La presente entrevista no la encontramos navegando en la red en días pasados y nos pareció sencillamente extraordinaria a la vez que coincide con las políticas editoriales de La Moviola de rescatar a nuestros artistas mas queridos y brillantes que se encuentran en la diaspora por lo que nos comunicamos con su autora Prisca Agustoni quien muy amablemente nos dio permiso para reproducirla en La Moviola.
Anabel Torres
Por
Prisca
Agustoni
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Anabel Torres
nació en Bogotá (Colombia) en 1948. Vivió en Nueva York parte de su infancia y
adolescencia y desde entonces escribe en ambos idiomas. Terminó licenciatura en
lenguas modernas en la Universidad de Antioquia, en Medellín, y tiene un master
en género y desarrollo del Instituto de Estudios Sociales, en La Haya
(Holanda). Fue subdirectora de la Biblioteca Nacional de Colombia entre 1983 y
1987. Ha vivido de 1987 a 2002 en Holanda, y ahora reside en España. Se dedica
a la traducción e interpretación. Anabel Torres há publicado Casi
poesía (Medellín, 1975; Pasto, 1984), Premio Nacional de
Poesía Universidad de Nariño 1974; La mujer del esquimal(Medellín,
1981), Segundo Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia 1980; Las
bocas Del amor (Bogotá 1982), Ediciones Árbol de Papel; Poemas (Roldanillo,
1987) Ediciones del Embalaje del Museo Rayo; Medias nonas (Medellín
1992), Colección Celeste, Universidad de Antioquia; Poemas de la guerra (Barcelona
2000); En un abrir y cerrar de hojas (Zaragoza, España, 2001).
Tiene en preparación Água herida y Paper Cuts (poesía),
y un libro de cuentos. Tiene además dos obras truncas: una novela sobre Armero
y un libro sobre Ofelia Uribe de Acosta y el movimiento de las mujeres
colombianas por los derechos civiles y políticos. La idea de la entrevista
nació después de nuestro primer encuentro en Ginebra, en ocasión de una peña
durante la cual Anabel Torres leyó algunos de sus poemas, encuentro que mucho
conmovió al público que estaba asisitendo. La entrevista reproduce en parte la
conmoción de aquella noche en que el público hispánico de la ciudad de Ginebra
se juntó alrededor de las palabras de Anabel. [P. A.]
PA - Citando un
poema tuyo (Refugio), que dice “Vengo del mundo/huyo del mundo/ y me he
refugiado en el mundo”, tus poemas están profundamente impregnados de vida
(aunque trágica, como en tu libro Poemas de la guerra), lo que se
opone a una tendencia poética y una postura estético-intelectual contemporánea
que cultiva el vacío y la nada, o sea, una incapacidad del ser humano, del
artista de decir algo y de sentir algo
(rabia, indignación, ternura, alegría, esperanza) frente a un mundo que, pese a
todo, todavía tiene sentidos para descifrar (buenos o malos). Tus Poemas
de la guerra, libro primordial aunque no sólo sobre la tragedia colombiana
de la guerra civil, se inscribe -me parece- en esta lógica. ¿Puedes explicarnos
cómo te colocas como poeta frente a la realidad contemporánea?
AT - Primero,
déjame saludar a quienes leen esto y se tropiezan con una entrevistada
desconocida (he publicado cinco libros de poesía y ganado un par de premios en
Colombia, pero salí de mi país en 1987 y escasamente figuro en las antologías).
Soy entonces una nadie representativa, como tantos. Esta entrevista se debe
sobre todo a la obsesión de UNA suizo-brasilera con mis poemas, tú, que fuiste
al lanzamiento de mis dos libros editados en España, en la Librería Albatros de
Ginebra. Ahora al grano: tu pregunta encierra su respuesta. El mundo tiene
muchos sentidos por descifrar. Frente a la realidad contemporánea, me coloco
como ser sintiente y pensante y hasta la palabra poeta sería reduccionista.
Prefiero no dejarme atrapar en definiciones, ni siquiera en mi túnica preferida
de poeta. La realidad que vivimos desafía toda definición. Mi padre, que se
llamaba Eddy Torres y fue muy querido por mucha gente, nos contagió a sus
cuatro hijos de su sueño del futuro. Dicho futuro contenía
implícitas las utopías que nos traería el siglo 21: la abolición de la pobreza,
el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la injusticia y la guerra.
Pero llegamos fue
a límites inimaginables con el lenguaje, que permiten a quienes lo usurpan por
la fuerza o de soslayo desgarrar la realidad que mencionas; esa pobre,
remendada realidad que habíamos conseguido los seres humanos con tanto
esfuerzo. Hoy se consolidan nociones que atentan contra la dignidad más
preciada: pensar por cuenta propia. Y no ocupan un lugar central los inventos
del futuro (que de hecho existen, como los autos a base de agua), sino los inventos
logrados secuestrando el lenguaje, cuando ya no importan los significados de
las palabras sino quiénes las acaparan y regurgitan: me refiero a abominaciones
como ‘la guerra humanitaria’ de la OTAN, la ‘defensa’ del derecho de Pinochet a
ser declarado senil en su repugnante cordura, la ‘defensa’ de la democracia y
las instituciones convertida en arma sistemática del atropello en países como
el mío, y ahora la ‘guerra preventiva’. La guerra que ya ni guerra es triunfa,
esa que acaba de rajar al mundo en parcelas liderada por la bushtia,
estableciendo un nuevo orden mundial con Bush de emperador y la ONU de
cenicienta sin hada madrina. La misma palabra guerra es un fuego artificial
para distraernos. Por lo menos las batallas de antes, por absurdas y sanguinarias
que fueran, eran luchas entre contrincantes plenos. Hoy hay víctimas, sobre
todo entre la población civil y desarmada, que reciben impactos aterradores
desde el cielo, mientras otros los observan en tierra y por televisión. Todos
a la guerra, calienta el sol. En Irak el embargo ya había causado la muerte
de medio millón de niños desde 1991 (ONU 2003). La ‘guerra’ contra Irak ha sido
un ataque de destrucción masiva contra un país del tamaño de una pulga que los
tres terribles tenores de las Azores incubaban en sus pellejos hacía tiempo.
