EDICION 48
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Febrero 15 - Marzo 1
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Alexander McQueen o un vagón que se desbarranca en una película de John Ford.





Por
Andrés Romero Baltodano


Un venado en el año 5000 A d C corre por una arena amarilla y trescientos minutos después es cazado y su carne engullida con goloso placer por la boca de un hombre bosquimano en algún rincón de Tsumeb, horas después su piel café con manchitas blancas es puesta al sol y secada con diferentes sustancias -incluida la orina-, para convertirse en un vestido cortado para ser puesto sobre la piel.

Habría habitantes que se pondrían este vestido de manera particular, tal vez acompañados de un accesorio como un hueso de mirla pulido y pintado con cáscaras de cebolla y hojas de eucalipto, que tomara una coloratura rojo salmón o azul añil.

Los esquimales descubrieron a partir del intestino de foca lo impermeable y cosían sus abrigos con los tendones de las focas casadas (o divorciadas diría alguien).

El vestido se impuso en la vida de los seres humanos una vez el pelo que nos cubría fue desapareciendo, cuando pasamos de australopithecus afarensis (hace 4 crones) a homo erectus (hace 1,5 crones) y después a neanthersalensis ( hace 300.000 años).

Hordas de hombres hambrientos y friolentos se dedicaban a buscar alimento y abrigo sin mas pretensión (se supone) que la de cubrir estas necesidades básicas. Los animales fueron los primeros objetivos (por ejemplo en el 11.500 A d C los habitantes de América desarrollaron el Silex con forma de hoja fina para cazar mamuts) y los colores, las esencias vegetales, ayudaron a darles tonos a las vestimentas y cada uno de nosotros se dedicó a portar cada prenda como bien le vino en gana.

Dicen los libros de historia del vestido, que el primer asomo de un vestido que llevara una marca lo confeccionó un tal Charles Worth en 1859 y entonces, desde allí, es que ingenuamente hablan de diseño de modas, donde también aparecen Paul Poiret y la “inventora” de los “mannequin” (que posteriormente se llamarían modelos) Lady Lucile Duff Gordon.


El diseño de modas no nació en esa fecha, porque sería ingenuo pensar que en toda la historia del mundo, las personas no jugaron con sus prendas y sus diseños en los cuatro puntos cardinales del planeta. Las personas DISEÑARON su ropa desde que el mundo es mundo y Santos Discepolo dijo que “el mundo fue y será una porquería ya lo sé…”

Si vemos por ejemplo lo trajes usados en la bulliciosa Constantinopla (que tanto muestra en su cine Nury Bilge Ceylan) en el año 395, vemos túnicas con brocado de seda, aprovechando la jugarreta de dos monjes traviesos que llevaron los gusanos de seda en sus vestimentas, para evitarse la engorrosa y poética ruta de la seda (tan hermosamente contada por Alesssandro Baricco en “Silk”).

Son muchos los que creen que la moda nace en Francia (OH La la que equivocados están) es más, existen aún un grupo más grande, que cree que los diseños de París son lo único valido, obviando las poéticas y bellas creaciones de los vestuarios aztecas, hindúes, vietnamitas, húngaros, polacos etc.…

Si es verdad que el mercado de la moda tenía como capital a Paíis ( mas por un referente romántico que una realidad), el eco de lo que ocurre en esta tibia ciudad llena de perros callejeros y poetas en decadencia (donde nunca pondría un pie un verdadero “real visceralista” según Bolaño en sus “Detectives Salvajes”), es solo un gramo de lo que es la moda como costumbre social y no como imposición de las grandes revistas y las pasarelas llenas de comercio e intereses alejados de la estética y el gusto por vestirnos como nos da la real gana.

Dentro de este circo mediático que es la moda (recuerdan el “Imperio de lo Efimero” de Lipovetski?), en el siglo XX hemos tenido tantas tendencias como diseñadores que tallan en el cielo de sus temporadas otoño- invierno o verano-primavera etc. Miles de creaciones que son vistas una vez en el rito post moderno de los denominados “desfiles de modas” (que aparecen en los 1800 en los denominados Fashion Parades con té y galletitas para los asistentes).

