Las Lágrimas de Mnemosine: Revisión al Monumento a las Victimas de la operación Génesis de Ejército Colombiano en Cacarica, Chocó



Monumento a las victimas en Cacarica (Chocó)  . Foto Jorge Mata



Por 
Giovanna Faccini
Docente Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola 

“Lo que hoy ufano y desafiante es, será mañana huesos y ceniza./ Nada dura por siempre, ni el mármol ni el metal”  Andreas Gryphius
Manos que salen del muro como pidiendo socorro, sus posiciones son variadas, pero no así su gesto; son manos rígidas, tumefactas, que dejan un hálito patético en la atmósfera; son manos de hombres, mujeres y niños que parecen implorar desde el más allá que se haga justicia, que sus almas no descansarán a menos que se restituya a los que vivos los lloran; son manos que hablan de manera individual, y sin embargo construyen una síntesis dolorosa de lo que es capaz la maldad de los hombres.
Los monumentos, como la música que se lee tanto en la partitura como en la melodía, conllevan un texto, sin embargo, su significado solo  existe en nuestra interpretación (Manguel,2000. Pág. 269). La anterior es la mía, glosa  que pareció dictada de los labios de Mnemosine[1], pues el recuerdo de aquellos que sin merecerlo, encontraron la muerte, también es mi recuerdo, hacen parte de mi historia y sin embargo, no alcanzan las palabras para describir lo indescriptible, tratar de darle una explicación a los hechos violentos que diariamente ocurren en mi país es nulo y sin embargo, el  lenguaje es lo único que tengo para soportarlo, tal como lo hacen las piedras con las que la memoria se hace concreta, “no  hay monumento ni  obra conmemorativa que no lleve tácitamente la inscripción: recuerda y reflexiona” (Manguel, 2000 pág. 269 ).
Lo más importante del monumento a las víctimas es la historia de la cual deviene, pero no está sujeto a nuestra memoria, conmemora un acontecimiento visto en la prensa o la televisión, que con su poder de simular la realidad, se nos presenta  tan lejano como una historia de ficción. El monumento no recuerda la historia de dolor que vivió ese poblado inserto en la cuenca del Río Cacarica, es una lectura que se le atribuye menos al monumento que al espectador.
Es por esta razón que en el siguiente escrito trataré de realizar una revisión cercana a dicho monumento y entender por qué ningún monumento puede hacer leer, en toda su magnitud, todo el horror y dolor de  un acontecimiento  histórico como el acaecido en Cacarica  el 24 de febrero de 1997 cuando la brigada 17 de Ejército Nacional,  con bombardeos aéreos para enfrentar al frente 57 de las FARC, dio comienzo al desarraigo de más de 10.0000 afrocolombianos de los ríos Cacarica, Salaquí y Truandó, obligados a dejar sus pertenencias   y la matanza de 85  personas, implementando diferentes aparatos de muerte, muchos de ellos en presencia de sus  hijos, quienes tuvieron que ser testigos de vejámenes y torturas.  A toda esta barbarie le llamaron Operación Génesis. ” (Orejuela, 2008, pág. 4).
I
A diferencia de los monumentos a los mártires, dedicados a representar a los héroes que se destacaron en la defensa de alguna ciudad, las víctimas [2] no eligieron su destino, fueron atormentadas con las atrocidades de un verdugo, carecen de culpa, “no fueron castigadas, fueron asesinadas y torturadas por la sola razón de existir; cómo podríamos hallar algo que represente el recuerdo de la maldad, de una maldad sin razón, sin límites, sin propósito?” (Manguel, 2000,pág 274). La memoria negativa nos remite a lo negativo de lo que memoramos, que usualmente es repugnante, despreciado o rechazado. Sin embargo, ese repudio también significa que  la memoria se “cierra al recuerdo y rehúsa reconocer lo negativo: es decir, reprime, hace que se eluda el pasado y que se aporte olvido” (Koselleck, 2011, pág. 53).  
