Por
Andrea Vásquez Ocampo
Corresponsal La Moviola
Buenos Aires
Contar dos veces con los dedos de la mano derecha, es repetir
Estallar en llanto con una sola lágrima, es llorar con pocos elementos
Dar puntadas con hilo dorado en el mismo ojal cinco veces, es repetir
Describir con la luz prendida y los ojos abiertos, es mirar con pocos elementos…
La repetición es un concepto tan general como el pico de una montaña en un gran angular, pero con detalles vitales, como un ojo que baila en un primerísimo primer plano. Con repeticiones y pocos elementos, se pueden construir desde casitas con palos de paleta, hasta melodías sin sentido, donde las contorciones corporales son reflejos de cadencias inexistentes. El ser humano repite sin naturaleza, el sistema es una repetición cíclica que atrapa a muchos que deambulan sin sentido. Seriales en armas metálicas que rasgan la sensibilidad de las manos, rechazos absurdos de potenciales inimaginables por repeticiones en los cromosomas, violencia extrema que amputa las palabras de un poeta infantil, cientos y miles de repeticiones en vano que invaden con lodo el tiempo invisible para girar en los dedos de la mano.
El minimalismo desnuda lo esencial, es una corriente donde la expresión pura permite profundizar y saborear cada detalle cientos de veces, dejando los elementos sobrantes en una corriente flotante. Cada detalle y repetición recrea una estructura solida con miles de agujeros para espiar en espiral. Posterior a la segunda guerra mundial, mientras Brian Jones fusionaba su capacidad instrumental en 1964, surge “In C” del compositor Terry Riley, considerada como una de las primeras obras minimalistas.
1960, Estados Unidos, movimientos underground. Lo elástico, lo consonante, los pulsos, figuras, motivos y frases reiteradas daban origen a la corriente, que sería denominada unos años mas tarde por el filósofo Wolheim como “Minimalismo”.
Sería tan delirante pensar que el minimalismo, en las diferentes disciplinas artísticas, apunta tan solo a la repetición y utilización de pocos elementos; como afirmar que el amor no se siente en las papilas gustativas.
De San Francisco a Nueva York los músicos experimentaban, sofocaban sus instrumentos, descubrían tejidos en sus voces, imaginaban ritmos migratorios que caían lentamente en otra melodía. Músicos como Terry Riley, Steve Reich y Philip Glass componían y levitaban forzando las cuerdas de los violines y excitando con acordes propicios el piano. Construcciones de repeticiones tan complejas y profundas que erizan el musgo del planeta haciendo que nos paremos en la punta de los pies.
Ad Reinhardt, nace en Nueva York en 1913. Pintor de sueños monocromáticos. Trazos ligeros en un azul profundo, reflejan una interesante crítica al expresionismo abstracto. Vinculándose con su arte al movimiento minimalista Reinhardt riega en sus lienzos lo que Philip Glass en su piano.
Philip Glass, nace el 31 de enero de 1937 en Baltimore, Estados Unidos. Operas, sinfonías y composiciones para ensambles se dibujaban en su cabeza mientras sostenía su primer lápiz de color. Philip, uno de aquellos niños que prefería contar las primeras cinco estrellas en el cielo, para arman cientos de figuras que superaban en ingenio los infinitos trazos que se pudieran lograr entre las otras. Entre la flauta y el piano colorea sus primeros pasos en el conservatorio Peabody y la escuela de música Juilliard.
Entre el Budismo y el afán por la búsqueda de su propio estilo, Glass encuentra la manera de transmitir ramificaciones de ideas y sentimientos con su música; forma entonces el “Philip Glass Ensemble” en 1968, donde hace sus primeras composiciones.
Como se entienden dos enredaderas lila sobre un muro amarillo, Robert Wilson y Philip Glass fusionan sus creaciones en la ópera experimental “Einstein on the Beach”, en 1976. Estos dos grandes artistas experimentaban con piedritas de rio en las manos, construyendo las bases de lo que más adelante dejaría con la mirada sumergida y los labios húmedos a miles de personas que disfrutan el revés del arte.
Philip Glass encuentra en las estructuras que se repiten, matices de azules que construyen mundos paralelos. El minimalismo es para este músico un término escaso, que pretende representar composiciones que van mucho más allá de una corriente flotante.
Glass se sumerge en óperas y composiciones fusionadas con músicos de pop, la música “alternativa” brota de las manos del artista como gotitas de agua en cámara lenta. En 1967 compone “1+1”, una de sus obras en las que plasma su teoría de la adición. Adicionar resulta para él una posibilidad que va más allá de una simple lógica matemática, lograr unir dos elementos con estructuras que se repiten y texturas que desdoblan, para reflejar horizontes por debajo de la línea, hacen que la vida se desborde en la alucinante “Music in Contrary Motion” (1969).
Seducido por el séptimo arte, Philip Glass construye, de la mano de Godfrey Reggio, “Koyaanisqatsi”, en 1982. Denuncia de las tantas absurdas repeticiones en las que se empeña el ser humano por acabar consigo mismo. Este tipo de documental hace que Glass se sumerja en otras posibilidades artísticas. “The Hours” dirigida por Stephen Daldry, en el 2002, donde Virginia Woolf teje un camino con tupido, en el que tres mujeres contemplan a través de los mismos ojos un pañuelo lila de Clarissa Dalloway. Con el premio a la mejor banda sonora, Glass disfruta con una construcción minimalista en la obra “experimental”, mientras el viento se humedece en sus manos. En torno al cine sus intereses se ven reflejados en “Kundun” (1997) de Martin Scorsese, donde el decimocuarto Dalai Lama es sostenido por las composiciones de Philip Glass, un drama político donde la dirección de fotografía, el arte y la banda sonora deleitan armoniosamente.
En 1990 surge una fusión líquida, Philip Glass y Ravi Shankar, delinean los tejidos corporales con “Passages”, se unen estructuras y teorías de diferentes hemisferios, creando un equilibrio perfecto y una coherencia extrema. Logran derribar fronteras culturales en una línea azul que atraviesa el atlántico. Un hombre que se desliza entre la ópera, películas y ensambles hace que recorran lágrimas de cristal por la raíz de un árbol; en 1994 compone la música para “La belle et la bête”, y de lo bello del poder creativo, surge el mundo de la imaginación que se da a la fuga.
Alma en sinfonías, suspiros en sonatas, “ventanas secretas” que espían “los pasajes del Río”, libros, videos y grabaciones; son pequeños botones de colores alrededor del cuerpo de este gran artista, que en una continua búsqueda de herramientas para reflejar su interior, a través de la música, elige las mismas cinco estrellitas con ejes y poleas que reiteran dos susurros en un sobre amarillo.
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