Nombres como Halston (impecable), Bill Blass (sobrio y sin arandelas), Coco Chanel (la reina del aburrimiento estético), Carolina Herrera (así ya se habían visto en el siglo XVII), Valentino (de negro hasta en sus últimas consecuencias) Armani (“el discreto encanto de la burguesía”), han poblado el universo de las prendas para toda ocasión y para todo tipo de cuerpo, estos diseñadores han cumplido con la misión de mostrar talento y estética que agrade a una buena parte de la población, pero no se sabe en que momento el surrealismo y la exageración entraron de puntillas en este mundo de la moda.

Lo teatral, lo orgánico, lo hiperbólico se comenzó a dar cita en las pasarelas y en las casas de moda… si el cine se llenaba de fantasmas cyberpunk (hasta llegar al “The Imaginarium del Dr. Parnassus” de Gilliam) y la música llegaba a los límites de Matmos y el comic mutaba a la “Roman Grafica” con Neil Gaiman, pues la moda no podría quedarse quieta y la aparición de diseñadores como Galliano y Alexander Mcqueen no podría demorarse mas.

Lee (como lo llamaban sus amigos) estudio en la “fábrica de ideas “Saint Martin’s College (fundada en 1845 y dirigida por mucho tiempo por el artista minimalista Anthony Caro), había nacido un año después que en conmemoración a La Comuna de París (efimero gobierno popular y federativo que instalo su poder en París del 18 de Marzo al 28 de Mayo de 1871), los estudiantes se alzaran de la mano de Danny “el rojo”. Mientras en París, Michelle se besaba con Pierre y al fondo se alzaba el humo de un gas lacrimógeno; McQueen gritaba en un hospital molesto por el pésimo diseño de los guantes quirúrgicos (años después, él mismo arreglaría este asunto). McQueen comenzó a asombrar en las pasarelas por su arte Fellinesco y Rabelesiano, la post modernidad de Lyotard había tocado la puerta del mundo y Mcqueen alargaba las faldas, estiraba los ojos, inflaba las mangas hasta el delirio, apretaba las cinturas con hilos que hacían que los senos engulleran la carne y asfixiaran a las modelos. Imaginaba Moebius en un bar de canguros adolescentes sin prisa, dibujaba eternos Bacon que se asomaban entre las faldas, visitaba a Buck Rogers, pero recordaba a los guiños espaciales de Modesty Blaise en una aventura intergaláctica y podría haberle diseñado a “fea Cristina” -aquel hermoso y entrañable personaje de Chester Gould- en una aventura del impenetrable Dick Tracy.

Cómo hubieran sido los diseños de McQueen si los hubiera hecho para Lemmy Caution en “Alphaville “de Godard?... su imaginación no tuvo limites y su teatralidad, así como su inmensa capacidad de imaginar un ser humano envuelto en gasas o hilos de acero, harían de él un diseñador que no hacia ropa para ser usada una tardecita de oficina en un “elegante“ Juan Valdez (elegancia simulada para aprendices de snob), sino como extensiones de la ciencia ficción de Giraud, de los abismos insondables de Dalí (no hay que olvidar que ya otro se aventuraba por las mezclas de ideas hurgando en la fantasía).

A McQueen no se le puede clasificar como un diseñador de modas, sino como un artista que usó la ropa como oleo o como arcilla, un ser humano creador de formas adaptadas al cuerpo humano para decir lo que creía del amarillo o del malva, un artista plástico que podría exhibir sus obras (vestidos?) en el MOMA en el MALBA… su torrente sanguíneo lleno de puntadas oscuras o góticas prevalecen como otro camino para la creación artística, así muchos crean que arte es solo si lleva la etiqueta de literatura o fotografía, el arte se bifurca como los caminos del jardín de Borges (entrañable Ficciones se reeditara?).

Su colección “Crucero” (llena de tejidos sintéticos y pop art) con vestidos tipo “sirena” y estampados orientales (se nota que la Uma Thurman de Tarantino en “Kill Bill” lo visitó en sueños), su última “la Atlantida de Platón”, fotografiada por el sublime fotógrafo de moda ingles Nick Knigth (recuerdan su fabuloso libro “Skinheads” de 1982?) ya desbordaba los límites de la ficción y la hipermetafora.

McQueen había entrado en un túnel donde su propio horror y su propia poesía igualaba los versos de Villon o las tergiversaciones de los diálogos de “Caligula” de Camus, se había asomado a una ventana inmensa donde el mar era tan pequeño, como una palabra que nos cae del cielo.