Esta ambivalencia acerca de la memoria,  nos lleva a la pregunta acerca de los crímenes, que en la historia humana han dejado una estela dolorosa y sangrante junto a los recuerdos, venganza, castigo y expiación.  Los monumentos a las víctimas se esfuerzan en gran medida por impedir el olvido, sin embargo es un intento difícil de sostener pues preservar cada detalle del pasado es francamente imposible. Casi siempre se recurre a ellos como promesa por que las generaciones nuevas no olviden los desmanes, matanzas, violaciones, etc… y con el objetivo de prevenir futuras barbaries. 
Los  monumentos dignifican a los muertos, buscan sosegar a los deudos y sirven como lugares de reflexión y de alguna forma como estrategia que busca hacerle frente a la falta de conmemoraciones oficiales. Es la voz de aquellos que han quedado y quieren plasmar en la consciencia colectiva un “nunca más”, es el punto de partida para cuestionarse, pues los monumentos fungen como eco de la atrocidad y evoca a las víctimas en la piedra. 
En algunos monumentos de gran tamaño que se han encontrado en lugares de las antiguas civilizaciones,  se ha olvidado qué es lo que conmemoran, qué simbolizan, qué victoria evocan o qué pérdida dignifican. En ese espacio vacuo de memoria, autoridad y referencia, surge un espacio que figura lo que se ha ido y nos recuerda la crudeza, con lo que se espera, nunca más  vuelva  a ocurrir.
El monumento pone al visitante en un escenario; por más simple que este sea, rompe las relaciones con lo habitual, hace que emerjan preguntas sobre los acontecimientos que conmemora; no obstante la experiencia sigue siendo ficcional, valiosa si, pero como símbolo. El monumento nos conmueve, registra un momento cruel, de implacable atrocidad y se propone honrar a las  víctimas; sin embargo,  no alcanza a representar el horror de una sola de las violaciones, vejámenes, torturas y muertes.  “El horror  no se puede leer  en toda su  magnitud. El suceso en sí es su propio monumento”. (Manguel, 2000, pág. 263. )
II
En febrero de 1997, bajo el mandato del presidente Ernesto Samper y la comandancia del general Rito Alejo del Rio, la brigada 17 del Ejército Nacional y con el apoyo de grupos paramilitares, llevaron a cabo  la Operación Génesis; obligaron a diez mil personas a  abandonar su territorio. Muchos fueron torturados y asesinados u obligados a presenciar actos viles a sus parientes o vecinos. Presenciar por ejemplo,  cómo mataban a sus hijos o los desmembraban para jugaban  fútbol con sus cabezas.
La operación fue diseñada con el pretexto de dar alcance a la guerrilla de las FARC; sin embargo, en varios documentos de Amnistía Internacional, y la página de la Organización Selvas[3], se afirma que la razón de la incursión no fue contrainsurgente sino con el ánimo de despejar el área para la producción agroindustrial de palma africana, es decir, que la verdadera preocupación era la tierra y no la guerrilla (Amnistía Internacional, 2002).
Estas comunidades ubicadas en el departamento del Chocó fueron desplazadas a Turbo y otras tuvieron que cruzar la frontera con Panamá; los que se dirigieron a Turbo, fueron recogidos por la policía y llevados a un coliseo deportivo  donde vivieron por tres años en condiciones deplorables; los que huyeron a  Panamá fueron alcanzados por la  guardia panameña y repatriados a una isla en la costa pacífica en la bahía de Cupica.
Los sobrevivientes se organizaron, nombraron líderes comunitarios que los representaran ante el gobierno con el propósito de dialogar. Algunas ONGs como Iglesia Intereclesial de Justicia y Paz, defensora de los derechos humanos, sirvieron de apoyo para organizar los puntos esenciales que se debían abordar con el gobierno y también como acompañamiento permanente para evitar más asesinatos; de esa manera crearon un pliego de peticiones conformado por varios puntos, de los cuales se destaca la reparación moral: “Que se hiciera público que el gobierno había sido el responsable del desplazamiento, así como editar un libro y construir un monumento donde reposaran todos los nombres de las personas que habían sido asesinadas en el desplazamiento” (Orejuela, 2008. Pág. 5)
Con el objetivo de construir  memoria histórica y de visibilizar lo que ocurrió, las víctimas levantaron dos monumentos que para las comunidades es de significado profundo pues se erigen como reconocimiento a lo sucedido. En Bahía Cupica se hizo un monumento en septiembre del año 2000 antes del retorno,  el cual fue construido para dejar constancia de lo vivido en ese lugar, y del anhelo para el reencuentro con los familiares desplazados en Turbo. Esto fue posible gracias a la donación de la ONG holandesa PAX.
