Por
Andrés Romero Baltodano
Parar. Seguir. Seguir. Parar… ese es el dilema…
“Estaba a punto de tirarme a la coja
cuando se me presentó de súbito
la imagen de Neruda,
esbelto, pálido de perfil,
como si acabara de tragarse
una paloma herida,
y entonces me sacudió
un extraño temblor de aguas antiguas…”
José Luis Díaz Granados
Temblores los que dan cuando estamos fuera de casa o fuera de los ojos de quien amamos, temblores los que dan cuando se lee un periódico y uno ve como el camino del futuro está cerrado y negro, temblores de ver tanta violencia aplaudida por muchos, sin pensar que cada acto que comprometa la muerte huele a azufre y a inquisidor sentado en una silla mullidita y con vista a sus vasallos.
En Colombia se vive una “cine manía” que tiene saltando a los exhibidores y que tiene esperanzados a quienes propenden por una industria cinematográfica que se instale en el punto en que hay que producir toneladas de cine porque eso es trabajo, progerso “libertad y orden”.
Los oficios vistos por los ojos de los teóricos de la economía y por aquellos quienes gustan de las acciones de la bolsa y de “negociar” todo lo que se mueva (y lo que no también “todo tiene mercado” diría alguno) son dispositivos de empleo y de actividad económica que es innegable su función dentro del país económico.
Dentro de las innumerables actividades del ser humano, el arte es una de las que no debería depender de estos juegos de mercado, ya que su función no es mercadear productos, sino convertirse en “historia emocional del mundo”, puntos de vista de diversos artistas que ven lo real o lo surreal desde su óptica particular y no pensando en términos publicitarios, en aquellas palabras como “marketing”, “target”, etc.
Lastimosamente en este siglo XXI la confusión entre los términos entretenimiento y arte es aterradora ya que los “vendedores” de entretenimiento se disfrazan de artistas (recuerdan aquel hermoso y cruel cuento de Perrault “Piel de Asno”? donde por temor al incesto a la princesa le toca “esconderse” en una piel de asno?) para salir a vender sus cuadros ,sus fotos sus películas adornadas como burritos de feria de violencia, efectos especiales, ”actores” que proceden de las telenovelas y cuanta baratija que brille sea de su agrado.
Y en esas condiciones sumar y sumar (como un hipotético personaje de Alicia que sumara y sumara hasta morir) pues todo suma (y casi todo resta) el cine colombiano vive una fiesta de porcentajes y de tortas adobadas por acuciosos estadísticos, que están esperando como un malvado conejo a que salga una abeja del panal para numerarla y presentarle a l rey un reporte de cuatro millones quinientas mil trescientas doce abejas en la última hora!!!
Y mientras la fiesta estadística y de sumatorias (cuatrocientos cortos, mil largos, doce mil medios!!!! gritan desde la parte más alta del bergantín) aquellos productos no resisten el mas leve examen de propuestas estéticas o de creación real.
Un arte como el cine se nutre de propuestas, de maneras de hacer un cine de autor, que pueda ser exhibido para lograr en sus espectadores temblores mentales, reflexiones y lúdicas que vayan a sus profundidades no a sus superficies pasajeras de la reacción fácil a la risa o al temor (de cartón) inducido por clichés de Hollywood.
En medio de este mar de productos de todas las facturas, algunos de los nóveles directores están sacando la cabecita con sus propuestas y aunque pocos son, por lo menos una dulce y grata esperanza para quienes confiamos que en este país, el talento se desborda en todas las artes y prueba de ello son Barba Jacob, León de Greiff, Juan Manuel Roca, Carlos Santa, Álvaro Restrepo, Leo Matiz y muchos más.
Rubén Mendoza ya había hecho “La Cerca” (2004) en un tono pausado y lento
(curiosamente en esta línea de directores latinoamericanos que han escogido la lentitud para hacer sus obras como Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Carlos Reygadas) su tono rural y su relato contenido hacia presagiar un nombre con propuestas.
Un día Rubén alzó los ojos –según cuenta el mismo- y tuvo la visión de un chico ahorcado en un semáforo y de esta Baconiana visión comenzó a gestarse “La Sociedad del Semáforo” (2010) una narrativa que asume como forma los desvaríos de la mente humana cuando alguien se recarga en un balcón que da al mar y su mente salta de un recuerdo a una obligación y de un beso antiguo a un beso deseado.