Creo haber ya tergiversado lo suficiente el sentido de tu pregunta.
PA - Explicaste
una vez que tu libro Poemas de la guerra nació como un largo
luto que no lograba resolverse, un poco al igual que la situación social de tu
país. Ahora que el libro existe, ¿algo ha mudado en ti? ¿En qué medida el libro
te ha “aliviado” de un lloro largamente reprimido? ¿Puedes contarnos un poco
sobre la historia de este libro?
AT - Poemas
de la guerra es un testimonio, un yo acuso suavizado por los años (los
míos, digo), la distancia de mi país y mi nostalgia de él y, esto es lo más
importante, aromado por los sueños de tanta gente que he visto desfilar por
Holanda a lo largo de 15 años y que también llega a España, gente venida de
Colombia y que regresa a ella sin pedir nada a cambio sino continuar con la
labor inaplazable que se haya impuesto antes de tal vez ser asesinada. Mi libro
es un pan de cinco, que era el pan más sencillo y más barato cuando yo era niña
en Medellín; es un florero sin Llorente; es el ruido en un bosque sembrado
dentro de un estudio de grabación cuyas paredes no permiten pasar ni el
susurrar de tres hojas. O 165, para ser más precisa. Pero existen los clichés
(y hasta me encantan) y sí ha sido una especie de catarsis. Mi libro también es
una muestra de suerte, pues lo edité con una traducción muy bien pagada, en el
momento en que sentía el apremio de publicarlo. Por último, mi libro es un
libro que no se vende. No lo reciben en consignación en librerías en España porque
no hace parte de un fondo editorial, ni ha sido reseñado en la prensa ni a
nadie le importa, o casi a nadie (a vos sí te ha importado y eso me da fuerza).
Esto será impráctico pero también tiene algo de hermoso, ¿o seré como la zorra
del cuento y las uvas están verdes? Lo hace genuino que siga en sus paquetes de
veinte copias trepado en mis armarios de la sala, y el dolor con que lo escribí
y la admiración por la gente que lucha sin desfallecer, pero falleciendo,
masacrada no sólo en Colombia sino por todo el mundo, son genuinos. De algún
modo en esos textos empaqueté la pesadilla, he hecho de ella algo más manejable
para mí misma, egoístamente...
PA - El poeta
brasileño Mário Quintana escribió un poema maravilloso sobre la función del
poema. El poema se llama Emergência y dice: “Que faz um poema
abre uma janela (=ventana) [...] quem faz um poema salva um afogado”. Tú misma
te defines como “palabrera”. ¿Qué papel debe (o puede) ejercer para ti el
poeta?
AT - Los poetas no
servimos para nada y no hablo con modestia falsa ni verdadera. No somos seres
que calculan, ni es calculable nuestro valor. No sirviendo para nada en
específico, podemos servir para cualquier cosa. Somos una especie de comodín en
el naipe de la vida, como los payasos, las locas o las traductoras literarias,
todas ocupaciones donde el yo es desplazado o no cumpliría su función: la de
ser loca, poeta, etcétera. A mí me gustaría que un poema mío sirviera para
algo, como un set de palabras; para algo práctico como seducir
a un amor, tapar un hueco en la ventana, absorber una mancha… aunque como amo
los libros, me desdigo, no usen un poema mío para limpiar un reguero, por
favor.
PA - Escribiste
“Soy de un país que en su primer decreto/mandó asesinar todas las flautas/y
alzar un monumento/al clarinete traído de Europa” (Muñecas, en Medias
nonas, 1992). Vives en Europa hace muchos años, en Holanda y España. ¿Cómo
resuelves en tu día a día de escritora y de colombiana esta herencia colonial
retratada muy bien en tu poema?
AT - Creo que son
una suerte las cosas que mucho nos cuestan, los viajes que hacen de nosotras
exiladas o trashumantes, los caminos que nos producen nostalgias, dolores y
desconcierto, el colonizar o ser colonizada (relación que siempre implica
reciprocidad pero sin ser solidaria). Lo que ocurre es que no siempre podemos
reunir el coraje para decir ‘gracias. Gracias, vida, por haberme expulsado del
paraíso en el que nací; gracias, vida, por hacer que ya no sea de ninguna parte
y que ya no pronuncie a la perfección ni conozca de pe a pa ninguno de mis
idiomas; gracias, vida, porque ya no puedo acomodarme a tener un amor ni en
holandés ni en inglés ni en colombiano’ (creo que si tuviéramos ese coraje
siempre, nos convertiríamos en masoquistas de primera línea). Haberme criado en
Bogotá, Medellín y Nueva York, las tres patrias chicas que cargo en mí como
piedras lumbre, de esas piedritas blancas que al chocarlas una con otra metida
bajo la cama hacían chispitas, y haber sentido que tenía que salirme de mi país
a partir de noviembre de 1985, me han hecho más rica, aunque me hayan deparado
soledad y pobrezas muy variadas. Y mucha nostalgia de ‘mi gente’, peor que la
de un campesino que pierde su perrito en las montañas y lo quería tanto, que
decide enterrarlo, pero envolviéndolo primero en su ruana, así que también se
queda sin abrigo y siente mucho frío aquella noche en la montaña, aterido,
porque se le hizo tarde y es peligrosa la trocha de regreso y debe esperar un
nuevo día. Yo ando esperando un nuevo día para mi país hace más de 10 quilos y
17 años y no tengo señales ni de adelgazar ni de poder volver a una tierra que
me brinde un buen untado de esperanza y una TINAJA de PAZ en la cual
sumergirme, antes de desayunar con ese untado de esperanza.