Amnistía Internacional Holanda respondió al clamor de las víctimas y le pidió a una artista holandesa que hiciera un diseño de manera voluntaria. Amnistía pidió que una parte se hiciera  en un festival, por lo que mucha gente podría unirse a la toma del monumento y mostrar su solidaridad. La idea de cientos de manos que trabajan juntos fue el inicio del proyecto. Las manos de holandeses y chocoanos se unieron en una pared ahora de pie en el pequeño pueblo de Nueva Vida en medio de la selva. En la parte posterior de la pared, la gente de la Comunidad de Paz escribió un poema.
Dicho monumento  fue construido por las víctimas en la zona humanitaria de Nueva Vida en marzo de 2001 cuando decidieron retornar a sus tierras en Cacarica. Esa memoria, hecha concreto reclama hoy Verdad, Justicia y Reparación, “las de los contenidos construidos por la comunidad, no el vaciado por el discurso oficial para dar piso legal a la impunidad de los crímenes de lesa humanidad” (Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, 2004).
III
El monumento (Ver anexo) construido con los fondos donados por la ONG PAX, comprende una pared y una escultura. Las medidas de la pared (Ver figuras 1 y 3) son 623x40x300cm; tiene varias manos en posiciones variadas (Ver figura 4) y con la palabra Respuesta. En la parte trasera de la pared hay un poema que dice: “Ayer nos desplazaron, nos asesinaron, nos desaparecieron. Ayer y hoy estamos juntos al lado de las manos del mundo resistiendo a la muerte y a la impunidad” (Ver figura 2)
En frente de la pared se ve una figura humana de cerámica (352x147x110cm), que trata de ponerse de pie, pero está atado; trata de liberarse de esta posición a la que se vio obligado a estar por sus verdugos, simbolizando su situación, su lucha por sobrevivir, lo que representa el orgullo, esperanza y consuelo (Jabli, s.f). Los habitantes, hombres adultos, mujeres, incluso niños, ayudaron a construir el monumento.
El monumento es obra de la artista holandesa Salwa Jabli, el cual incorpora los moldes de cientos de manos de ciudadanos holandeses y miembros de la comunidad del Cacarica, expresando así la solidaridad internacional con las víctimas de violaciones de derechos humanos y en particular, con las comunidades retornadas del Cacarica, aunado al proceso de resistencia de CAVIDA[4]. “La experiencia fue increíble”, manifiesta la artista en su página web y dice que no se puede contar con palabras. “Sin usar la violencia, la comunidad lucha por la paz, pidiendo a ambas partes que los dejen fuera del conflicto. Su territorio es neutral. Yo fui testigo de  su belleza, su dignidad y su pobreza (Jabli, s.f)
"Este monumento simboliza la atención con la cual la comunidad internacional acompaña la situación de esta población civil, que ya ha sufrido demasiado por haber sido forzosamente desplazada y por ser víctima de amenazas y de graves violaciones, por parte de grupos paramilitares aliados con las fuerzas de seguridad colombianas y de las fuerzas guerrilleras", declaró Amnistía Internacional, llamando la atención de los bandos en conflicto,  para que respeten el derecho de la población civil a la vida y a no ser involucrada en el conflicto. (Amnistía Internacional, 2002).
IV
Al revisar la poca información que hay sobre el monumento, se puede decir que más que un monumento a las víctimas es un monumento a la solidaridad. El personaje frontal representa a las víctimas, su cansancio y desesperación por salir de la calamidad; las manos del muro lo animan a  levantarse, y no solo son las manos de organismos internacionales sino de los mismos habitantes.
