Por
Andrés Romero Baltodano
Quien creería que cuando conoce a alguien y presenta con su “nombre de pila” (expresión que se refiere a la pila bautismal) y sus apellidos, pasado el tiempo, cuando la relación se hace más profunda y el cariño surge entre las dos personas, se empeñan en buscarse generalmente un nombre hipocorístico (del griego hypokoristikos=acariciador) que de acuerdo a la lengua recorta, suma o hace un giro metamórfico del nombre original. Ocurre en los rodajes de películas, que al estar ya una semana juntos en una sola locación, es muy difícil escuchar que entre los miembros del equipo se nombren por aquellos nombres de origen alemán como Alberto (cuyo sufijo “berto” significa brillante y se relaciona con al guerra) o María de origen Arameo (los antepasados de los ahora cuestionados Libios, Jordanos o Iraquíes) ya que los diminutivos o superlativos convierten el cariño momentáneo en nombre.
Así los Antropónimos (nombres) se han generado a partir de miles de razones y tienen que ver con los lazos que se dan por territorio o apelativos o denominadores de algo o alguien.
Pero si los nombres y los apellidos que vienen de diversos orígenes (toponímicos, patronímicos, de oficios, apodos con influencia en la inquisición y otros castellanizados según varios textos de historia de los apellidos), se instalan en la sociedad como una forma de identificar a los ciudadanos de cada territorio, esto queda un poco para la oficialidad de la” tramitología” (enfermedad contemporánea para la cual cada vez esta más lejos una cura efectiva) los verdaderos nombres que las personas usan en su intimidad y en las relaciones amistosas son otros (de hecho muchas veces los avisos mortuorios aclaran que el muerto no era Claudio Hernando Jiménez sino que lo ponen en su exacta dimensión: el señor Claudio “Temblores” Jiménez ha muerto y así muchos de sus conocidos identifican aquel cadáver).
Pareciera que los nombres, que entre otras no son escogidos por cada “paciente” (o sufriente en algunos casos, que tiene que cargar toda la vida con esa “cruz” de un nombre foráneo a sus intereses o sus gustos), sino por sus padres, quienes a partir de millones de caprichos, gustos, homenajes, esnobismos, altisonancias, familiaridades o sinrazones, le “siembran” uno, dos, tres o cuatro nombres, se hicieron solo para las oficinas, colegios, notarías, actas de defunción o registros civiles y todo organismo que propenda por el orden y la exactitud de la toponimia.
Pero en la vida diaria, el nombrar a alguien por su nombre a secas, pasa a ser casi un “isnsulto” leve, en la medida que cuando las madres están demasiado enojadas con sus cachorros, los nombran con todos los nombres, sin ningún apelativo ni medianamente cariñoso.
Es aquí donde aparecen las “máscaras del nombre” lo que la policía llama “alias” (estarán enterados de su origen del latín “Alia nomine cognitu” conocido por otro nombre como?) y en las calles se llama apodo (en Colombia en las costas son unos verdaderos magos para esta ciencia de la toponimia popular) y en el mundo virtual “nickname”, en el arte entra en la categoría de pseudónimo (se diferencia del apodo en que se supone es secreto) y sobre este concepto será el pseudónimo de Superman Clark Kent? o el de Spiderman Peter Parker? .
Qué de secreto tienen las identidades “secretas” que se puedan denominar pseudónimos? El arte, así como la política de la “otra orilla”, es pletórico en pseudónimos, que al indagar tienen miles de raíces.
Un tipo de pseudónimo es el denominado “Nomi de guerre” creado por la Legión Extranjera Francesa (pioneros de la “bella” costumbre de crear mercenarios de todo tipo, en guerras regulares o irregulares, desde el siglo XIX) y que posteriormente fueron adoptados por nombres alternos que usan militantes de organizaciones como ETA, IRA, EZLN y otros, donde sus militantes adoptan estos pseudónimos de guerra (recuerdan nuestra criolla “Chiqui” del M-19?).