A propósito de nuevo día y sin
responder pregunta alguna, Brasil es ese untado de esperanza en el pan del día
del hoy para mucha gente en el mundo, estoy segura, y quizás por eso no puedo
obligarme a responder preguntas venidas de Brasil, de forma menos fogosa y más
aplomada. Me emociona Brasil en el año 2003, quizás el que da comienzo a la
tercera guerra mundial. Con diez años menos y diez mil más de cualquier moneda
fuerte guardados allí estaría…
PA -¿Cuáles son
tus instrumentos de vida? ¿Las palabras o el silencio? ¿La risa o el llanto?
¿La lucidez del corazón, como decía Pascal, o aquella de la razón?
AT - He pensado
desde que tengo uso de prescindir de la razón, y esto sólo me ocurre a
conciencia en los últimos años, que es necesario pensar con el corazón y sentir
con la cabeza. No encuentro una definición más acertada de la poesía, ni una
posición más honesta frente a la gran incertidumbre que es la vida, cuya única
certeza es que morimos. Ese límite tan finito nos lleva a los seres humanos a
intentar búsquedas y luchas infinitas ‘mientras tanto’. Creo en no tener
que escoger a toda hora, a riesgo de estar ‘descartando’
ideas, actitudes y hasta personas, poblándome de prejuicios funcionales (la
lógica bipolar imperante nos ha conducido a la crisis actual); creo en los intersticios,
en los mientras tanto, en los ‘espacios en el medio’, cuya descripción
encontramos en las obras sobre Mary Poppins de M. L. Travers, The Space
Between que esa magistral narradora nos cuenta comparten en santa paz
el león y el cordero, es decir, los enemigos tradicionales, a medianoche de año
nuevo. Cada vida es un espacio en el medio, asumida sin desacatar tampoco la
voz del miedo propia de la condición humana.
PA - Anabel, en tu
poesía aparece nítidamente la voz lírica femenina, juzgando con ironía y humor
ciertos acontecimientos cotidianos. En otros poemas la ironía se hace crítica
conciente y aguda, como en los versos sobre Juana de Arco (Arco): “Fue
quemada al fin/por ser mujer/y tan femenina frente a su destino”. ¿Qué quiere
decir, para ti, ese “ser femenina” frente al destino?
AT - A las mujeres
nos han pasado y nos siguen pasando cosas terribles por el hecho de ser mujeres
y ningún ser racional puede negar que el mundo sigue siendo bastante
desequilibrado: no es más que mirar que siguen mutilándonos el clítoris en
nombre de la religión, lo que además del horror intrínseco que ello significa,
nos hace mucho más propensas a contraer el SIDA en las culturas sometidas a
dicha costumbre donde éste es pandemia; que no hay pago igual por igualdad de
trabajo en casi ninguna sociedad; que las mujeres aportamos el 60% del trabajo
del mundo y no poseemos ni el 10% de los medios de producción; que la violencia
doméstica contra la mujer y nuestros/as hijos/as no sólo continúa sino que va
en voraz aumento en todos los países; que el fundamentalismo renacido nos está
quitando libertades que ni siquiera a los antepasados más machistas se les
ocurrió quitarnos; que Nigeria ha resucitado la lapidación y por muchas firmas
que enviemos a AI, van a lapidar a Amina Lawal por adultera en menos de dos
meses, tan pronto acabe de amamantar a su hijo, y ningún país sanciona a
Nigeria por permitirlo ni hace nada frente a estos crímenes; que al hablar del
Consejo de Seguridad de la ONU, o de los líderes que lo componen, no hace falta
decir los y las líderes, pues siguen siendo todos hombres los que hoy nos
llevan de cabeza a crispaciones que pueden propiciar nuestra destrucción total,
etcétera. El etcétera rebasaría los límites de este número de Agulha y los
venideros.
Con el auge de los
fundamentalismos imperialista e islamista, las mujeres estamos perdiendo
terrenos que ya habíamos ganado, como los pierden otros movimientos surgidos de
la ‘sociedad civil’, por ejemplo el sindicalismo. El sexismo es un conjunto de
prejuicios sistemáticos, no aislados, y sólo puede erosionarse asumiendo
posturas políticas concientes. Podemos y debemos luchar por acabar con el
sexismo, sobre todo dentro de nosotras mismas. No importa tanto si a nivel
individual optamos por seguir colocando el plato de comida caliente sobre la
mesa y el florero en el centro. Sólo colocando también nuestra lucha contra la
inequidad sobre la mesa de nuestro entorno, como un legado vivaz para nuestras
nietas y nietos, iremos erradicando el sexismo. En ese sentido, no importa
tanto si la lucha hasta ahora fue perdida o dio frutos. Yo hoy en día me siento
un poco o muy fracasada en muchos campos, pero también estoy orgullosa de haber
fracasado, porque he puesto todo mi empeño en no dejarme tragar de nociones
ajenas de lo que constituye el éxito como mujer, definiciones que muchas veces
nos exigen a las mujeres ‘dar para recibir y no hacer para merecer’. Acá estoy
citando a Ofelia Uribe de Acosta, una admirable colombiana activista de los
derechos de la mujer.
Uno de mis
proyectos frustrados hasta hoy (tengo cantidades) es hacer un libro documental
ilustrado sobre Ofelia, sus publicaciones feministas y el movimiento de las
mujeres por el voto en Colombia, que oficialmente ni existió. Y aunque nunca
logre financiar y concluir mi libro, nada puede quitarme la investigación que
ya adelanté yo sola, ni el hecho de que yo conocí a Ofelia, pude conversar
largo y tendido con ella, aprendí de ella y fui testiga presencial de su
fuerza, su espíritu recio y combativo y su humor incomparable para sazonar los
silencios y frustraciones de la lucha feminista, enormes y difíciles de
compartir. No es sensato idealizar el feminismo. Las mujeres también sólo somos
humanas y somos tan fáciles de enceguecer con el poder como cualquier hombre;
también somos frágiles y podemos ser contradictorias, arbitrarias, oportunistas
y cobardes, y de hecho seguimos siendo demasiado sumisas y poco solidarias unas
con otras, ante el destino que nos deparan los medios y sus
señores.
PA -¿Y qué mujer
eres tú frente a tu destino?
