SOBRE VILLEGAS EDITORES Y AMAZONÍA PERDIDA DE WADE DAVIS Y RICHARD EVANS SCHULTES (1911-2001)





Por
Alejandro Arciniegas Alzate




Emplazada en la Avenida 82, junto a una tienda de la joyería Cartier, Villegas Editores trabaja desde 1985 en la producción de libros tan hermosos como importantes. Sus compendios fotográficos sobrevuelan el exuberante territorio colombiano, afirmando la diversidad de su riqueza natural y arquitectónica. Famosas son sus colecciones Oro y Platino, su más reciente línea de obras infantiles y sus títulos de historia bogotana.

Hay para todos. Y cada lector tendrá sus favoritos.

La imagen de unas manos de mujer, untadas de tierra, que sostienen un motón de tomates chontos que sirven de portada al libro Colombia campesina, publicado en 1989, se ha convertido para nosotros en una referencia familiar de identidad, como pueda serlo un bulto de café, una canción del Mono Núñez o la silueta de la esposa de Pierrot, sentada en aquel cuarto de luna de la empresa Colombina.

Mientras asistimos a las nupcias entre el texto y la imagen, con la integración definitiva de todos los dispositivos tipográficos y audiovisuales, prefigurada en el reciente lanzamiento del primer reproductor iPad de Apple Inc., puede afirmarse que Villegas Editores se orientaba —ya desde su fundación— en la misma dirección a la que apuntan los hallazgos de la vanguardia tecnológica.

El año pasado Benjamín Villegas fue condecorado con el Libro de Plata, máximo galardón que otorga la Junta Directiva de la Cámara Colombiana del Libro, para distinguir la trayectoria de editores nacionales que con su actividad hayan contribuido al fortalecimiento del sector. Villegas investiga, selecciona, diseña, encauza y vigila el material que se publica.

Tiene razón cuando asegura ser un Creador de libros, auténtica simbiosis de impecable redacción y arte gráfica. Villegas, como Gabriel García Márquez, nos ha enseñado —a través de su trabajo— a mirarnos con ojos de profunda simpatía, robusteciendo los valores de Colombia dentro y más allá de sus fronteras.

AMAZONÍA PERDIDA

El volumen que enseguida reseñamos será tenido desde ahora entre los acontecimientos editoriales del 2010. Bellamente encuadernado, impreso en varias tintas, aderezado con 128 fotografías del archivo personal de Richard Evans Schultes, Amazonía perdida representa la síntesis feliz de hondas historias y un reportaje gráfico de valor incalculable, todo en un libro de elegante factura, derroche de profesión editorial.

Tipografía, ilustración, imagen y pies de nota, inteligentemente balanceados en esta obra de Villegas se reparten todo el contenido, irradiando una plétora de significados a cada trozo de la doble página, para que su atención explore un campo global de coexistencia: entre rutas del yagé y nomenclatura académica; desde las calles bogotanas hasta el follaje inconcebible de la selva.

Wade Davis inaugura el libro con un sabroso ensayo sobre las peculiaridades del estilo fotográfico de Schultes, quien aprendió a encuadrar con una Rolleifex de rollos compactos. Describe a su maestro como un “hombre bueno, sincero y honesto” que disparaba cerbatanas en las clases y disponía baldes llenos de botones de peyote, destinados al libre experimento de sus queridos estudiantes.

En 1941 Richard Evans Schultes aterrizó por primera vez en Bogotá. Se hospedó en la Pensión Inglesa de Mrs. Gaul, un edificio que más tarde fue barrido en los disturbios del 9 de abril. Su misión: coleccionar muestras de curare, la mortífera sustancia empleada por los indígenas para neutralizar la carne de sus tenaces enemigos.

Este relato —que podría ser considerado una novela Beat si sus protagonistas no fueran un tropel de hombres tan lunáticos como los beatniks, pero mejor acreditados en las universidades científicas— es un documento que se hinca ante la Amazonía, para reverenciar los majestuosos avatares de la selva colombiana y descubrir sus secretos más ignotos.

Ellos son:

Andrew Weil, un muchachote con barbas a lo Ginsberg, considerado en nuestros días “El médico de Norteamérica”, quien se matriculó en el curso de Schultes Botánica 104 (Harvard), para estudiar el principio narcótico de la nuez moscada.

Dick Martin, un estudiante que garabateaba notas de taxonomía en japonés y se perdía de noche en algún burdel del Amazonas, donde tocaba el saxofón, luego de examinar tardes enteras esa otra música emanada de la flora selvática.

Timothy Plowman, especialista en propiedades de la coca, a cuya memoria Davis dedica buena parte de su libro One river, una biografía de Richard Evans Schultes, cimera obra.

A diferencia de tantos personajes mundialmente conocidos por su tanteo de las plantas alucinógenas, (Tomas de Quincy, Aldous Huxley, William Burroughs, etc.) el equipo de Schultes reconoció no solamente los efectos de diversos alcaloides que hay presentes en dondiegos, lianas, enredaderas, hongos y bejucos; participó, además, respetuoso, místico, perplejo, en el milagro de los ritos indígenas.

Que se me excuse si ha quedado lo mejor de este valioso material por fuera de esta nota. Amazonía perdida es todo un arsenal de sabiduría etnográfica y botánica.

Merece tantos lectores como colombianos haya.

4 comentarios:

blody dijo...

quedan ganas de leerselo, gratzia por esta reseña valio la pena saberlo!!

besito rojo!

Anónimo dijo...

y las fotografías seguro te las disfrutaría un montón.

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Anónimo dijo...

la expo fue muy buena!!!!!!

Anónimo dijo...

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