La sociedad del semáforo crea su propia estructura narrativa desde la óptica del guionista sin concesiones a un relato en tres actos, ni congraciándose con aquel publico que sigue creyendo que todas las películas DEBEN contener historias sin echarles una miradita a relatos poderosos como “Number 10 and 11:Mirror Animations” de Harry Smith(1957-1962), The Way de Francis Bruguiere (1929), The Four Watch de Janie Geiser (2000) y muchos más, que toman el cine como un territorio donde es la imagen y no la “cárcel” de la historia para seguir “hiladita” mientras se acaban de comer su superperro caliente.
“La sociedad del Semáforo” es potente justamente porque crea micromundos emocionales, de acción y poéticas encontradas y tanto sus escenarios como sus personajes son pretexto para alimentar lo que para mi es el eje de la película como hecho del pensamiento y desde el territorio contundentemente metafórico. La sociedad del semáforo es una mirada sobre la Anarquía no vista como un puñado de “desadaptados” que rompen cosas, sino en su mas pura esencia, que se instala sobre experiencias como la ciudad de Chistiania en Dinamarca o las reuniones de Solentiname en Nicaragua o nuestro territorio de libertad llamado San Basilio de Palenque.
El “Colectivismo” de Bakunin, Los disparos desde la academia de Foucault y las miradas certeras de Lucy Parson son el eje de este relato, que avanza sobre los espectadores como un monstruo maloliente y atrevido, que a través de estos personajes de carne y hueso van tejiendo este canto a la idea de lo autónomo y lo real, recuerdo en este momento un texto hermoso acompañado de una acción de amor cuando un personaje le dice al otro que se “vayan de copas…de los arboles”.
Lirismo en la cámara, dureza en el discurso, posición y criterio humanos es lo que encuentra el espectador en “La Sociedad del Semáforo”, no es un relato fácil ni complaciente, no busca la estética de lo bello en atardeceres tramposos con musiquita llena de arequipe, enfrenta al espectador, lo reta, juega con él y finalmente logra un relato que es subterráneo, lleno de claves de país herido, cuestionador sobre la no existencia de los llamados sub mundos, que el sólo hecho de llamarlos así, crea una discriminación igual a la odiosa selección cielo o infierno.
“La Sociedad del Semáforo” una película colombiana que por fin asume a un autor y propone una manera de contar, si no la ha visto vaya y pruebe que el semáforo con esta clase de películas se queda no en rojo como en la ficción, sino en un verde eterno para quienes seguimos creyendo en el cine como un arte y no como una baratija de almacén de ofertas.
Andrés Romero Baltodano
Parar. Seguir. Seguir. Parar… ese es el dilema…
“Estaba a punto de tirarme a la coja
cuando se me presentó de súbito
la imagen de Neruda,
esbelto, pálido de perfil,
como si acabara de tragarse
una paloma herida,
y entonces me sacudió
un extraño temblor de aguas antiguas…”
José Luis Díaz Granados
Temblores los que dan cuando estamos fuera de casa o fuera de los ojos de quien amamos, temblores los que dan cuando se lee un periódico y uno ve como el camino del futuro está cerrado y negro, temblores de ver tanta violencia aplaudida por muchos, sin pensar que cada acto que comprometa la muerte huele a azufre y a inquisidor sentado en una silla mullidita y con vista a sus vasallos.
En Colombia se vive una “cine manía” que tiene saltando a los exhibidores y que tiene esperanzados a quienes propenden por una industria cinematográfica que se instale en el punto en que hay que producir toneladas de cine porque eso es trabajo, progerso “libertad y orden”.
Los oficios vistos por los ojos de los teóricos de la economía y por aquellos quienes gustan de las acciones de la bolsa y de “negociar” todo lo que se mueva (y lo que no también “todo tiene mercado” diría alguno) son dispositivos de empleo y de actividad económica que es innegable su función dentro del país económico.
Dentro de las innumerables actividades del ser humano, el arte es una de las que no debería depender de estos juegos de mercado, ya que su función no es mercadear productos, sino convertirse en “historia emocional del mundo”, puntos de vista de diversos artistas que ven lo real o lo surreal desde su óptica particular y no pensando en términos publicitarios, en aquellas palabras como “marketing”, “target”, etc.
Lastimosamente en este siglo XXI la confusión entre los términos entretenimiento y arte es aterradora ya que los “vendedores” de entretenimiento se disfrazan de artistas (recuerdan aquel hermoso y cruel cuento de Perrault “Piel de Asno”? donde por temor al incesto a la princesa le toca “esconderse” en una piel de asno?) para salir a vender sus cuadros ,sus fotos sus películas adornadas como burritos de feria de violencia, efectos especiales, ”actores” que proceden de las telenovelas y cuanta baratija que brille sea de su agrado.