AT - Soy una mujer
femenina y feminista, por lo tanto femininista; sola y acompañada, porque mis
amigos y amigas me quieren, y mi hija y mi hijo, y mis dos nietas y un nieto;
una mujer que sigue soñando despierta con el amor con más ahínco que nunca, a
medida que más lejano lo percibe, porque el amor es aquel ‘espacio en el medio’
por excelencia, esa dimensión donde lo cotidiano más nimio cobra magia y el
sentido primigenio de creación. Hace muchos años que vivo sin el amor dentro de
casa, por lo menos muchos años para mí, que he sido apasionada del, y hasta
adicta al amor. Pero me sé más a gusto conmigo misma. Trato de quererme yo
misma, aunque no siempre lo logro, lo que me recuerda un poema de mi primer
libro, Casi poesía, (1975), escrito cuando aún tenía quienes me
amaran de cerca, ‘me basto, sé quererme por todos los que no saben quererme’.
Un texto que de hecho resultó siendo premonitorio de mi vida actual.
Y es que además el
culto actual a la escisión, tanto en lo personal como en lo político, causa
estragos en el universo del amor. Se nos insta cada vez más a la
compartimentalización, no sólo en el campo científico y profesional, con el
consiguiente empobrecimiento del espíritu y también de la fuerza práctica para
enfrentarnos juntos a las amenazas tan colectivas que hoy pululan, o para
participar en el banquete colectivo que suponían tantas aficiones humanas que
hemos ido abandonando en masa. Los grandes manipuladores tras bastidores han
descubierto no sólo que dividir es reinar, retomando a Maquiavelo, sino que
fomentan a conciencia, a través del consumismo, su gran aliado, el espejismo de
que los seres humanos somos auto-suficientes. El auto-abastecimiento sin
distingos (pasando por alto que hay cosas inalienables para la vida que sólo
existen en unión o buscadas en conjunto, el amor y el humor, sin ir muy lejos),
es el ideal al que toda persona ‘civilizada’ debe aspirar. Esta es la lógica
que rige al mundo ‘desarrollado’, nutrida de la incomunicación y en la que el
amor, como otros sentimientos humanos, es visto con suspicacia, como enemigo o
por lo menos como debilidad. Los enemigos naturales de esta manipulación
secreta son los niños y la pareja, pues sus esencias mismas son la dependencia
(aunque no sólo la dependencia). No es fortuito que tendamos a ocuparnos de
nosotros mismos y a auto-satisfacernos, hasta con la ayuda de nuestros
respectivos gobiernos (les doy un ejemplo aberrante: hace unos dos años, la
televisión holandesa ‘normalita’, sin apelar a costosos cables privados,
transmite pornografía suave y no tan suave en cómodos intervalos sumamente bien
calculados: miércoles, viernes y sábados. Sobra decir que está orientada hacia
los hombres y mujer que quiera beneficiarse de tan esmerado servicio público
tendrá que adaptarse a gozar con dos o más mujeres acariciándose mientras un
hombre mira). Y es que aislando la pulsión sexo de todo rastro de sentimiento,
afecto o comunicación, esa isla en la que cada ser humano es instado a
convertirse hoy en día queda completa, palmeras incluidas; con la ventaja
adicional de que ni nos pueden dar SIDA ni otras EST y hasta bajarán entonces
los costos de atención pública a la salud.
PA - En poemas
como Mujer, Temiendo leer o Cometa te
pones del lado de las mujeres, no con la bandera del feminismo político, sino
con el poder revelador de la palabra poética, que abraza y dignifica, relata y
revela que las mujeres siempre fueron víctimas privilegiadas, junto a los
niños, de lo que llamas en el prólogo de tu libro Poemas de la guerra,
“un patriarcado dominado por el afán de acumular, la arrogancia y la fuerza, en
el que los regímenes sin democracia hallan su rico caldo de cultivo”.
AT - Déjame
recordar dos conceptos clave del mismo prólogo: primero que el patriarcado es
un sistema y no los hombres que lo componen y no es sólo los hombres. Y
segundo, que mientras los hombres fabrican, perfeccionan y venden sus armas,
las mujeres persistimos en la vida, pero lo único que hemos logrado con ello es
fabricar las víctimas, los desplazados y los verdugos que el patriarcado
requiere para sus guerras. Hablo del ‘efecto balancín’ para ilustrar el gran
desequilibrio causa y efecto de las profundas desigualdades que llevan el mundo
al caos. Las mujeres seguimos dominadas por la física más rudimentaria, la de
la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. ‘Ellos’ siguen dominando el
mundo y dominándonos, y lo que es peor, a nuestra infancia. Por eso no nos
queda más recurso que sacar las garras de la palabra para defender a esa niña
indefensa en la que está convertida la tierra en manos de la arrogancia, la
codicia y la violencia institucionalizadas que son las guerras: cualquier
guerra. Y las economías basadas en la ganancia y la importancia dada a las
armas y los desafueros asociados.
PA - Tu
poema El monte sin olivos es bien representativo de la
condición del colombiano que vive afuera del país: “Mi país es la sangre/de la
que vuelvo untada/todos los días/del Monte de Internet”. ¿Te consideras una
escritora en el exilio? ¿Te identificas con estos versos de Blanca Varela: “y
todo debe ser mentira / porque no estoy en el sitio de mi alma”? Donde está el
sitio de tu alma? Hay un sitio del alma o piensas que la condición del ser
humano es existencialmente la del deslugar?
AT - En cierto sentido, los
escritores todos - y todas, esto del español que es de por sí sexista exige la
torpeza de estar diciendo todos y todas para ser inclusiva - somos seres en el
exilio. Esas ‘misfits’ de las que hablaba John Steinbeck, las que no encajan.