Sin embargo, surge la pregunta sobre el tema central  del monumento; la respuesta estaría en los mismos constructores, en las  víctimas de la Operación Génesis quienes dentro del pliego de peticiones al estado para su reparación y restitución, pidieron erigir momentos a la memoria de sus familiares y amigos; víctimas del ataque militar,  tal como lo comenta Orejuela en el recuento de los hechos; sin embargo, el estado nunca respondió a este clamor; de esta manera, la aseveración de Koselleck acerca del holocausto nazi: “El monumento debería ser inaugurado por la nación artífice de los asesinatos masivos y no por las víctimas supervivientes” (Koselleck, 2011, pág. 139), cobra  vigencia en la realidad nacional y apoya la teoría de monumento a la solidaridad internacional y el desinterés del gobierno en la realización del monumento como forma de reparación.
En nuestro país, la política de la  memoria se encuentra escindida de los grupos sociales y étnicos en conflicto, los desplazados y  víctimas pasivas de la violencia. Toda la política de reparación de las víctimas se  concentra en una restitución monetaria pero sin tener en cuenta que el dinero nunca podrá reparar el daño hecho; al ser desarraigados de su territorio, las comunidades afrocolombianas han perdido su identidad, todo aquello que los ancla a su pasado y a sus prácticas ancestrales. Bajo este panorama surge la pregunta de si son posibles formas de memoria consensuadas, colectivas.
La memoria mediática no es suficiente por más que los mass media ocupen vastos espacios de  percepción social.  “La estructura de la memoria pública mediática, vuelve  comprensible que la cultura secular (obsesionada con la memoria)  se vea poseída por el miedo, el terror y el olvido” (Huyssen, 2002, pág. 9); miedo que en nuestro país esta articulado con las miles de desapariciones, masacres y desmanes muchas veces perpetuadas por el mismo estado. Los sepulcros son importantes como fuentes de memoria, sin embargo, cuanto  más esperamos recordar a raíz del márquetin de la memoria, mayor  es el riesgo y la necesidad de olvidar. Si bien es cierto que se han realizado monumentos a las víctimas, estos son de carácter colectivo, como si así se borrara la historia de las historias colectivas pero que obedecen a situaciones y contextos diferentes.
La función que cumple la cultura de la memoria, es la de transformar la experiencia temporal, consecuencia del impacto de los medios sobre lo que percibimos; sin embargo la museificación reconoce la pérdida de identidad nacional y confía en su  compensación, que según Huyssen, no parece la excepción sino la regla. El ámbito político de las prácticas de la memoria sigue siendo nacional, no particular, y esto tiene implicaciones para la  tarea interpretativa pues las causas  de los  desplazamientos y asesinatos a lo largo y ancho  de nuestro país, no siempre concuerdan en su historia, situación que impide que el estado se responsabilice por los actos cometidos en el pasado.
Este panorama habla de una amnesia – o anestesia- colectiva, de una falta de capacidad para recordar y lamentar  la pérdida de  consciencia histórica, amnesia que de manera paradógica, esta relacionada con los medios, pues de la mano con el boom de la memoria, está el boom del olvido. Según Huyssen, las memorias comercializadas son memorias imaginadas y se olvidan más fácil que las vividas. (Huyssen, 2002. Pág. 8). La memoria y el olvido son indisolubles  en una especie de proceso psíquico del recuerdo [5]
V
En  nuestro intento por contrarrestar el miedo o el riesgo al olvido, nos apoyamos en la memorialización, que consiste en erigir recordatorios públicos y privados, los cuales parten ya sea de lo que creó el horror o de lo que inhibe llevarlo al recuerdo.  Esta maniobra está influenciada por los medios que dan vía a diversas formas de memoria; algunas veces en forma de monumentos; otras, como fotografías, pinturas, series de televisión, documentales y noticieros.
Para Virginia Wolff, por ejemplo, las fotografías que llegaban a América de los abusos de la autoridades españolas en la guerra civil , eran suficientes  para acercar la realidad de un pueblo en guerra, los cuerpos mutilados y los seres humanos irreconocibles  provocarían en el público un rechazo absoluto al enfrentamiento bélico; sin embargo, como señala Sontag , despolitizan el enfrentamiento por cuanto las fotografías que señalaba Wolff, tenían por objeto la solidaridad con la causa republicana, más que una oposición a la guerra. Con este ejemplo podemos suponer entonces que un mismo objeto puede ocasionar respuestas diversas. “Las fotografías de una atrocidad, pueden producir reacciones opuestas. Un llamado a la paz; un grito de venganza o simplemente la confundida conciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles” (Sontag 2003, 21). 
