Continuando con la serie "Razones sin Razón" de la Realizadora de Cine y television, docente e investigadora Sandra Jubelly Garcia en está edicion publicamos la segunda parte.
Por
Sandra Jubelly Garcia
II. LA COPULA
Si leo con placer esta frase, esta historia o esta palabra es por que han sido escritas en el placer.
Roland Barthes
Me gusta pensar que se escribe por una razón amorosa, por una necesidad de seducción.
Cuenta el mito que Afrodita queriendo vengarse de Helio, quien descubrió su infidelidad ante Hefesto, ha enviado a su hija Pasífae, esposa del rey Minos, un hermoso toro blanco, e hizo nacer en ella un deseo irreprimible por aquel animal3. Pasífae, presa de este deseo, intenta de mil formas y sin éxito seducir al toro. Por último y subyugada por aquella pasión creciente le ruega a Dédalo, el artífice más grande de toda Creta, que le ayude con algún ardid. Dédalo construye entonces una enorme vaca de madera hueca en la que entraría Pasífae con el único propósito de engañar al toro. El simulacro resultó tan convincente que el toro accedió a sus requerimientos y Pasífae satisfizo así su inapelable deseo. De esta extraña cópula nació Asterión, el Minotauro a quien había que alimentar con carne humana y tenía un apetito insaciable.
Como en toda seducción hay peligro, debe haberlo también en la escritura. La escritura debe ser riesgosa, debe haber siempre algo en juego, de modo que se escriba con miedo, que el miedo nos respire en la nuca. También debe ser sinuosa, pero esa sinuosidad no es un asunto de forma sino de potencia, si se quiere de espíritu. Es sinuosa porque persigue, rastrea al lector, ese lector que es el otro yo del escritor. Así que el escritor está siempre persiguiéndose, seduciéndose, rastreándose en el otro.
Todo escritor es por defecto un lector y conoce perfectamente, porque los ha padecido, todos los síntomas de la experiencia estética que significa la lectura. El temor, el temblor, la inquietud, el placer, el goce. El lector se siente atrapado y en esa medida también, deseado, de suerte que la relación escritor lector debe ser la posibilidad de la cópula, si no la cópula misma. El escritor se busca a sí mismo en el otro y como Pasífae hará uso de mil artificios para hacerle pensar a su objeto del deseo que son de la misma naturaleza.
El texto que usted escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura. La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su Kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma)4.
Es menester escribir lo que se quiere leer. Por eso a la pregunta sobre el lector objetivo habrá que responder siempre: Yo, el lector objetivo soy yo. En ese sentido se podría pensar que el deseo de cópula es en definitiva con uno como yo o con uno mismo y aquí corremos dos riesgos: el primero, y el más deseable, es que de esta extraña unión nazca una criatura insaciable que a un mismo tiempo devore a los hombres y se deje devorar; el segundo (y este es el que nos aterra), morir ahogados como Narciso en nuestro propio reflejo, porque también es cierto que, la más de las veces, no se escribe como se quiere sino como se puede, a lo que Orson Wells dirá: “Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude”.
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