Por otra parte, somos seres privilegiados, ya que el alma no está del todo
desarraigada mientras podamos tornar los ojos del alma a nuestro alrededor, no
juzgándolo sino compenetrándonos con el acontecer ajeno y apropiándonos de la
falta de certeza misma. Hace falta empatía para escribir, pero es la misma que
hace falta para leer, y si no existiera la empatía para leer, bonito oficio
tendríamos quienes escribimos, no crees? Yo hace mucho tiempo me profeso
terrícola y no me siento ni ‘extranjera’ ni ‘propia’ en ningún lugar. Y no es
que no haya sido objeto en ocasiones, muy dolorosas por cierto, del racismo
soterrado y de la xenofobia, viviendo en Holanda 15 años como viví. Pero no es
una xenofobia más dura que la que sufre a diario la gente pobre de mi país
frente a su gente rica, por poner un ejemplo fácil. Si ellos pueden con esa
xenofobia y al margen de las vidas de los más poderosos, que todo lo tienen, y
cuando no lo tienen lo toman no más, construyen sus vidas, ¿por qué no voy a
poder yo?
‘Los pobres’ van
forjando sus vidas, y en sus casas también entra la alegría y en ellas también
se consolida el poder de seguir viviendo, disfrutando de los hijos, la
solidaridad, etc. (hablo de la pobreza, no de esa miseria arrolladora que vemos
cada vez en mayores proporciones y con mayor indiferencia, esa miseria ajena
que nos traiciona a todos en nuestra condición humana, a quienes la sufren y a
quienes la fomentamos o toleramos). Sería inicuo romantizar la pobreza en una
época como la nuestra, en la que es la pandemia más grande que azota a la
humanidad y ni siquiera es señalada como tal. Por cuenta del consumismo
arrollador, el belicismo, la globalización del capital a la vez que se expulsa,
fragmenta y criminaliza la mano de obra que lo produce, y la concomitante
erosión de los derechos laborales, sindicales o simplemente humanos (como
aquellos consignados en la Declaración universal de los derechos humanos de
1948), la clase media nos hemos ido convirtiendo en nuevos pobres y los pobres
en miserables. Yo no soy pobre en el sentido clásico de lo que todavía llevamos
en el bagaje de la memoria como definición de la pobreza, aunque ya esta
definición no se compagine con la realidad: soy pobre por falta de acumulación
y carencia de un ingreso fijo, pero he tenido una educación fuera de serie,
muchas oportunidades, aunque no las haya ‘aprovechado’ muy bien; tengo techo,
que me pago yo misma, libertad para caminar por la calle y un sistema de metro
maravilloso al alcance de los pies; cómo oir música, ojos con qué leer, euros
sueltos con qué comprar la prensa y el pan, computadora u ordenador según el
español que esté hablando, etcétera etcétera. Pero el día que yo pierda la
brújula de la pobreza y la estrella que para mí han sido mis semejantes,
amistades y familia pobres, que tanto me han dado y enseñado, me habré muerto o
cuasimuerto.
PA - Cuáles son
tus influencias literarias más importantes?
AT - Tengo
influencias literarias convencionales, por fortuna. La voz y las canciones de
cuna de mi madre, los cuentos de Rin Rin Renacuajo, la Pobre
viejecita y canciones como Tengo una muñeca vestida de azul;
los villancicos y los Christmas carols; las veladas de conversación
en casa de mis padres; los cuentos de hadas porque leí desde los tres años; los
cuentos que me contaban no sólo mis padres sino las mujeres que trabajaban en
nuestra casa cuando vivíamos en Bogotá y Medellín (eran los hitos en mi día,
cuentos contados en la cocina mientras ellas pelaban papas y la cháchara de las
chicharras planeaba sobre el atardecer de las ventanas); las revistas de La
pequeña Lulú, Billiken y Bohemia; los incontables refranes
paisas, o gringos, que sigo oyendo en mi cabeza en la voz de mi madre, o en la
de los hermanos Marx, etc.; los tangos de Gardel, Magaldi, Cortés, Libertad
Lamarque; los bambucos y pasillos de Antioquia, ese himno que asciende el aire
esparciéndolo de ‘libertad, que perfumas las montañas de mi tierra’; los
boleros y también los musicales gringos e ingleses, como West Side
Story, Flower Drum Song, El Mikado, ya que soy un bonsai
anglohispánico. Después de los cuentos de Grimm, Andersen, José Martí, Wilde y
nuestras leyendas indígenas, la influencia más importante recién llegada a
Nueva York, a los ocho años, fue la de Mary Poppins, traducida al español. La
biblioteca del barrio y la Biblioteca Central de Nueva York con sus dos leones
bonachones tumbados a la entrada hacen parte de mi tatuaje literario. Por
supuesto que estudiando en EEUU, mis referentes han sido también autores y
figuras anglosajonas, Mark Twain, Louisa May Alcott, O. Henry, Harriet Beecher
Stowe, Lincoln y Washington, quien además de no decir mentiras, nunca supimos
porqué tuvo que tumbar el cerezo, la estatua de la libertad y más adelante
Shakespeare, etc. Pero en realidad me siento incómoda al hablar de mis
influencias literarias, porque ello suele convertirse, por lo menos entre
escritores, en una competencia estilo basura televisiva, ‘mira lo que he leido,
a quién he leido y cómo me queda de bien éste tal o ésta cual y qué fulgurante
me ha quedado el cerebro.’ Prefiero decir que he leído, que tengo épocas en que
leo mucho y épocas en que no paso de leer El País, que tengo
autoras que me deslumbran y pasan y otros que se quedan apagaditos junto a mi
nochero hasta que una noche antes de dormir, los enciendo con mis dedos.
PA - En una reseña
de Consuelo Triviño Anzola sobre tu último poemario, En un abrir y
cerrar de hojas, leemos: “Su ser femenino sin lugar a dudas determina no
sólo una manera de estar en el mundo, sino también y sobre todo, la
constitución de un yo poético que rastrea en la violencia política y humana,
tanto como en el reducido e infinito espacio hogareño”. Ella habla también de
“fortaleza espiritual”. En tu opinión, ¿hay alguna diferencia entre la
percepción femenina del mundo y la percepción masculina? Pienso en figuras como
Etty Hillesum y su “fortaleza espiritual”.