Este jueves 11 de febrero el acudió a la cita de un tercer vagón que se cae por un barranco en una película de John Ford: primero se suicido su madre, después su manager y entrañable amiga (exmodelo) Isabella Blow y por último él. Lo encontraron sin vida con cuarenta años, un matrimonio con el documentalista George Forsyth y sus manos ateridas y apagadas.

Ha muerto Lee McQueen.
La pasarela de París de este 9 de marzo se cumplirá sin su respiración rondando el “sitting” y el “backstage”.
Moss, Campbell y siete danesas postadolescentes lloran antes de que se apague la luz.

Bjork usó sus vestidos en “Who is it”,” Pagan Poetry” y “Alarm Call”.
Nos hará falta ver como una tela es un oso que llora, un broche un cohete que no vuela, un cuello una carretera llena de musulmanes en calma.
Adiós Lee.

ADRIANA CALCANHOTTO: ANTROPOFAGIA Y CARNAVAL EN “VAMOS COMER CAETANO”














Por
Gabriela Santa Arciniegas
Especial para La Moviola






PRIMERA ENTREGA: INTRODUCCIÓN




La canción “Vamos comer Caetano”, de la brasilera Adriana Calcanhotto, pertenece a la MPB (Música Popular Brasilera) y es un homenaje a un monstruo de la música brasilera: Caetano Veloso. Gran cantante además de ensayista, crítico de cine, poeta, y compositor del país lusófono, activo desde los años sesenta del siglo XX hasta hoy.
Esta canción ha sido elegida por varias razones: la antropofagia, el tropicalismo y el concretismo brasileros, una trinomia que resulta fundamental para comprender el proceso evolutivo de las artes de nuestro país hermano en el siglo XX y XXI, y el carnaval, descrito por Bajtin en su libro sobre Rabelais (Bajtin, 1974). El carnaval que contiene la antropofagia y la orgía. La canción “Vamos comer Caetano” pertenece a un disco de Adriana Calcanhotto lanzado en 2001 y llamado “Maritmo”: Parte de la palabra marítimo pero hace un acrónimo uniendo dos palabras: mar y ritmo. Leamos pues la canción:
Vamos Comer Caetano
1. Vamos comer Caetano
Vamos desfrutá-lo
Vamos comer Caetano
Vamos começá-lo
2. Vamos comer Caetano
Vamos devorá-lo
Degluti-lo, mastigá-lo
Vamos lamber a língua
3. Nós queremos bacalhau
A gente quer sardinha
O homem do Pau-brasil
O homem da Paulinha
Pelado por bacantes
Num espetáculo
Banquete-ê-mo-nos
Ordem e orgia
Na super bacanal
Carne e carnaval
4. Pelo óbvio
Pelo incesto
Vamos comer Caetano
Pela frente
Pelo verso
Vamos comê-lo cru
5. Vamos comer Caetano
Vamos começá-lo
Vamos comer Caetano
Vamos revelarmo-nus
Pero, ¿qué es MPB? La sigla significa música popular brasilera. Hagamos primero una diferenciación entre música pop y música popular. La primera se caracteriza por tener una predominancia en las sociedades actuales de todo el mundo; nació del blues y del gospel, es decir, sus orígenes son africanos, pero se le fueron incorporando sonidos electrónicos. Sin embargo, al irse volviendo cada vez más al servicio del mercado masivo, las letras han tenido cada vez menos calidad poética. Incluso, si hablamos de Estados Unidos donde el pop es mayormente producido para ser consumido en todo el mundo, lo que vemos es grupos fabricados en serie, sin más talento que ser afinados y tener una cara bonita; además, quienes componen música y letra trabajan con base en fórmulas rítmicas y melódicas con pequeñas variaciones entre canción y canción, preocupados por lo que vende y no por hacer arte. Ahora, si hablamos de música popular, estamos refiriéndonos al terreno del folklore. En América, la ranchera, el vallenato, el merengue, la salsa, la carrilera, etc., son géneros de música popular, que pueden tener composiciones a veces artísticas, como en el caso de La Fania en salsa, cuyas composiciones musicales fusionan la música clásica, el jazz y los ritmos tropicales, y cuyas letras son a veces muy poéticas; en Brasil podemos hablar de el samba (en masculino), el forró, el frevo. Dicha música tiene dos características: su objetivo es entretener, y llega a un público popular, es decir, se asocia más con bares, discotecas, plazas, cantinas, estadios, etc., pero comúnmente no se toca en teatros, como la música de cámara, la ópera, la zarzuela, los musicales, géneros enfocados hacia públicos más intelectuales, y por tanto, más reducidos. Ahora, en los orígenes de la MPB se encuentran fusionados el pop con la bossa nova y el samba. Entonces, la MPB, es pop por sus elementos afro-norteamericanos, pero es popular porque toma elementos del folklore brasilero; sin embargo, tiene una diferencia, hay que decir, tanto con el pop como con la música popular: sus letras no son a veces comprensibles por todo el mundo, sino que están arraigadas en la poesía brasilera, y se necesita tener un cierto grado de conocimiento sobre ésta para poder acceder a ellas. La misma Adriana Calcanhotto ha tomado poemas de autores como Ferreira Gullar, uno de los más complejos poetas brasileros contemporáneos, para componer sus canciones. Incluso la canción que hemos elegido, posee elementos sumamente antropológicos, por un lado, y por otro, artísticos, que la hacen formar parte de un género distinto a lo pop y a lo popular.
En Brasil, como hemos visto, lo popular se re-significa, para fundar géneros ricos en símbolos, en imágenes poéticas, en posturas ideológicas como nos disponemos a ver. Es una lástima que la cultura de este país sea tan poco conocida y estudiada en Hispanoamérica, teniendo tanto qué ofrecer, a los estudiosos y a los creadores literarios.




