INCLASIFICABLE: RONDANDO A JEKYLL


Por
Alejandro Arciniegas Alzate
Inedito especial para La Moviola
del autor de la novela Fondoblanco


Jekyll ha experimentado en su laboratorio más allá de lo prohibido; ha dado la fórmula a un compuesto que debe transmutar los elementos de su cuerpo convirtiéndolo en su doble. El sueño de Jekyll: alojar los dos polos de su vida en cuerpos diferentes. Los rumores londinenses no se desmienten: quienes han visto a Mr. Hyde apuntaron no sé qué rasgo en su fisonomía que da a su rostro una apariencia de deformidad. Utterson, doctor en leyes y compañero habitual de Jekyll va a decir: "que si alguna vez he leído en una cara la firma de Satán, ha sido en la de tu nuevo amigo"1. El dilema en que el autor sitúa a Jekyll a lo largo de todo su relato es un problema de fundamentos morales. Nosotros afirmamos la tesis de que el doctor es un drogadicto de lo más común y corriente. Antes de someter a prueba sus descubrimientos, Jekyll conoce los peligros que sus planes le prometen; dependía mucho de las proporciones y del equilibrio entre elementos; elaborar ese compuesto suponía un riesgo aun mayor que el del fracaso científico: excederse en la dosis necesaria... y ha dicho que si acaso se viera en dificultades para obtener los ingredientes, el daño que causara en su persona podría ser irreversible. Jekyll es pues el miedo y Mr. Hyde, las ganas, el deseo... "Y una noche maldita, en un arranque de valor, me lo bebí". Valor sin duda: nadie se acerca al sicoactivo sin espanto; si hay un germen común a los adictos es ser gente cojonuda; se precisa de algo más que sola curiosidad para suspender ese bagaje informativo de represiones, ese diccionario de grosero esoterismo sobre el mal que nos prescribe el sacrificio de la diversión a riesgo de sufrir tormentos improbables por culpa de nuestros errores. Es coraje lo que mueve a uno a jugar con su demonio; muy pocos se drogaron de pura ingenuidad; quien haya gustado los placeres del veneno y saboreado con deleite las imágenes perversas de un futuro sin remilgos, debió decir que no lo hacía entonces porque en verdad pensara que no había en ello nada malo, sino más bien porque drogarse implica siempre rebeldía y conociendo los perjuicios, ya no queda otro remedio que pactar con ese socio: "al primer aliento de esta nueva vida, más perverso, cien veces más perverso... me deslicé por los pasillos —un extraño en mi propia casa—". Jekyll deduce que la repulsión que Hyde promueve en los vecinos se debe simplemente a que los hombres son esa mezcla incoherente del bien y el mal que lucha en su interior, mientras que sólo Hyde era puro mal. Ahora que iba madurando y se acercaba a la vejez, estaba harto de su virtud, de su renombre, de la insipidez de una vida consagrada a los estudios, de esa respetabilidad que en el relato se tilda de "atributo postizo". Los drogadictos que la emprenden se hallaron por su cuenta alguna vez en esa misma coyuntura: sienten ganas de mandar todo a los cuernos, pero vuelven los escrúpulos del hombre de familia que alberga la esperanza de una profesión y de un futuro promisorio. Temen enderezarse a tiempo y a vuelta de calendario hallarse con que fuera mejor vender las viejas intenciones y llevar al traste su proyecto, un día en que quizá ya sea muy tarde, porque habrá hijos de por medio y olvidaron un asunto que quedó pendiente en la oficina. "No es lo que tú te figuras", le dice Jekyll a Utterson cuando buena parte de Londres ya da cuenta de las estrechas relaciones del doctor con el extraño personaje; "No es tan malo como todo eso... En el instante en que yo quiera, puedo deshacerme de Hyde". ¿No es éste un clásico ejemplo de negación sobre el problema? Muchos drogadictos que enfrentaron esa inquisición de sus parientes respondieron: "En absoluto, es solo que me gusta y sólo eso; el día que me decida paro y punto". Nadie sospecha que esos dos son uno mismo; el augusto semblante del doctor no se parece al de su otra criatura, malencarada y deforme. Un año después en el relato, Mr. Hyde comete su primer asesinato; Dr. Jekyll jura a Dios que acabará con él y nunca más adoptará la forma de ese hombre. No es tan sencillo: tendría que hacer también a un lado la sustancia; okey si decimos que es a Hyde a quien le teme; pero si la droga es la única manera de dar cuerpo a su alter ego, entonces son indivisibles. "He aprendido mi lección, y qué lección