe, viendo únicamente el objeto a pintar, sin mirar el papel y sin separar el lápiz del papel. Este ejercicio aparta al dibujante de las leyes de la geometría, la armonía, la perspectiva, y le da la verdadera dimensión de las cosas, re-adaptando su cerebro, y sus ojos, al simple acto de ver. Así, la androginia de la mente es un receptor absoluto, totalmente pasivo, vaciado de pre-conceptos. Es un ritual casi zen que deja al sujeto totalmente sciente de sí y de su entorno. Por otro lado, el andrógino como trascendencia o disolución de los géneros, re-inaugura de este modo la humanidad gracias a que está más allá del animus y el ánima, que de por sí son una dualidad diferenciada. La androginia, al trascender, rompe los preceptos; el mundo aparece perfecto.
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