CONTINUARA.....

CAPOTE, UN ESTILO DE VER Y OIR












Por
ALEJANDRO ARCINIEGAS ALZATE

Especial para La Moviola





Veinticinco años después de su fallecimiento, el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, Truman Capote brilla en el firmamento de la literatura universal. Porque la suya es una obra perdurable, llena de matices y precipitaciones variables, entre las pasarelas de la moda, el jet set, los barrios neoyorkinos y la más sucia realidad de las prisiones.
Capote nació en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924. Fue el hijo de uno de aquellos hogares rotos que producen artistas, poetas o asesinos en serie. A los catorce años publicó su primer relato en la revista Mademoiselle, titulado Miriam, por el que obtuvo un premio O. Henry y el aval de los críticos, que no siempre fueron sus mejores amigos. Su pase de iniciación a la literatura llegó por una mezcla de abandono infantil y una precoz disposición para leer y escuchar conversaciones ajenas, episodios de barrio, que fueron el resorte de sus primeras producciones: “un estilo de ver y oír”, según sus propias palabras. Entonces, Truman Capote estaba convencido de que no había nada novedoso en las letras estadounidenses, al menos desde 1920.
Fue redactor del New Yorker, autor de relatos, crónicas viajeras, semblanzas, perfiles biográficos, obras de teatro, guiones cinematográficos, etc. En su primera novela, Otras voces, otros ámbitos (1948), Capote narró con detalle el descubrimiento de su sexualidad, en la figura de un frágil jovencito sureño. Gracias a ésta y a la excentricidad de su conducta, se fue ganando una reputación de escritor irreverente. Fue abiertamente homosexual, esnob, hedonista; auténtico voyeur de la miseria humana, pero también de sus placeres, del lujo y la belleza, objeto de sus libros. Amigo de escritores, artistas, actrices, mafiosos y políticos, Truman Capote llevó el cotilleo a una de sus más altas cotas, haciendo del chisme casi un género literario.
En 1955 escribió Se oyen las musas, su primer experimento de novela basada en información periodística, una especie de argumento político, que a pesar de no conseguir más que una exigua acogida, puso a Capote sobre la pista de sus claves literarias: concebir la novela como una ficción montada en hechos reales, con todas las herramientas del periodismo puestas al servicio de la narración. Su gusto por las criaturas irresponsables quedó plasmado en su segunda novela, Desayuno en Tiffanys (1958), un breve relato en que introduce su fascinación por las joyas, las vidas a límite y los personajes atípicos. Pero sólo en 1959, cuando se desataron los asesinatos de Holcomb, un pueblito de Kansas, Capote se encontraría de frente con su designio artístico.
The New Yorker envió a Capote para cubrir el suceso de un crimen que encendió las alarmas de la opinión pública. El resultado de esta investigación, que abarcaría cerca de siete años, fue publicado en su novela más famosa, A sangre fría (1966). Se trata de una historia real, narrada objetivamente, desprovista de los manierismos y efectos de sus primeros libros. Perry Smith y Dick Hitckock, dos ex presidiarios de Kansas, que por falsos rumores de una supuesta fortuna, planearon matar y robar a una sencilla familia del campo. Hoy puede afirmarse que fue en relación con estos asesinatos como Truman Capote, mientras daba la medida de sus capacidades artísticas, perdía asimismo el aplomo y —peor para él— su fama y prestigio, hundiéndose poco a poco en una crisis nerviosa, recrudecida por el abuso de licor y calmantes.
Según el parte médico, Truman Capote murió de “una enfermedad hepática crónica, flebitis e intoxicación por consumo de drogas”. Nada que el propio escritor no hubiera anticipado antes, según algunas de sus más recitadas palabras, como él mismo acuña en su última obra, Música para camaleones (1980): “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Afirmación que, de acuerdo con sus editores y más allegados amigos, era en verdad eufemística de la difícil situación en que se hallaba, abandonado de todos, cuando se vieron cruelmente deformados por Capote en ese último libro, hecho de burla y sarcasmo, a expensas de quienes fueron sus más entrañables colegas, benefactores, compañeros y amantes.
A quienes vieron Capote, la última de sus biografías llevadas al cine por Bennett Miller (2005), no les sorprenderán, entonces, las declaraciones de Philippe Seymour Hoffman, que habiendo interpretado el papel del escritor de Nueva Orleans, confesó sentirse asqueado durante todo el rodaje, pues lo había encontrado “un ser humano espantoso”. 25 años después de su partida, Truman Capote es tan controversial como fuera entonces, cuando apareció su primer libro. Porque fue un buen ejemplo de cuántas y qué clase de cosas está resuelto a hacer alguien por firmar una obra. Al margen de las sanciones morales, que en este dominio no aplican, quedó su trabajo, su indiscutible autoría del nuevo periodismo y la non fiction novel.