AT - Las mujeres
sí tenemos una manera distinta de abordar el mundo que se refleja en la forma
cómo abordamos las páginas en blanco. Pero esa es sólo una de las estructuras
superpuestas del gran kaleidoscopio que es la palabra escrita y no es crucial,
siendo importante. No concibo a ningún ser humano, hombre, mujer o transexual,
que no tenga fortaleza espiritual a la hora de leer, o de escribir, una obra
literaria. Las diferencias de género se hacen cruciales es por fuera de la
escritura, en el acontecer diario, en el accionar o la falta de accionar
político, en la manera como expresamos o dejamos de expresar solidaridad con el
dolor ajeno, nos identificamos con ‘la otra’ y asumimos la empatía; en nuestra
forma de comportarnos o dejar de comportarnos y sobre todo, en nuestras
prioridades. Si las mujeres estuviéramos a cargo del presupuesto de nuestros
países, estoy segura que ya no habría niños con hambre, sin agua potable y sin
escuela, y el presupuesto militar no sería como lleva tantos siglos siéndolo,
esa loca carrera armamentista que hace que ‘los hombres y los niños se
diferencien en el tamaño de sus juguetes’, un eslogan muy popular por los años
ochenta y que ya ni se menciona. Y es en esta diferencia milenaria que las
mujeres, no siendo seres morales superiores, lo cual sería un absurdo afirmar,
tenemos una visión más de conjunto - será por haber estado silenciadas y
marginadas tantos siglos - de lo que se necesita para sostenernos del mundo y
sostenerlo, así como nos hemos visto obligadas a ingeniar estrategias para
afrontar las carencias y atropellos. El problema radica en que así las mujeres
seamos ‘aerodinámicamente’ más capaces en nuestro fuero interno de emprender el
vuelo intelectual y emocional requeridos para cambiar las estructuras podridas
o estancadas que mantienen al planeta encallado en el oscurantismo de lo
bélico, hemos tenido que lidiar con muchos más grilletes y apenas estamos en la
etapa de reconocerlos y despojarnos de ellos… casi siempre a un costo personal
abrumador, que nos impide aproximarnos a nuestro verdadero potencial o
contribuir a reinventar el potencial del afuera. La tierra ha de ser un lugar
rutilante cuando nuestras nietas y nietos lleguen a ser la generación que
maneja el mundo, si no la hemos destruido para entonces. Olvido mis pocos
conocimientos de estadística, pero sé que hay un porcentaje de probabilidad de
que la tierra cambie y otro de que no haya tierra qué cambiar.
PA - Cómo son, si
es que tienes, tus contactos con la vida literaria de Colombia?
AT - El año pasado
estuve en Colombia, tras casi seis años. Quería mucho asistir al Festival de
Poesía en Medellín, tanto que acepté ser ‘invitada’ sin que ni el Festival ni
ninguna otra institución o agente me financiara tan siquiera un quilómetro de
los muchos que viajé para llegar allá (después de regresar, he constatado que
otras personas que ni eran poetas invitados viajaron al festival con todos los
gastos pagos desde Europa y ello aún me indigna). La experiencia del festival
fue algo que me sacudió los cimientos emocionales y no me he recuperado del
todo, tanto en términos de desencanto como de alegrías, éstas últimas deparadas
por el haber vuelto a ver mis montañas y a mis amigos, y por recibir el afecto
de un público inimaginable, multitudinario. Medellín es una ciudad sitiada por
el miedo donde el festival constituye una tregua de doce dias para salir y
recorrer la ciudad toda, al amparo de la lumbre de las palabras, y la gente
responde con una cálida presencia. Mi mejor amigo ‘literario’, y quizás el
único cómplice en las letras que me quedaba en Colombia, murió también el año
pasado en Medellín, y era el poeta José Manuel Arango. Muerto él, me he
sumergido en un enorme silencio frente a Colombia, un silencio que sólo muy de
vez en cuando rompen con sus correos o con sus voces algunas pocas amistades o
mi familia, entre quienes no figuran ni literatos ni intelectuales de oficio.
Tengo poca correspondencia con escritores, ni de Colombia ni de fuera. Soy una
pintora de domingo cuya caja de pinturas está medio seca, y esa es la única
pobreza de la que sí me resiento, ferozmente, sin que me sea ningún consuelo
que la comparten muchísimos más palabreros: no disponer del tiempo para
escribir ´como debería ser’, porque sabemos de entrada (y muchos vamos de salida)
que sin dedicarnos a escribir, garantizado primero el pago de las cuentas,
nuestras mejores obras es dudoso que se escriban... ¡váyase a saber si para
bien o mal de la humanidad!
PA - Has preparado
la traducción al inglés del libro Este lugar de la noche de
José Manuel Arango. Qué es para tí la labor de traductora? ¿Un desafío, un
aprendizaje, un diálogo silencioso, una reescritura?
AT - Traducir ha
sido la forma de ganarme la vida hace mucho tiempo, más del que quisiera (estoy
un poco harta de ello y además se me ha vuelto un trabajo muy precario desde el
2001). Pero sólo a partir de una charla que preparé en 1999 para un seminario
en la U. de Middlesex, reflexioné sobre lo que representó para mí ser bilingüe
desde pequeña y una voraz lectora en ambas lenguas (mi charla se tituló Mother
Tongue and Fairy Godmother: Growing Up Bilingual in Manhattan and Brooklyn).
Durante ese seminario me enteré que había un concurso de traducción literaria
de una asociación británica y le escribí a José Manuel porque quería traducir
un libro suyo. Elegí Este lugar de la noche y él me prometió
su ayuda y durante unos dos meses los correos entre nosotros iban y venían. Yo
le mandaba opciones seriadas o qué querías decires porque a
veces sus textos me resultaban herméticos, viniendo, como él venía, desde la
filosofía. José Manuel conocía a fondo el inglés y la traducción hecha bajo
estas condiciones me llenó de entusiasmo y sentido de propósito. Yo funciono
muy bien con tareas concretas, eso también me impide sacar lo mejor de mí, que
me quedé estancada en una metodología escuelera que no corresponde a mi nivel
de destreza ni a mi edad. Cuando gané el primer premio en el concurso, fue un
premio adicional; el premio ya era el libro. Y fue un reconocimiento justo
frente a la obra de Arango, esencialmente sobria, callada y muy auténtica. Como
él. Los poemas de José Manuel son quietos y de repente pasa por ellos una brisa
que los eriza.
