( CUENTO INEDITO)
Por
Nini Sánchez
“con mi cuerpo al lado de su cuerpo, con mi alma al lado de su alma (pero sólo al lado ¿comprendes?)”
Sándor Márai
Despierto y siento frio, la mañana normalmente es más acogedora, normalmente se me pegan las sábanas al cuerpo y me envuelve el calor de su cuerpo que nunca se enfría, que calienta mis pies cuando llego tarde y triste por la calle oscura.
Abro los ojos y la habitación está iluminada por una luz mortecina, es uno de esos amaneceres que se cuelgan de la luz de la tarde y pareciera que oscurece en vez de aclarar. ¿Por qué esta pesadumbre? Todo está igual que ayer, tranquilo como las cosas de la casa, todo respira bajo el mismo ritmo y se acomoda de la forma inalterable que toman los muebles con el tiempo, con esa imagen fija que perdura en la memoria a pesar de los años y que nos deja una única mirada estática en las pupilas.
Volteo y él está ahí, tiene los ojos cerrados, duerme aún, respira sin pausa y sin prisa, lleno de la certidumbre del descanso se mueve como si fuera a despertar, pero en su lugar sigue durmiendo, sonríe, se queda unos instantes más en la distancia del sueño, en su calma inconsciente.
Me levanto y siento todo el frio de la mañana en el cuerpo, la piel se me eriza y busco en la cocina un sorbo de café que cubra todo del olor de este día, tan…
Miro al espejo una mujer que tiene unos ojos hermosos, grandes, provocativos, pero que está como ausente, lejana dentro de tanto objeto, incapaz de reconocerse en la casa y que sale a recorrerla desnuda como calentando con sus pasos el tiempo que amanece en ella.
Abro los ojos y siento que ya he despertado, miro a mi lado y él aún duerme, se mueve y al despertarse me mira como mirando un espejo en el que se refleja su rostro y sonríe con la imagen vacía del que práctica una mueca, un gesto que debe mostrar en público todo el día.
No hay café, aquí nunca hay café, deseo tanto un sorbo en este momento, pero en esta casa no se toma tinto, no es bueno para mi salud ni para mi digestión, me dice… yo creo que es cierto, que él se preocupa y lo dejo hacer y decir sin vacilación, tal vez todo sea para bien.
Hoy amanece y ya no hay más luz, ya no hay manera de llenar el espacio de esta habitación ni de sus espacios contiguos; hoy ya no hay anhelos de café, ni aromas, ni calor, ni…
Me levanto y mis pies recorren la distancia penosa de verme en el vacio de la casa, todo sigue en su lugar: los libros que compramos y leímos, los que no leímos también están apilados esperando su turno para saltar del estante. Siempre me gustó esa biblioteca, era como un muro que nos dividía y que ambos habíamos construido palmo a palmo, hasta en lo absurdo y caótico de su composición.
Todos me saludan y desayunamos juntos y sonreímos como se sonríe todos los días y se desea que sigamos siendo invariablemente felices.
Amanece pero ya nada en esta casa puede sonreír, la imagen del espejo se desdibuja en sombras y no logro decir nada a nadie, a mí, a él… es terrible, pero un día, en el recorrido hacia el baño, buscando amanecer, me perdí en el camino, olvidé por qué caminaba, bajé las escaleras, apenas vestida y eché a andar sin destino. Tenía la puerta tras de mí, su rostro de buenos días, su mueca perfecta de satisfacción, la familia que me pidió, el hijo que debía llegar, el hogar que soñó e hizo realidad conmigo, pero algo faltaba y salí a buscarlo.
Por
Nini Sánchez
“con mi cuerpo al lado de su cuerpo, con mi alma al lado de su alma (pero sólo al lado ¿comprendes?)”
Sándor Márai
Despierto y siento frio, la mañana normalmente es más acogedora, normalmente se me pegan las sábanas al cuerpo y me envuelve el calor de su cuerpo que nunca se enfría, que calienta mis pies cuando llego tarde y triste por la calle oscura.
Abro los ojos y la habitación está iluminada por una luz mortecina, es uno de esos amaneceres que se cuelgan de la luz de la tarde y pareciera que oscurece en vez de aclarar. ¿Por qué esta pesadumbre? Todo está igual que ayer, tranquilo como las cosas de la casa, todo respira bajo el mismo ritmo y se acomoda de la forma inalterable que toman los muebles con el tiempo, con esa imagen fija que perdura en la memoria a pesar de los años y que nos deja una única mirada estática en las pupilas.
Volteo y él está ahí, tiene los ojos cerrados, duerme aún, respira sin pausa y sin prisa, lleno de la certidumbre del descanso se mueve como si fuera a despertar, pero en su lugar sigue durmiendo, sonríe, se queda unos instantes más en la distancia del sueño, en su calma inconsciente.
Me levanto y siento todo el frio de la mañana en el cuerpo, la piel se me eriza y busco en la cocina un sorbo de café que cubra todo del olor de este día, tan…
Miro al espejo una mujer que tiene unos ojos hermosos, grandes, provocativos, pero que está como ausente, lejana dentro de tanto objeto, incapaz de reconocerse en la casa y que sale a recorrerla desnuda como calentando con sus pasos el tiempo que amanece en ella.
Abro los ojos y siento que ya he despertado, miro a mi lado y él aún duerme, se mueve y al despertarse me mira como mirando un espejo en el que se refleja su rostro y sonríe con la imagen vacía del que práctica una mueca, un gesto que debe mostrar en público todo el día.
No hay café, aquí nunca hay café, deseo tanto un sorbo en este momento, pero en esta casa no se toma tinto, no es bueno para mi salud ni para mi digestión, me dice… yo creo que es cierto, que él se preocupa y lo dejo hacer y decir sin vacilación, tal vez todo sea para bien.
Hoy amanece y ya no hay más luz, ya no hay manera de llenar el espacio de esta habitación ni de sus espacios contiguos; hoy ya no hay anhelos de café, ni aromas, ni calor, ni…
Me levanto y mis pies recorren la distancia penosa de verme en el vacio de la casa, todo sigue en su lugar: los libros que compramos y leímos, los que no leímos también están apilados esperando su turno para saltar del estante. Siempre me gustó esa biblioteca, era como un muro que nos dividía y que ambos habíamos construido palmo a palmo, hasta en lo absurdo y caótico de su composición.
Todos me saludan y desayunamos juntos y sonreímos como se sonríe todos los días y se desea que sigamos siendo invariablemente felices.
Amanece pero ya nada en esta casa puede sonreír, la imagen del espejo se desdibuja en sombras y no logro decir nada a nadie, a mí, a él… es terrible, pero un día, en el recorrido hacia el baño, buscando amanecer, me perdí en el camino, olvidé por qué caminaba, bajé las escaleras, apenas vestida y eché a andar sin destino. Tenía la puerta tras de mí, su rostro de buenos días, su mueca perfecta de satisfacción, la familia que me pidió, el hijo que debía llegar, el hogar que soñó e hizo realidad conmigo, pero algo faltaba y salí a buscarlo.
3 comentarios:
Los grandes relatos son los que tienen la capacidad de existir en el lector, también aquellos que en el lector existen, pero que aún no habían sido relatados.
Tienes toda la razon...se siente el aire en este magnifico relato gracias por pasar.
Blog La Moviola
La dimensión poética no está al alcance de todas las manos. Este relato la tiene.
El tejido sutil de lo cotidiano ´hacia adentro´es el que te hace encarar un espíritu que el espejo no puede reflejar, quizá la palabra...
Muy pertinente el apígrafe de Marai.
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