CORAZÓN DE TRAPO

Young girl laying. Balthus


CUENTO.

Por
Sandra Jubelly Garcia




" No cerraré los ojos, no me taparé los oídos, porque sé bien que el medio día no está allí y que todavía está lejos."
Michel Foucault
I. La porfía
Es que es porfiada, decía mi tía Ema, cuando alguien no hacía lo que le mandaban, sino lo que le daba la gana. La terquedad es el signo más característico de mi familia. Una familia marcada por lo grotesco, casi circense: una tía enana, un tío ciego y otro con síndrome de Down son apenas una muestra. Había otros tantos menos vistosos pero con anomalías más profundas: la abuela que murió de hambre porque decidió dejar de comer; el tío que se colgó de una viga; la prima que, una tarde cualquiera en la que planchaba la ropa, se arrojó por la ventana de un décimo piso ante la mirada atónita de su esposo y sus hijos.
Yo era una niña cuando preguntaba a mi madre por qué la tía Amelia no había crecido. Mi madre respondía, casi en un susurro, que la tía Amelia era enanita. Recuerdo especialmente el uso del diminutivo, enanita. También pregunté por qué el tío Rafael era ciego. Nadie me respondió. Creo que hice la pregunta delante de él y la respuesta debía ser dolorosa.
El tío Rafael estaba siempre en la puerta de la calle, con su bastón apuntando al frente y con la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba, un gesto que advertí con frecuencia en otros ciegos. Yo lo miraba con curiosidad y alguna vez le pregunté si podía ver hacia dentro; siempre tuve la impresión de que veía el interior de sus ojos, que veía sus entrañas. El tío no tuvo tiempo de responderme; mi madre me sacó a empujones y me reprochó la imprudencia. Siempre me pregunté cómo reclamar prudencia en una familia tan vistosa como la nuestra, pero esa era la consigna de mi madre: prudencia.
El tío Rafael no había nacido ciego. Era un campesino pobre de Rovira, en el Tolima, de donde era toda mi familia por línea materna. Mi tío vivía en una finca polvorienta y por alguna razón no se interesaba en las labores del campo. Era huérfano de padre y ninguna de las tundas de su madre logró despertar su interés en el labrantío. La madre lo tildaba de vago, de dejado, de irresponsable, como su padre que prefirió morirse antes que trabajar por la mujer y los hijos.