Los pseudónimos no sólo son usados por brillantes escritores ni actores hollywoodenses, sino también por deportistas que se autodenominan “kid” (recuerdan al famoso cubano Kid Chocolate? o a nuestro malogrado Kid Pambelé?) o “pelusa” o “la bruja” o “la pulga” o etc.
Los pseudónimos no solo se dieron por cariño o por tratar de esconder la verdadera identidad, sino que en el caso de las mujeres (género dominado y excluido de las historias del arte en general) han tenido que usarlo para poder ser visibles como en los casos de George Sand y James Tiptree Jr. (Alice B. Sheldon).
Y de allí se derivan miles de personas que en el arte son conocidas por un nombre y su nombre notarial nunca fue conocido sino por un despistado ciudadano de Oregón que les compró el carro.
La Moviola les presenta algunos de ellos:
Balthus (pintor de lo erótico con pseudónimo) era en realidad Balthazar Klossowski.
Máximo Gorki (dramaturgo férreo y terrígeno) era en realidad Alexei Maximovich Peshkov.
Barba Jacob (poeta colombiano de las luces y los balcones rotos) era en realidad Miguel Angel Osorio.
Madonna (el icono de la música gay) es en realidad Louise Verónica Ciccone.
Jean Sibelius (un finlandés que hace temblar los oídos con su música) es en realidad Johan Julius Christian.
Virginia Woolf (escritora inglesa que nos hace sentir “las olas”) era en realidad Virginia Stephen.
Le Corbusier (el arquitecto de la poética del espacio) era en realidad Charles Edouard Jeanneret.
Y aunque en nuestro país estemos más acostumbrados a los alias (gordo lindo, monoleche, HH, Popeye, etc) es interesante ver como muchos nacen llamándose de una manera y resultan conocidos por toponimias populares, secretas o simplemente que suplantan hasta su sexo (en la cédula se llaman Jaime, etc) pero en la noche oscura toman el nombre de Xiomara).
Los pseudónimos: el “lado oscuro de la luna” de tantos, que no cabrían en los dedos de la mano.
Andrés Romero Baltodano
Quien creería que cuando conoce a alguien y presenta con su “nombre de pila” (expresión que se refiere a la pila bautismal) y sus apellidos, pasado el tiempo, cuando la relación se hace más profunda y el cariño surge entre las dos personas, se empeñan en buscarse generalmente un nombre hipocorístico (del griego hypokoristikos=acariciador) que de acuerdo a la lengua recorta, suma o hace un giro metamórfico del nombre original. Ocurre en los rodajes de películas, que al estar ya una semana juntos en una sola locación, es muy difícil escuchar que entre los miembros del equipo se nombren por aquellos nombres de origen alemán como Alberto (cuyo sufijo “berto” significa brillante y se relaciona con al guerra) o María de origen Arameo (los antepasados de los ahora cuestionados Libios, Jordanos o Iraquíes) ya que los diminutivos o superlativos convierten el cariño momentáneo en nombre.
Así los Antropónimos (nombres) se han generado a partir de miles de razones y tienen que ver con los lazos que se dan por territorio o apelativos o denominadores de algo o alguien.
Pero si los nombres y los apellidos que vienen de diversos orígenes (toponímicos, patronímicos, de oficios, apodos con influencia en la inquisición y otros castellanizados según varios textos de historia de los apellidos), se instalan en la sociedad como una forma de identificar a los ciudadanos de cada territorio, esto queda un poco para la oficialidad de la” tramitología” (enfermedad contemporánea para la cual cada vez esta más lejos una cura efectiva) los verdaderos nombres que las personas usan en su intimidad y en las relaciones amistosas son otros (de hecho muchas veces los avisos mortuorios aclaran que el muerto no era Claudio Hernando Jiménez sino que lo ponen en su exacta dimensión: el señor Claudio “Temblores” Jiménez ha muerto y así muchos de sus conocidos identifican aquel cadáver).
