UNA HISTORIA DE LA CARICATURA EN LA CASA REPUBLICANA DE LA BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO


Por
Alejandro Arciniegas Alzate





Colombia ofreció siempre buen material a los caricaturistas. Aquí, la sátira se da silvestre. Para hacer justicia, habría que añadir que esta afirmación es válida para cualquier sociedad de hombres. Pero los escándalos que han estremecido a la Patria desde su fundación le aseguran a nuestro país un capítulo aparte en la historia universal de la caricatura.
Nadie ha expresado mejor esa comicidad inherente al carácter de la nación que García Márquez en Los funerales de la Mama Grande: «… La Mamá Grande se irguió sobre sus nalgas monumentales, y con voz dominante y sincera, abandonada a su memoria, dictó al notario la lista de su patrimonio invisible: La riqueza del subsuelo, las aguas territoriales, los colores de la bandera, la soberanía nacional…»
La caricatura en Colombia a partir de la Independencia comienza por brindar al espectador tres claves para comprender el desarrollo del género durante el siglo XIX: la figura del presidente de la República, los símbolos patrios y la religión Católica. Tres tópicos cuyo recurso se explica fácilmente, si se tiene en cuenta que la extensión de los dibujos a un público de masas dependía del tiraje de la prensa. El caricaturista necesita un rostro familiar, una cabeza de turco adónde organizar sus dianas, mientras aumentan las contradicciones en el orden de la realidad. De ahí la recurrencia del primer mandatario, escudo y bandera nacionales, que representan el coeficiente simbólico de la Patria. En cuanto a la religión, no debe extrañarnos demasiado si fue en todas las épocas objeto del burlesco ¿O qué puede ser más hilarante que una Colombia confederada en Estados soberanos que inauguraban su Constitución Política premiando al cielo?
La artista plástica y curadora de la exposición, Beatriz González, hace remontar el devenir del género hasta el 7 de enero de 1877, cuando un colaborador espontáneo escribió a Alberto Urdaneta, entonces miembro del movimiento político denominado El Mochuelo. El anónimo aseguraba que para echar a andar un periódico nacional de caricaturas bastaba con transcribir el acontecer de la esfera pública colombiana.
El trabajo, pues, estaba hecho.
Frente a la historia, dijéramos oficial, “políticamente correcta”, está aquella de la caricatura, descarnada y desprovista de giros grandilocuentes. Allí está la narración gráfica del Abanderado José María Espinosa, prisionero en Popayán, burlándose del cautiverio con notas de lirismo equiparables a la más reciente ficción de Roberto Benigni, autor de La vida es bella. En esta exposición se ha reservado un capítulo entero a los trabajos de Espinosa, pues sus dibujos exhiben a las claras dos propiedades que serán comunes a la producción de caricaturas en los años por venir: la dimensión histórica del bocadillo, en tanto que testimonio de una época, y el trasunto de su vocación crítico-política.
También ocupa buena porción del muro la obra de Ricardo Rendón, a quien cayó en suerte celebrar las nupcias entre periódicos y piezas de humorismo gráfico. Después de ejercitarse en toda clase de formatos y conquistar numerosas técnicas como el grabado, el aguafuerte, la acuarela, el óleo, etc., con este creador de Río Negro (Antioquia) la caricatura se fijará en su molde acostumbrado: la doble página de diarios y revistas. Ahí están sus dibujos a la orden de futuros investigadores para rastrear en qué momento a partir del siglo XX los periódicos rompieron su tradicional filiación ideológica, para entregarse, como cualquier empresa, a los juegos comerciales de la oferta y la demanda.
No hay caricatura sin exceso, deformación e hipérbole: la historia de la caricatura es la historia de Colombia reflejada en vidrios cóncavos. Pero, acaso, un artista más agudo afirmará que dibujaba del natural cuanto veía como a través de unos gemelos. Injusta, exagerada o no, la caricatura puede ser la síntesis de un período o aquello que mejor se guarde el pueblo acerca de sus gobernantes; como el célebre ejemplo del presidente José Manuel Marroquín, rimando versos ortográficos, mientras Estados Unidos le expropiaba el istmo de Panamá. Naturalmente, es una falsificación; pero el gran público no tiene ganas ni tiempo de ahondar; prefiere, las más de las veces, plegarse al lúcido veneno de sus dibujantes.
No le falta razón a Burgess cuando afirma que si alguien desea proteger su buena honra, hay tres enemistades que no debe granjearse: la del mesero, el fotógrafo y el caricaturista.
La caricatura en Colombia a partir de la Independencia forma parte de las fiestas del Bicentenario y se exhibirá hasta el 15 de junio en la Casa Republicana de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El espectador tendrá ocasión de recorrer piezas que datan desde sus albores hasta el presente, cuando el trazo más sofisticado de maestros contemporáneos como Osuna, Vladdo y Matador se sume al catálogo para documentar el triunfo definitivo de Colombia sobre el género.

1 comentario:

blody dijo...

que buena mirada de la historia, a partir de la caricatura.

un abrazotee