Principito, o la voz interior


Por

Giovana Faccini
Profesora Medios Audiovisuales
Espécial para La Moviola





En su crítica de libro de Saint Exupery, María del Carmen Morales afirma que si se desoye la voz del director que nos aconseja y nos guía (voz del alma), se puede caer en las trampas de lo ilusorio y lo superficial.

Esa voz, según Morales, es el principito que todos llevamos dentro, ese niño interior que construye mundos posibles; la mente creativa que exalta las virtudes de los otros, que ve el lado humano de los seres, el niño que siente lo esencial pues en palabras de Saint Exupery “Lo esencial es invisible a los ojos”.

La ingenuidad del principito en las diferentes entrevistas que tiene con personajes unos más bizarros que otros, es la que le permite cuestionar sin miedo a sus interlocutores, adultos arrogantes como el rey vestido de purpura y armiño, a los que poco o nada les interesa escuchar su voz interior porque simplemente se han olvidado que existe. O el borracho que ha dejado sumergir en alcohol la voz que le dice que lo que hace no está bien, no en vano, a la pregunta del principito sobre porque bebe, el borracho responde “Para olvidar que siento vergüenza de beber”. Seguramente el borracho la ha escuchado y por eso la quiere silenciar.

Eckhart Tolle dice sobre la voz interior que mientras más atentos estamos a atribuir rótulos verbales a las cosas, a las personas o a las situaciones, más superficial e inerte se hace la realidad y más muertos nos sentimos frente a la rea¬lidad, a ese milagro de la vida que se despliega continuamente en nuestro interior y a nuestro alrededor.

Cayendo en la trampa egótica

Algunas veces se confunde la voz interior con el ego y si no se está atento caemos de nuevo en la trampa. La rosa del libro de Saint Exupery, por ejemplo es vanidosa, demandante y poco modesta, él la ama porque puede ver ese ser frágil que también es, su aroma y su ternura; de otra forma, el principito simplemente la hubiera amarrado a la cola de un cometa para que se la llevara muy lejos. Pero no, en su conversación con el piloto, el principito reconoce que no debió huir y que debió juzgarla por sus actos y no por sus palabras.

En el caso del vanidoso, éste parece demasiado embebido en su propia admiración (escucha intelectual) para darse cuenta de que el visitante, el pequeño príncipe, podía ser una compañía con quien compartir pensamientos y sentimientos y no un admirador, que como era de esperar, siguió su camino pues no le interesó quedarse hablando con alguien que sólo quiere escuchar elogios.

Para Osho, la escucha intelectual significa que cuando se está escuchando, simultáneamente se está argumentando en el interior. Tiene lugar un constante debate sobre lo que está bien o está mal. Se compara con los propios conceptos, con la ideología, con el sistema. ¿Cómo es posible que se dé el escuchar de este modo? -Se pregunta Osho-. “Estamos demasiado llenos de nosotros mismos, por eso es milagroso que dentro de esta constante agitación seamos capaces de escuchar algo. E incluso entonces, sea lo que sea que se oiga no será lo que se ha dicho. No puede serlo, porque cuando la mente está llena de sus propias ideas, colorea todo lo que le llega y escucha no lo que se le está diciendo sino lo que se quiere oír. Escoger, descartar, interpretar, y sólo entonces algo penetrará, pero tiene ya una forma distinta”1

Ahora bien, al hombre de negocios, poco o nada le interesó la visita del pequeño niño pues estaba muy ocupado en sus números, sumas y restas, preocupado en seguir añadiendo más cosas materiales a su vida, tal vez para llenar el hueco que le produce la voz del ego, la cual nunca se sacia y entre más tiene más quiere.

Es interesante observar que a pesar de tener una gran luz de entendimiento, el principito se sintiera sólo y que eso lo hubiera obligado a dejar su pequeño asteroide B-612 con el fin de buscar un amigo, amigo que se daría cuenta no sería fácil de encontrar pues todos vivían dormidos en su propia inconsciencia y, cuando se es inconsciente, del aquí y el ahora es probable que no se pueda ser consciente de las personas que nos rodean ni del propio vacío existencial.

El encuentro con el farolero, aunque menos extravagante y absurdo que los demás, también le dejó una estela de preguntas pues aunque su trabajo parecía tener sentido –para el pequeño príncipe, éste era una labor útil y por ende hermosa– su radicalismo lo alejó de toda plática pues no cedió de su tiempo ni un minuto para conocer al forastero; aunque el principito haya creído que era menos ridículo pues por lo menos se ocupaba de cosa distinta a sí mismo.

Aquí hay que hacer una observación importante pues olvidarse de sí mismo es un error craso que se comete con regularidad cuando el miedo a enfrentarse a sí mismo empuja a hacerse cargo de otros, olvidando la obligación que se tiene con el propio ser. Sólo se está preparado para entregarse a los demás cuando no se tienen pendientes con nuestro ser interior. Lou Marinoff expone que todo acto de abandono debe estar sustentando en la fortaleza del yo, cuando se abandona sin estar preparado, necesariamente surge la duda y con ella el reproche.

Reconociendo la voz del yo

Con el geógrafo fue interesante su encuentro, no sólo por lo que significaba su labor sino por lo que le enseñó acerca de lo efímero de la vida. En ese trascurso también se dio cuenta de que el hombre que estudiaba la tierra era víctima de su propio ego. “un geógrafo es demasiado importante para andar de aquí para allá” -decía el geógrafo- con la consecuencia de no conocer siquiera su propio planeta, pues de explorar deben encargarse otros -decía-. En cuanto a la enseñanza de lo efímero de la vida, el principito recordó a su rosa, que pensaba, era la única en su especie en todo el universo, sin embargo, esto lo refutaría tiempo después cuando en la tierra visitó un rosal y vio que su rosa no era nada especial en su aspecto, lo que la hacía especial era que era suya.

Aquí disto un poco del argumento del pequeño príncipe pues no le pertenecemos a nadie y nada nos pertenece, el nivel de pertenencia surge en el ego y siendo así, algo que creemos nuestro nos aflige y duele cuando no corresponde a nuestras expectativas. Lo que hace especial a los seres es esa luz interna que los hace únicos, sin importar que tanto llenen las expectaciones del ego con todos sus calificativos.

Sin lugar a dudas fue su encuentro con el zorro, una de las más importantes pues le develó otra forma de mirar la vida, de entender porque las cosas se tornan vitales para las personas, en palabras del zorro “Somos responsables de lo que hemos domesticado”; por ello se hace indispensable ir a la búsqueda del principito interior, ese que ve la luz, ese que en vez de calificativos para describir a los otros, usa su corazón, abre su existencia y nos muestra una vez más que “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón”. Ese corazón que permanece ingenuo y presto a amar sin condiciones, libre de voces del ego que adormecen la realidad y cierran los ojos a lo importante y vital.

BIBLIOGRAFIA

DE SAINT EXUPÉRY, Antoine. El Principito, Editorial Planeta, 1996
MORALES, María del Carmen, el principito, crítica. Tomado de http://www.acropoliscordoba.org/Fondo/Principito.asp, el 5 de julio de 2010
OSHO, El arte de escuchar: transformaciones en silencio, tomado de www.oshogulaab.com/osho/vision/escuchar.htm el 5 de julio de 2010
TOLLE Eckhart, El poder del ahora, Editorial Planeta, 2003

1 comentario:

Anónimo dijo...

esto es maravilloso ! :)