Pareciera que los nombres, que entre otras no son escogidos por cada “paciente” (o sufriente en algunos casos, que tiene que cargar toda la vida con esa “cruz” de un nombre foráneo a sus intereses o sus gustos), sino por sus padres, quienes a partir de millones de caprichos, gustos, homenajes, esnobismos, altisonancias, familiaridades o sinrazones, le “siembran” uno, dos, tres o cuatro nombres, se hicieron solo para las oficinas, colegios, notarías, actas de defunción o registros civiles y todo organismo que propenda por el orden y la exactitud de la toponimia.
Pero en la vida diaria, el nombrar a alguien por su nombre a secas, pasa a ser casi un “isnsulto” leve, en la medida que cuando las madres están demasiado enojadas con sus cachorros, los nombran con todos los nombres, sin ningún apelativo ni medianamente cariñoso.
Es aquí donde aparecen las “máscaras del nombre” lo que la policía llama “alias” (estarán enterados de su origen del latín “Alia nomine cognitu” conocido por otro nombre como?) y en las calles se llama apodo (en Colombia en las costas son unos verdaderos magos para esta ciencia de la toponimia popular) y en el mundo virtual “nickname”, en el arte entra en la categoría de pseudónimo (se diferencia del apodo en que se supone es secreto) y sobre este concepto será el pseudónimo de Superman Clark Kent? o el de Spiderman Peter Parker? .
Qué de secreto tienen las identidades “secretas” que se puedan denominar pseudónimos? El arte, así como la política de la “otra orilla”, es pletórico en pseudónimos, que al indagar tienen miles de raíces.
Un tipo de pseudónimo es el denominado “Nomi de guerre” creado por la Legión Extranjera Francesa (pioneros de la “bella” costumbre de crear mercenarios de todo tipo, en guerras regulares o irregulares, desde el siglo XIX) y que posteriormente fueron adoptados por nombres alternos que usan militantes de organizaciones como ETA, IRA, EZLN y otros, donde sus militantes adoptan estos pseudónimos de guerra (recuerdan nuestra criolla “Chiqui” del M-19?).
Los pseudónimos no sólo son usados por brillantes escritores ni actores hollywoodenses, sino también por deportistas que se autodenominan “kid” (recuerdan al famoso cubano Kid Chocolate? o a nuestro malogrado Kid Pambelé?) o “pelusa” o “la bruja” o “la pulga” o etc.
Los pseudónimos no solo se dieron por cariño o por tratar de esconder la verdadera identidad, sino que en el caso de las mujeres (género dominado y excluido de las historias del arte en general) han tenido que usarlo para poder ser visibles como en los casos de George Sand y James Tiptree Jr. (Alice B. Sheldon).
Y de allí se derivan miles de personas que en el arte son conocidas por un nombre y su nombre notarial nunca fue conocido sino por un despistado ciudadano de Oregón que les compró el carro.
La Moviola les presenta algunos de ellos:
Balthus (pintor de lo erótico con pseudónimo) era en realidad Balthazar Klossowski.
Máximo Gorki (dramaturgo férreo y terrígeno) era en realidad Alexei Maximovich Peshkov.
Barba Jacob (poeta colombiano de las luces y los balcones rotos) era en realidad Miguel Angel Osorio.
Madonna (el icono de la música gay) es en realidad Louise Verónica Ciccone.
Jean Sibelius (un finlandés que hace temblar los oídos con su música) es en realidad Johan Julius Christian.
Virginia Woolf (escritora inglesa que nos hace sentir “las olas”) era en realidad Virginia Stephen.
Le Corbusier (el arquitecto de la poética del espacio) era en realidad Charles Edouard Jeanneret.
Y aunque en nuestro país estemos más acostumbrados a los alias (gordo lindo, monoleche, HH, Popeye, etc) es interesante ver como muchos nacen llamándose de una manera y resultan conocidos por toponimias populares, secretas o simplemente que suplantan hasta su sexo (en la cédula se llaman Jaime, etc) pero en la noche oscura toman el nombre de Xiomara).
Los pseudónimos: el “lado oscuro de la luna” de tantos, que no cabrían en los dedos de la mano.
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