Muchos colombianos somos testigos de cómo el ritual habitual de contar los muertos del conflicto armado en noticieros y prensa, nos hace invulnerables al asombro y más bien se hace sorpresivo que el número en determinadas ocasiones no rebase los anteriores. Se nos ha formado un escudo que disfraza el dolor y la tristeza como una especie de defensa psíquica; nos quedamos inermes ante la desbandada de noticias nefastas y preferimos mantener una distancia, recordando las imágenes que quedan y no lo que hay detrás de ellas, quedamos inermes ante el dolor de los demás y sin saber qué hacer con el saber que aportan los monumentos acerca del sufrimiento lejano.
 El exceso de imágenes recibidas cotidianamente contribuye a la insensibilización de los  espectadores. Esos monumentos e imágenes hablan de nuestra propia muerte, por eso es preferible cambiar el canal, pasar la hoja del diario rápido o simplemente contemplarlas como si de ficción se tratara.
El monumento se convierte en un instrumento pedagógico para estimular  la reflexión y la crítica en los visitantes, además de abrir posibilidades de contemplar sentimientos acerca de la vida pues es inevitable no pensar en la propia muerte cuando se está ahí (Korstange 2011, 425). El monumento es una plétora iconográfica que conmueve, emociona e instruye; no obstante, no nos hablan de su dolor e historia sino del dolor que sufrimos o podemos llegar a sufrir.
La vergüenza y la conmoción  se dan por igual al ver el acercamiento de un horror real, da igual la fotografía o un cuadro, dice Sontag, a lo cual sería posible agregar los monumentos, pues no en vano los sitios de mayor concurrencia turística son aquellos donde se remembran episodios trágicos ya sean estos ocasionados por la naturaleza o la mano del hombre, y donde las personas tienen la posibilidad en diferido del encuentro con los objetos y atmósferas de aquellos que  vivieron los hechos.
En el caso del monumento a las víctimas en Cararica, es notable el desconocimiento que hay de las entidades gubernamentales;  el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación no tiene conocimiento de los monumentos erigidos en nombre de las víctimas de la Operación Génesis, ni siquiera de las ONGs que han acompañado su proceso de duelo  y recuperación, a través del consejo jurídico y los artistas que fueron a realizar, junto con la población, los monumentos.
Así las cosas, nos encontramos con un panorama descorazonador para las víctimas pasivas del conflicto armado colombiano, pues es el estado el responsable inmediato del conflicto y la reparación, y a la vez, ente que debería impedir que estos actos violentos ocurrieran. Nosotros desde la televisión, seguimos viendo  pasivos los hechos que ocurren en lugares apartados del país, como si no fuera con nosotros; como si su historia no fuera la nuestra, creamos ilusiones del pasado,  y atrapados en el  presente, desplazamos nuestro miedo al futuro y transformamos la experiencia  temporal a partir  del impacto de los  medios sobre nuestra percepción y sensibilidad. Cuando integramos los actos del conflicto armado en una sola obra conmemorativa, no silenciamos las voces pero  si reducimos con pasmosa indiferencia la  singularidad de  los hechos, fundiendo así los millones de rostros y nombres  en un único emblema sin nombre ni rostro.
Quedan  los monumentos sembrados en la tierra con un halito letal, convertidos en eternos puntos de retorno, de los cuales estamos condenados a empezar. Lo único que deberíamos aprender de los actos violentos y homicidas es que el mal no tiene cómo compensarse; que la experiencia de los otros puede ser repetida en nuestra propia piel, y  que aunque las obras conmemorativas nos  ayuden a  tocar el pasado y a penetrar  en el horror, nunca podrán representar el espanto de la experiencia del otro pues el dolor, agonía y martirio es exclusivo de las víctimas. No se puede representar lo irrepresentable, sin embargo, los monumentos a las victimas deberían ser un ejercicio de auténtico recuerdo y reflexión, deberían hacernos recordar que conjugamos un todo y que sobre todo la obra nos obligue a confrontarnos, a abrir espacios de diálogo y  comprometernos a que nunca más se repita la historia.