Con el tiempo la madre empezó a creer que Rafael estaba loco o que tal vez se le había metido algún demonio.
— Rafaelito no sólo no hace nada, sino que se lo pasa mirando al cielo, casi no habla. Al principio creí que era tarado, pero no, el muchacho es inteligente. Creo que quedó así desde que le mataron al abuelo.
La madre luchó de todas las formas por ella conocidas para restaurar a su hijo: le dio rejo, palo, leña, correa, luego oró, se lo encomendó a todos los santos, rezó rosarios, hizo novenas, pagó mil promesas y, por último, se resignó, al punto que ella misma le sacaba una banquita para que se pusiera a ver el cielo y no se le hincharan los pies. El problema era que el tío Rafael no miraba precisamente el cielo. Lo que miraba era el sol. Lo miraba directamente y el fuego del sol laceraba sus corneas causándole un dolor supremo.

II. El ramalazo
El dolor era extremo. Las lágrimas, que incesantemente brotaban de sus ojos en una inútil defensa contra el abrazo del sol, hacían más patente el dolor agregándole una cáustica sensación de ardor. Para evadirlo, el tío Rafael se concentraba en la sensación húmeda de las lágrimas en su cara, y encontraba una radical diferencia entre el ardiente dolor en sus ojos y la refrescante humedad en sus mejillas que, acentuada por la brisa suave e intermitente, le proporcionaba placer. En cuanto el dolor llegaba al pico más alto, lo que ocurría después de varias horas, el infierno cesaba pero el descenso era lento: empezaba por una especie de adormecimiento de la retina que lentamente se extendía al resto de la cara hasta invadir la cabeza a la altura del cuello; para ese momento no sentía ya dolor y la sensación de humedad en su rostro también desaparecía, luego de lo cual llegaba al límite de su tolerancia y terminaba el ritual.
Del ritual, emprendido con minuciosa disciplina hacía ya varios años, no habría logrado hacerlo desistir ni el mismísimo Papa, entre otras cosa porque el tío Rafael era ateo. Ese era uno de sus más profundos secretos. Al terminar el rito que con los años se extendía en tiempo, el tío entraba en la casa, a tientas llegaba a su cuarto y se tendía por horas con los ojos cerrados, sin dormir, todavía viendo el sol y con el dolor que en aquel momento, a pesar de ser muy fuerte, tenía la naturaleza del rumor, del recuerdo, como el que le queda a uno después de haber pasado largas horas bajo el agua. Las lágrimas se le secaban y le quedaba en la piel una molesta sensación pegajosa. El dolor en los ojos era sustituido por un fuerte dolor de cabeza que sincronizaba con el latido de su corazón y entonces tenía conciencia de esa entraña que desde niño le dolía, pero que por costumbre había olvidado.

Todavía con el sol en los ojos, cuando se recuperaba del dolor, cuando su cabeza dejaba de latir, volvía a la cocina y tomaba el almuerzo que le daba su madre. Al principio, cuando comenzó con su práctica, con furia, regaños y llanto, pero ahora con cariño.


CONTINUARA.....

