Tarjeta de invitación a la inauguración de la exposición
en la Galería de Artes Landivar Ciudad de Guatemala.
A propósito de esta exposición Jorge Carro L. nos comparte su presentación.
Por
Jorge Carro L.
Ciudad de Guatemala
(Guatemala)
Al igual que mi paisano Víctor Hugo Ghitta. Periodista, secretario de Redacción del
diario La Nación (de Buenos Aires), cuando era adolescente husmeaba en librerías de viejo en busca de
ejemplares que tenían a veces dedicatorias personales y anotaciones en los
márgenes. Era (soy) un “husmeón” de libros...
Eran
(son) piezas extrañas, porque por lo menos yo,
rara vez me desprendo de un libro que me ha sido dedicado o en cuyos
márgenes he dejado impresiones, comentarios y hasta puteadas. En esas líneas
escritas a mano, a veces con letra incomprensible, he intentado hablar con los
libros.
En
ocasiones firmo con mi nombre y dejo
escribo una fecha que me recuerda el tiempo en que nació mi amistad con ese
libro. También he anotado y anoto junto al texto, comentarios que en algunos
casos pueden ser como una crítica o dan
pistas acerca de mi modo de pensar. Estas notas suelen dar testimonio de
criterios compartidos entre el autor y yo. En ocasiones develan mi carácter
obsesivo, cuando debajo de mi firma y de la fecha, escribo: "Empiezo a transitar su lectura un lluvioso sábado a las 15:30”
Durante toda mi larga vida, firmo en las primeras páginas como un modo
de gritar a los potenciales ladrones que ese libro es mío y casi siempre
escribo comentarios iniciando una inacabada conversación que suelo retomar al
releer el libro y que me permiten, en no en pocas ocasiones, avergonzarme de
las ingenuidades y errores cometidos por mi insolencia de lector de tiempo
completo.
Esta,
acaso conversación del lector con un libro, se llama “marginalia”. –palabreja
que se refiere a lo que se escribe en los márgenes y cuya autoría se debe
al poeta romántico inglés, Samuel Coleridge.
Heather
Jackson, profesora de literatura en la Universidad de Toronto, publicó en 2002
un ensayo “Marginalia: Readers Writing
in Books”, con el que estableció una genealogía que va de De Quincey a
Graham Greene, es decir del 1700 al 2000... De semejante tarea pudo extraer
varias conclusiones. Entre ellas, que no
siempre estuvo mal visto marcar libros, ni siquiera cuando fueran ajenos. Y al
parecer, es a Coleridge a quien se atribuye el
latinismo “marginalia”, plural de “marginale”: lo que se anota en los
márgenes.
Cuenta Jackson – según Lucas Mertehikian (periodista y licenciado en
Letras por la Universidad de Buenos Aires) -
que las anotaciones de Coleridge se habían vuelto tan famosas que sus
amigos le pedían que les marcara sus libros antes de leerlos. Esta costumbre no
incluía sólo a Coleridge, pues hasta mediados del siglo XIX era una costumbre
habitual marcar los libros antes de regalarlos, algo que hubiese escandalizado
seguramente a cualquiera de nosotros.
¿Qué
pasó después de 1850 para que este hábito cayera en desuso? Según Jackson, la
principal razón fue la expansión de unos cancerberos bibliotecólogos de una red
de bibliotecas públicas, que iniciaron
su lucha contra las marcas de los lectores. En el sitio web de la Biblioteca de
la Universidad de Cambridge, una de las principales fuentes de consulta de
Jackson, los potenciales lectores son advertidos acerca de lo que se puede y no
se puede hacer con los libros. El título del apartado cuarto es elocuente: “Marginalia y otros crímenes”, con lo
cual es posible que sea cierto que puede
hacerse un juicio al lector.
Justamente pensé en esta costumbre mía, cuando leí que en
el MALBA (Museo de Arte
Latinoamericano de Buenos Aires ) se inaugurada el ciclo "Libro marcado” e
hice mías algunas historias de Víctor Hugo Ghita (publicadas en “La Nación”, el
pasado domingo 7 de junio ( http://www.lanacion.com.ar/1799518-libros-marcados-la-otra-literatura ) como una amiga suya, recientemente divorciada,
le había contado a la salida de la exposición, todavía conmovida por el uso que
ella misma había hecho de la marginalia, la víspera de la mañana en que puso fin a una
relación matrimonial de veinte años.
El
cuento de la amiga divorciada dice que una
“noche, cuando ya los
desencuentros no tenían vuelta atrás, se despertó de madrugada, bajó al living
de su casa en puntas de pie, buscó una lapicera y, en la somnolencia de ese
abrupto insomnio, acometió la tarea de firmar aquellos libros que deseaba
retener como si fuesen propios. Puso su nombre en unos cien ejemplares
esenciales, modificando ligeramente el trazo de su escritura y estableciendo al
azar fechas apócrifas de las últimas dos décadas. Confió en que su marido,
menos atento que ella a los detalles de la vasta biblioteca matrimonial, no
recordaría el origen de cada volumen. Esa colección personal fraguada en la
penumbra de esa remota madrugada está hoy en su casa de soltera.”
Ghita recuerda también el día en que
una compañera de redacción tenía sobre su escritorio un ejemplar de “París
no se acaba nunca,” la estupenda novela de Enrique Vila-Matas, en cuyos
márgenes había anotaciones hechas con dos escrituras distintas: tanto ella como
su marido habían dejado sus impresiones en distintos pasajes de ese texto que
leyeron al mismo tiempo.
Hace
muchos años, durante mi segundo divorcio, permítanmelo recordar, me senté
frente a libros, fotos y discos que estaban cuidadosamente descansado en los
blancos anaqueles de la biblioteca y
decidí no dividir las aguas: los libros, las fotos y los discos quedarían para nuestros hijos.
Horas después en un avión que me alejaba de ella y de mis hijos, de mi gato y
de mis libros y discos, lloré. Esa escena selló mi relación con una mujer que
me permitió amarla y compartir más de una década juntando libros, discos y
recuerdos
El
tiempo no ha derrotado las marginalia
que escribimos en los libros ni en nuestras vidas.
Los
invito a tomar algunos de los libros de la Red Landivariana de Bibliotecas y
gocen leyendo las conversaciones que algunos conocidos lectores, mantuvieron
con los libros que estaban leyendo. Libros que, en muchos casos, ayudan a
nuevos lectores a comprender la obra que tienen en sus manos...
Jorge Carro L.
9 de junio de
2015
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