Anexo

(Fig. 1)

(Fig. 2)
 (Fig. 3)  (Fig. 4)
Referencias Bibliográficas

Amnistía Internacional. (2002). Documento - Colombia: Inauguración de Monumento de Solidaridad Internacional con las Comunidades de Cacarica.  Disponible en http://www.amnesty.org/es/library/asset/AMR23/022/2002/es/f6fb8d3d-d88a-11dd-ad8c-f3d4445c118e/amr230222002es.html
Barthes, Roland.(2011).  La Cámara Lúcida. Paidós Ibérica
Jabli, S. (s.f). Respuesta, Memorial commissioned by Amnesty International. Disponible en http://www.salwajabli.com/index.php?page=projects&lang=en&project_id=1&project_name=respuesta
Koselleck, R.(2011). Modernidad, Culto a la Muerte y Memoria Nacional. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales: Madrid
Korstanje, Maximiliano.(2012) Dark tourism and the process of resiliency post disaster contexts. A new alternative view, disponible en  http://www.eumed.net/rev/turydes/13/mek2.html
Manguel, A. (2000). Leyendo Imágenes, La imagen como memoria. Grupo  Editorial Norma: Bogotá
Huyssen, A. (2002). En busca del futuro perdido. Fondo de Cultura Económico, Goethe Institut
Orejuela, J. (2008). Rap desde la selva, una herramienta de construcción de paz. Disponible enhttp://escolapau.uab.cat/img/programas/musica/construccion_paz_jeferson%20orejuel_.pdf
Silva, P. (2008). Se muere cuando lo olvidan. Arcadia: Periodismo Cultural N°35 (agosto 2008) págs. 22-23






[1] Mnemosine es una titánide hija de Gea y Urano y madre de las nueve musas que engendró con Zeus
[2] Existe una diferencia muy importante entre víctima activa y victima pasiva. La victima activa es el mártir, aquel que pierde su vida por defender una causa. La victima pasiva es la inocente, aquella que no tuvo oportunidad de escoger.
[3] SELVAS.org Observatorio es una realidad privilegiada de la región andina. Privilegiado porque no está atada a la información de mercado y por lo tanto no tiene que satisfacer una necesidad de las ventas o jugador, pero tiene como objetivo la difusión de noticias, eventos y hechos de los medios de comunicación tradicionales no son tratados - o tratados folclore y superficial - pero que son de gran valor tanto para los derechos humanos y por tanto las estrategias geopolíticas de la región. Los Andes son el centro de muchos eventos  económico, político y social que requieren, en nuestra opinión, una atención especial y el compromiso informativo vigilante y constante. (Selvas, 2001)
[4] Las Comunidades de Autodeterminación Vida y Dignidad del Cacarica llevan cinco años de organización comunitaria y acción por un retorno digno después de su desplazamiento a principios de 1997. Llegaron a acuerdos con el gobierno para asegurar que las autoridades tomasen medidas para garantizar la seguridad de la población retornada, incluyendo el control de los puntos de acceso a su territorio para evitar posibles incursiones de guerrilleros o paramilitares. Ante ambas partes del conflicto las comunidades han insistido en que se respeten sus territorios, ya que la presencia de cualquier actor armado dentro de éstos puede poner en peligro la seguridad de las comunidades. Esta petición ha sido rechazada por ambas partes en el conflicto con acusaciones de que esta insistencia representa un apoyo implícito al enemigo. Pero tanto las fuerzas armadas, con sus aliados paramilitares, como los grupos armados de oposición, se han negado a respetar el derecho internacional humanitario, y las amenazas, abusos y violaciones de derechos humanos han continuado  (Amnistía Internacional, 2002)
[5] Huyssen afirma que la memoria es una forma de olvido y el olvido, una forma de memoria, y que en tiempos de una cultura saturada de medios, el exceso de memoria crea sobrecarga y de esa manera la memoria corre peligro de implosión, lo  que dispara el temor al olvido (Huyssen, 2002. Pág. 9)

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