Un barquito salvaje escapa hacia un mar dulce



Por
Andrea Acosta
Redactora La Moviola




(Let the Wild Rumpus start!)
La infancia esconde tesoros irremplazables por el pasar engañoso de los años.
Un lobo con alma de niño se los quiere comer a todos. Pero como lo único que quiere este lobito es explotar todo ese amor e inconformidad que lo ahoga, decide simplemente escapar.
Un viaje hacia lo que se sabe pero no se reconoce conduce al protagonista heroico-antagónico de su propia historia, a un viaje a lo profundo de su deseo. Un personaje sin miedo, soñado por un hombre que a su vez navegó por los maremotos del subconsciente propio, transforma sus deseos en formas grandes, unas con plumas, otras con pelos y la mayoría de ellos con cachos.
A Maurice Sendak se le ocurrió animar lo imaginario y llevarlo a la realidad de un niño que sencillamente desertó de una realidad que no le correspondía.
Es así como Max escapa consigo mismo y su valor al lugar donde viven los Monstruos (“Where the Wild Things are”), donde se siente con la libertad de llevar a cabo lo que siempre soñó.
“Where the Wild Things are” (1963), es una creación de Sendak, escritor e ilustrador polaco de familia judía.
Un cuento “infantil” que narra gráficamente la psicología y sus deseos, de Max, el Rey de su propio mundo.
Max: niño de aprox. 11 años, libre, dominante, impulsivo, cálido e ignorado.
“Where the Wild Things are” pasó de ser una imagen fija a imagen en movimiento. El responsable de la adaptación cinematográfica es Spike Jonze (creador de la serie televisiva “Jackass” y productor de la peli homònima ) con la ineludible colaboración del autor original.
Este largometraje se estrenó el 16 de Octubre del 2009 en los Estados Unidos, pero aún no hay una fecha concreta para Latinoamérica. Además del arte y fotografía exquisita de esta peli, la banda sonora a cargo de Karen O (the Yeah Yeah Yeahs) and the Kids, acompaña el drama, la inocencia y amistad con una melodía de acuerdo a un sueño de nubes suaves y acolchonadas.
Cliqueando en el título del artículo se encontrarán en la website de “Where the Wild Things are” para que buceen en una isla de hermosas monstruosidades.

LUDICAS DE LA RAZON

Fotografía: Arno Rafael Minkinnen


Por


Daniela Hernández


especial para La Moviola








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Diálogos entre


inmortales muertos y vivos


Hans Magnus Enzensberger


Galaxia Gutemberg


Barcelona, 2004


271 páginas


El elemento clave instaurado en Diálogos entre inmortales muertos y vivos es la razón. Es una obra que demuestra un teatro con compromiso ético primordial, ya que difícilmente se podría desligar de sus personajes la gran carga ideológica que llevan consigo al tratarse de una obra metaficcional; sumado a esto se impone la intención política que va ligada a este compendio. Por eso no es de extrañar que para los tres diálogos que componen esta obra, Hans Magnus Enzensberger haya escogido protagonistas por excelencia críticos y temperamentales. Es así como nos encontraremos dialogando con Chuan Tse, Diderot y el revolucionario ruso Alexander Herzen.


“El muerto y el filosofo” es un diálogo apoyado en un texto breve del escritor chino Lu Xun, en que se cuestionan temas como la eternidad, la libertad, la vida y la muerte, para finalmente ilustrar lo pragmático como lo contrapuesto a las cuestiones metafísicas. “Diderot y el huevo oscuro” camina entorno a las preguntas de un joven periodista del siglo XX, que pretende trasmitir su entusiasmo y admiración hacia lo que implicó la Ilustración. El autor recurre a artículos de la enciclopedia y los escritos y pasajes de la correspondencia personal del propio Diderot para estructurar en lo posible la posición del personaje. Para cerrar esta obra, nos encontramos con una pieza dividida en dos diálogos “Sobre el ensombrecimiento de la historia”, estos son una versión modificada de una serie de textos escritos por Herzen bajo el título de S. togo berega. El impecable razonamiento del aristócrata logra romper las creencias que tiene cada generación sobre la singularidad de sus crisis, haciendo que su voz tome un tinte crudo y por lo tanto visionario.


Lo que el mismo Enzensberger se ha permitido llamar “un sabotaje a la filosofía sistemática” no es otra cosa más que una excusa para adherir atractivos lúdicos y refrescantes a sus diálogos, fundados en un discurso socrático incapaz de funcionar sin la réplica. El porqué decidirse por la informalidad del diálogo contrapuesto a la formalidad de la filosofía. Se intuye de fondo que tal vez sea esta dinámica la que permite dar un campo de ambigüedad mayor y es esta tendencia hacia la duda la que nos introduce en lo que el autor llama “dramaturgia del pensamiento”. Se remite a la esencia misma del teatro intelectual, que en sus orígenes propone huir de la realidad.


La tendencia evasiva logra así funcionar en dos direcciones; por un lado se da campo a un amplio alegato tutelado por la ironía y un carácter destructivo que evidencia un afán del autor; pero a su vez esta insistencia en un implacable sarcasmo, lo único que busca es lindar con la fantasía, porque si bien el mensaje recibido es totalmente desesperanzador, la posibilidad de seguir desarrollando ideas abstractas a través del diálogo se hace posible.


Por: http://cajaxxxnegra.blogspot.com/