Y en esas condiciones sumar y sumar (como un hipotético personaje de Alicia que sumara y sumara hasta morir) pues todo suma (y casi todo resta) el cine colombiano vive una fiesta de porcentajes y de tortas adobadas por acuciosos estadísticos, que están esperando como un malvado conejo a que salga una abeja del panal para numerarla y presentarle a l rey un reporte de cuatro millones quinientas mil trescientas doce abejas en la última hora!!!
Y mientras la fiesta estadística y de sumatorias (cuatrocientos cortos, mil largos, doce mil medios!!!! gritan desde la parte más alta del bergantín) aquellos productos no resisten el mas leve examen de propuestas estéticas o de creación real.
Un arte como el cine se nutre de propuestas, de maneras de hacer un cine de autor, que pueda ser exhibido para lograr en sus espectadores temblores mentales, reflexiones y lúdicas que vayan a sus profundidades no a sus superficies pasajeras de la reacción fácil a la risa o al temor (de cartón) inducido por clichés de Hollywood.
En medio de este mar de productos de todas las facturas, algunos de los nóveles directores están sacando la cabecita con sus propuestas y aunque pocos son, por lo menos una dulce y grata esperanza para quienes confiamos que en este país, el talento se desborda en todas las artes y prueba de ello son Barba Jacob, León de Greiff, Juan Manuel Roca, Carlos Santa, Álvaro Restrepo, Leo Matiz y muchos más.
Rubén Mendoza ya había hecho “La Cerca” (2004) en un tono pausado y lento
(curiosamente en esta línea de directores latinoamericanos que han escogido la lentitud para hacer sus obras como Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Carlos Reygadas) su tono rural y su relato contenido hacia presagiar un nombre con propuestas.
Un día Rubén alzó los ojos –según cuenta el mismo- y tuvo la visión de un chico ahorcado en un semáforo y de esta Baconiana visión comenzó a gestarse “La Sociedad del Semáforo” (2010) una narrativa que asume como forma los desvaríos de la mente humana cuando alguien se recarga en un balcón que da al mar y su mente salta de un recuerdo a una obligación y de un beso antiguo a un beso deseado.
La sociedad del semáforo crea su propia estructura narrativa desde la óptica del guionista sin concesiones a un relato en tres actos, ni congraciándose con aquel publico que sigue creyendo que todas las películas DEBEN contener historias sin echarles una miradita a relatos poderosos como “Number 10 and 11:Mirror Animations” de Harry Smith(1957-1962), The Way de Francis Bruguiere (1929), The Four Watch de Janie Geiser (2000) y muchos más, que toman el cine como un territorio donde es la imagen y no la “cárcel” de la historia para seguir “hiladita” mientras se acaban de comer su superperro caliente.
“La sociedad del Semáforo” es potente justamente porque crea micromundos emocionales, de acción y poéticas encontradas y tanto sus escenarios como sus personajes son pretexto para alimentar lo que para mi es el eje de la película como hecho del pensamiento y desde el territorio contundentemente metafórico. La sociedad del semáforo es una mirada sobre la Anarquía no vista como un puñado de “desadaptados” que rompen cosas, sino en su mas pura esencia, que se instala sobre experiencias como la ciudad de Chistiania en Dinamarca o las reuniones de Solentiname en Nicaragua o nuestro territorio de libertad llamado San Basilio de Palenque.
El “Colectivismo” de Bakunin, Los disparos desde la academia de Foucault y las miradas certeras de Lucy Parson son el eje de este relato, que avanza sobre los espectadores como un monstruo maloliente y atrevido, que a través de estos personajes de carne y hueso van tejiendo este canto a la idea de lo autónomo y lo real, recuerdo en este momento un texto hermoso acompañado de una acción de amor cuando un personaje le dice al otro que se “vayan de copas…de los arboles”.
Lirismo en la cámara, dureza en el discurso, posición y criterio humanos es lo que encuentra el espectador en “La Sociedad del Semáforo”, no es un relato fácil ni complaciente, no busca la estética de lo bello en atardeceres tramposos con musiquita llena de arequipe, enfrenta al espectador, lo reta, juega con él y finalmente logra un relato que es subterráneo, lleno de claves de país herido, cuestionador sobre la no existencia de los llamados sub mundos, que el sólo hecho de llamarlos así, crea una discriminación igual a la odiosa selección cielo o infierno.
“La Sociedad del Semáforo” una película colombiana que por fin asume a un autor y propone una manera de contar, si no la ha visto vaya y pruebe que el semáforo con esta clase de películas se queda no en rojo como en la ficción, sino en un verde eterno para quienes seguimos creyendo en el cine como un arte y no como una baratija de almacén de ofertas.
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