ha sido". ¿Qué mojigatería no resulta semejante confesión a la luz de una segura reincidencia? Lágrimas de telenovela, enmiendas de drogadicto; siempre que la noche del día anterior fuera tortuosa, el tipo despertará confiando a su buena voluntad la mejor parte de esa fuerza que le resta. Y es que el drogadicto cree de veras que ha empatado los errores cuando afirma: "Hice mal, pero me duele". Con ese firme empeño, Dr. Jekyll sale de su encierro, se lo describe religioso, deportista, caritativo y sociable, dueño de esa "satisfacción interior de ser útil"; consideró que si bien Jekyll sufriría las contracciones propias de la abstinencia, Hyde en cambio no podría decir que había perdido. Alguna reserva debió guardar el buen doctor, que ni quemó las ropas de su amigo, ni arrojó los remanentes de sus químicos (v.g. el drogo que no tira el número del jíbaro, patrulla los lugares de consumo y vuelve a frecuentar a los del parche). El punto es que a esta altura, Dr. Jekyll se encuentra en un estado inconfesable, tanto que ha prohibido a sus criados que lo vean; tienen que dejarle su comida en el pasillo que él atrapa cuando ya todos se han ido. Escribe a las farmacias afirmando que ese género no es puro, que no sirve a los fines a que fue confeccionado; los efectos de su droga favorita no le surten ¿A quién que haya metido no le suena familiar este momento? Se cambia la hierba por la coca y estuvo. Más tarde por los hongos, por las pepas, la hipodérmica, los ácidos y al fin toca la base, pero y ¿luego? En este punto el drogadicto llega a algo parecido a la demencia. Todavía si el bazuco merma los arranques hay remedio; la ansiedad, la temblorina, las espumas se corrigen de a pipazos y con todo llega un día en que el adicto no se alivia ni con drogas ni sin ellas; o se muere o se enloquece. La eficacia del narcótico en los últimos experimentos se mostraba desigual, en ocasiones fracasó completamente, aumenta la dosis, ensaya, duplica aquí, triplica allá, pero es lo mismo; sólo a fuerza de acrobacias y respuestas inmediatas logra conservar por un instante la apariencia del doctor; me encuentro en un lugar extraño, en una situación inexpresable, si llego a desaparecer... hacia el final de la pieza abundan comentarios en ese estilo oscuro; el narrador se refiere en términos de un yo a medio camino entre sus partes, el vacío es patente: habla en tercera persona por igual de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cuando Lanyon asiste a su despacho, describe lo que encuentra en los cajones: "una sal cristalina de color blancuzco... el frasco estaba lleno hasta la mitad de un líquido rojo y sanguíneo, muy fuerte al olfato, me pareció que contenía fósforo y algún éter volátil". El propio drogadicto. El doctor había comprado provisiones suficientes para una temporada en el infierno; una vez hubo escaseado descubrió que los efectos alcanzados en su primer experimento resultaron de impurezas presentadas en la sal original —desconocidas— que nunca más volvió obtener en las farmacias. Al doctor lo encontraron muerto en su gabinete como Hyde, triste desenlace. Por esos días ya podía caer dormido que siempre regresaba a sí mismo en la vulgar anatomía del asesino —es el argumento de la tolerancia— que fuertes dosis no lograran sus designios; invertía los términos tan seguido que al final pasaba de una fisonomía a la siguiente sin esfuerzo y sin ningún crujir de huesos. El encuentro con su doble acaba siempre en la autodestrucción. William Wilson de Edgar Poe, Dorian Gray, la conciencia en Chamberlayne y más reciente: Tyler Durden, El club de la pelea. Al mejor estilo del Lejano Oeste, el problema de la alteridad se soluciona como el duelo entre vaqueros: "El mundo es demasiado chico, en este pueblo no hay lugar para los dos".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Profunda intepretación del subtexto...analizas la moral...su moral... tu moral???

Anónimo dijo...

le trasladamos la inquietud a Alejandro con mucho gusto.....
CCLM

A. Arciniegas dijo...

es el planteamiento de la novela de Stevenson, digamos que lo acepto de manera provisional, mientras desarrollo la tesis de que Jekyll era un drogota. el "aproach" de la moral, aunque para nosotros (quiero decir los hombres de "ahorita") es demasiado retórico, tiene, sin embargo, la ventaja de hacer aparecer algunos claroscuros y contradicciones del comportamiento.

saludos,

AAA