En todo caso, la experiencia
de traducir poesía me ha dado una nueva ilusión y la he continuado, a título
personal; el año pasado tuve una estancia de un mes en la Casa del Traductor en
Tarazona y traduje otro libro de José Manuel, Montañas - él
acababa de morir y no alcancé a mandarle ni un borrador de ningún poema- además
de traducir al inglés una selección de unos treinta poemas del poeta de
Zaragoza Ildefonso Manuel Gil, a quien mucho admiro (Nota: hace dos semanas, el
30 de abril, asistí a su entierro). Estas traducciones están guardadas en mi
famoso cajón porque esencialmente sólo me interesaban a mí, o por lo menos no
he tenido la habilidad para interesar a nadie más por ellas. Pero aparte de la
ilusión de descubrir este nuevo hobby, traducir poesía también me ha puesto
triste, porque he sentido, o hasta sabido, que he perdido el tiempo traduciendo
un montón de cosas que si bien me han interesado, y si bien no han sido
claudicaciones totales (no he hecho traducciones comerciales ni demasiados
‘ladrillos´), esencialmente no me han dejado nada. No ‘queda’ nada de ese
trabajo. Esto me lleva a pensar que, al no haberme dedicado a la traducción
literaria a lo largo de más de treinta años de traducir, he desaprovechado un
don, dándole mi sangre a un vampiro que ni siquiera era real. La traducción
literaria paga mal, por regla general, y yo he tenido que vivir de lo que
traduzco y esa es la verdad escueta. No he tenido capacidad para vivir,
escribir, criar a mis dos hijos, ganarme la vida, traducir como oficio y
también traducir como vocación, como lo requeriría la traducción literaria.
En cuanto a la
vocación de anonimato que requiere una buena traducción, el ser tan neutral que
otra escritora o escritor te pueda traspasar porque tú lo permites y pones tu
don al servicio de su don, lo que debe ocurrir para el bien del texto, es algo
que se me da con facilidad y cuyo reto disfruto. Una buena traductora es ante
todo invisible. Los traductores sólo nos ‘notamos’ cuando metemos la pata, y en
ese momento sí quedamos al descubierto, en el patíbulo, y no ante un solo
verdugo sino ante muchos. Yo no estoy de acuerdo con la corriente tan en boga
en la que el traductor se considera tanto o más importante que el autor, y el
autor pasa a segundo plano porque en la traducción su obra se ‘reescribe’ y
hasta ‘es mejorada’, como he escuchado a vanguardistas expertos afirmar que
hacen. A mí si me van a traducir que me traduzcan, no que me re-escriban ni
reinterpreten, ¿que para eso mejor que escriban sus propios textos, no, ya que
todo el mundo es libre de crear lo que se le antoje?
PA - Cuáles son
tus proyectos literarios futuros?
AT - Estoy un poco
baja de pilas con respecto a mis proyectos literarios. Tenía mucha ilusión de
venirme a vivir a Barcelona porque pensaba que ello iba a terminar con una
etapa de aislamiento en la que llevo mucho tiempo. Traducir y escribir son
oficios esencialmente solitarios, y separarse del último marido también y llevo
cinco años sola. Aunque estoy mucho más satisfecha viviendo en una de mis dos
lenguas nativas, todavía no se me ha dado una relación dinámica con el medio de
los que escriben. Un factor de peso es que mucha literatura en Cataluña se
produce en catalán, lo cual es lógico, siendo una lengua oficial y además la
más sentida. Y quizás tambièn influye que siento que comienzo a impersonarme a
mi misma cuando no estoy escribiendo a torrentes, o ni siquiera con frecuencia,
y por ello no he puesto empeño en ‘codearme’ con palabreros y palabreras. En
octubre comencé una novella, Las sábanas de mis vecinos, con cierto
entusiasmo, pero murió de invierno, o por lo menos está hibernando. Quizás la
saque del cajón ahora en primavera. El verano pasado tuve una beca para
escribir en Lavigny, Suiza, y trabajé en un libro de poemas en inglés, que por
el momento se llama Human Wrongs (título que hasta ahora me
resulta intraducible). Es una mirada al drama desgarrador de los inmigrantes,
refugiados, solicitantes de asilo, a quienes huyen de tantas barbaries, una
mirada desde mi aquí y ahora que es Europa a comienzos del siglo veintiuno.
Busco humanizar a los sin papeles, hoy convertidos en enemigos y
chivos expiatorios de la ‘Fortaleza Europa’, ya que la primera regla para
atizar los conflictos es deshumanizar al enemigo.
Con Human
Wrongs busco escribir un libro concebido y continuado en inglés, sin
estar vadeando de un agua a otra como suelo hacer, a ver qué me sale con esta
restricción. Por lo general las restricciones son buenas para la creatividad,
si no son excesivas. Tengo además dos libros de poemas empezados hace
tiempo, Agua herida yPaper Cuts, y una novela
‘desistida’. Todo esto ya requiere de varios cajones, pero por fortuna mi piso
actual contiene muchos armarios. En Lavigny también comencé lo que yo llamo mi
película de Hollywood, un cuento sobre una abuela frustrada pero no puedo decir
una palabra más, pues cualquiera me lo quita, es un idea fantástica. Quizás
debería seguir un curso de guiones para terminar ese relato. Ese y mi texto
sobre la fauna masculina antioqueña son los dos únicos textos que podrian tener
un éxito comercial, y no me extraña nada que no los haya terminado, soy tan mala
negociante.
PA - Cómo nació en
tí la voluntad de escribir en inglés? A qué se debe?
AT - Cuando de
pequeña llegué a Nueva York, la primera clase a la que asistí, en la parte alta
de Manhattan, tenía unos 35 hispanohablantes, y sólo UNA de ellas hablaba
inglés, una niña que iba de un lado a otro todo el día traduciendo entre
nosotros y la maestra (la maestra no sabía una palabra de español). Ocho meses
más tarde, nos mudamos a Brooklyn y allí mis hermanos y yo éramos los únicos
hispanos de P.S. 89. Mis tareas eran en inglés y siempre incluían alguna
composición, poema, o carta inventada: a una fantasma, a un árbol, a Teodoro
Roosevelt o al tendero. Tanto en mi casa como en EEUU crecí creyendo que
escribir era como cualquier otra materia, como las matemáticas o el dibujo,
algo que simplemente todo el mundo hacía, con más o menos pericia pero nada del
otro mundo. Esto nunca lo podré agradecer lo suficiente. Así pues, la voluntad
de escribir en inglés nació porque tenía que entregar mis tareas. Y le cogí el
gusto a escribir de nuevo, porque ya de muy pequeña había escrito cuentos de
hada en español en la máquina de escribir de mi padre, en Medellín.
Cuando estaba en
sexto de primaria en Brooklyn, coroné mi carrera literaria pues creo que nunca
alcanzaré otro honor semejante. El profesor me nombró Poet Laureate por
un poema que escribí a Mark Twain, en el que supuestamente usé una técnica que
no era posible a mi edad me la hubiera inventado yo misma sin haberla leído,
pero si. Me la había inventado y Mr. Max Farb optó por creerme y me dio mi
único título honorífico. En las cartas que le escribía a mi papá Nacho se nota
que había ido adquiriendo muchos errores en español, como poner los días y los
meses con mayúscula, etc., y fue sólo a partir de una decisión muy conciente,
tomada cuando tenía unos veinte años y regresé a Colombia ‘del todo’, que me enseñé
a escribir en español de nuevo. Ahora siento que el español es mi lengua
materna, pero el inglés no dejará nunca de ser mi hada madrina, y no siento
para nada eso que por desgracia siente tanta gente en otras culturas, que no
logran asimilar la otra lengua. Con esa experiencia sólo me topé de adulta. He
tenido un freno frente el holandés, ridículo en alguien de mi escolaridad e
interés por las lenguas (otro proyecto inconcluso es poder hablar el holandés
sin fallas. Me sé todas las palabras al leerlo, pero soy incapaz de ponerlas
todas juntas).
PA - Qué
diferencia tiene tu poesía escrita en inglés con respecto a aquella en
castellano? Hablan las dos desde una misma estética, o el idioma de alguna
manera influye sobre tu proceso de creación?
AT - Por razones
extra linguísticas, me siento mucho más juguetona y más suelta, más libre,
escribiendo en inglés. El español me ha traido muchos muertos, derrotas y
atropellos, pero además está más conectado con momentos muy íntimos, ya sea
gozosos o desgarradores, donde el lenguaje hasta sobra o por lo menos queremos
guardarlo oculto para saborearlo o congraciarnos con sus espinas. Por eso sé
que el español es mi lengua madre, porque es el idioma en el que callo y en el
que canto, y me gusta cantar. Confrontando los textos, sin recurrir a la trampa
de la memoria, creo que sería fácil advertir qué textos fueron escritos primero
en inglés, aunque quizás yo misma no podría dilucidarlo en forma imparcial.
PA - Si tuvieras
que traducir tus poemas castellanos al inglés, lo harías tú misma o preferirías
que um traductor - exterior al texto - lo hiciera?
AT - Me da igual. Es interesante ver versiones
ajenas de tus textos, aunque no deja de producir inquietud y sobresalto, sobre
todo por eso de ser traductora y no poderme zafar de los gajes del oficio (ni
de mis propios prejuicios). Motivo de sufrimiento al ser traducida a otra
lengua es que ese ritmo interior que manejas, ese que te dice que en esta línea
son cinco sílabas porque sí, no seis ni cuatro, es difícil que coincida entre
traducido y traductor. De hecho he traducido o escrito versiones de mis poemas
de una lengua a otra, y como soy desordenada a veces escribo un poema en
inglés, por ejemplo, lo traduzco, lo publico en un libro o lo envío a una
revista, y luego, tiempo después voy a traducir el libro entero y ya no
encuentro el original, así que tengo que retraducir lo ya traducido y advierto
que he perdido, si no todo, algo, de la forma como fue concebido.
En el 2000 con una
beca de un mes de traducción literaria en la Universidad de Norwich, terminé el
borrador de las traducciones de tres de mis libros, Casi poesía (1975,
1984), Las Bocas del amor (1982) y Medias nonas (1992),
pero nunca he podido sacar el tiempo para pulirlas y luego repasarlas con mi
editora de cabecera, gran amiga que disfruta hacer esta labor de costura
juntas. Kathleen Boet es una amiga incondicional que, siendo inglesa, me acepta
usar una palabra ‘peor’ que una que ella considera ‘mejor’, si yo le alego que
es que necesito dos sílabas más. Ahora como ella vive en La Haya y yo en
Barcelona, la probabilidad de que ello ocurra es menor, a menos que hagamos un
complot deliberado. Lo que tampoco es imposible. Mi vida de ahora es bastante
portátil, a pesar de yo no tener ordenador portátil. A lo mejor un día me voy a
su casa unas semanas y acabo esas versiones. Y luego ya podrán quedar en mis
famosos cajones, pero por lo menos si llega un editor que quiere publicarme en
inglés, tendré listos siquiera tres libros.
Mis cajones
necesitaban tinta fresca y desde el 2002 no termino ningún proyecto literario.
Así que estoy contenta de por lo menos haber terminado esta entrevista y
gracias por oírme. Perdón porque como dicen en Medellín, he hablado más que una
lora mojada en leche, y cómo me gustaría saber de dónde proviene ese refrán,
pero no he podido averiguarlo. Si alguien lo sabe, escríbame.
1 comentario:
Esta entrevista reaparecida es un extraordinario autorregalo de cumpleaños. Me permitió recomponer los recuerdos que me quedan de ti. Abrazos
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