Por
Gabriela Santa Arciniegas
Especial para La Moviola
PARTE 1
Hace ya casi un siglo desde que Virginia Woolf propuso el concepto de escritura andrógina en su obra Una habitación propia, y han sido ya varios sus seguidores así como sus detractores. Ha habido incluso quienes han propuesto el tema de la escritura gay. La intención de este trabajo es hacer un estudio comparativo entre “Perto do coração selvagem” de Clarice Lispector y “Arráncame la vida” de Ángeles Mastretta para analizar cómo estas dos autoras latinoamericanas trabajan el concepto propuesto por Woolf. Clarice Lispector en “Perto do coração selvagem”, como en toda su obra, bucea en la sicología humana y en la sicología de la mujer. Mastretta, por su parte, camufla camaleónica su yo femenino, y se siente tan cómoda en los zapatos de Andrés Ascencio como en los de Catalina Guzmán.
La literatura brasilera es muy diferente a la de Hispanoamérica, pues mientras en el lado luso del continente durante el siglo XX hubo tres movimientos modernistas consecutivos, y movimientos culturales tan interesantes como la antropofagia, el concretismo, el tropicalismo, en el lado hispano ha habido una preocupación por buscar identidad en una literatura volcada hacia lo social, lo político y en casos como el del Realismo mágico, el mito. Como vemos, las historias literarias han sido diferentes en estas dos partes del continente, pero a pesar de eso, veremos cómo algunos exponentes de cada parte pueden encontrarse ideológicamente.
Clarice y Mastretta son dos autoras de estilos aparentemente disímiles. Mientras la preocupación de Clarice es llegar hasta lo incomunicable del lenguaje, ahondar en los aspectos sicológicos del ser humano, la de Mastretta es mostrar la historia no oficial de México, lo político visto desde el ámbito doméstico. Sin embargo, en lo que ambas coinciden es en buscar una escritura más allá de los géneros. En apartarse de los parámetros tradicionales impuestos por la mirada masculina del mundo, y explorar otras posibilidades de contar, de contarse, de encontrar belleza y verdad en el lenguaje escrito.
Detengámonos un poco en el término “escritura andrógina”, y concretamente en el término “andrógino”. Ha sido ampliamente citado por filósofos, poetas, pintores, críticos. Pero quizá sea en el diálogo El Banquete, de Platón, cuando comienza a hablarse del término. Como dice en este diálogo, existían en tiempo pretéritos tres géneros humanos: masculino femenino y andrógino; se propone que los andróginos fueron castigados por los dioses, condenados a estar separados, partidos por la mitad, buscando siempre, en el opuesto, su completud. De ahí sale una parte de la teoría de Freud cuando plantea la posibilidad de que en el interior síquico de cada ser humano coexistan los dos sexos, y cuando concluye que es la falta de falo de la mujer la que evidencia la teoría platónica y explica el deseo femenino por ser completada por el portador del falo. Es la teoría psicoanalítica de la pasividad, que habla de la mujer como un sujeto que no inicia la acción sino que espera que el otro tome la iniciativa. “Su posición de aparente espera pasiva, es interiormente activa y desesperada, aunque invisible (como sus órganos sexuales) […] La pulsión vuelve sobre el sujeto, dando lugar al modelo estructural inconsciente masoquista”. La mujer al saberse no-toda, desarrolla un resentimiento, que conduce a la maldad oculta. Hoy se sabe que dicha teoría es un producto cultural e histórico. Pero es útil precisamente porque traza un croquis sicológico bastante preciso en torno a algunos comportamientos y pensamientos de las mujeres de ciertas épocas y lugares. En nuestro caso, esa teoría calca bastante bien tanto a la Joana de Lispector, como a la Catalina en Arráncame la vida.
Ahora, volviendo al término “escritura andrógina”, nos referimos al propuesto por la inglesa Virginia Woolf, en Una habitación propia: “Quizás una mente puramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramente femenina [...]. Para ella la realidad y la época eran diferentes de las de Clarice, pero la situación fue parecida a la de ésta. La preocupación para ambas era meramente encontrar un lenguaje que superara los géneros, y que superara los límites comunicativos del lenguaje que existían en sus respectivos contextos culturales.
Mastretta dijo no estar interesada en dotar a su personaje de una filosofía feminista, indudablemente al querer abarcar tanto el espacio íntimo de una mujer de los años 30 y 40 como la vida de un político mexicano postrevolucionario, logra meterse en el discurso tanto de esa mujer como de ese político. Aunque la novela esté narrada en primera persona desde un personaje femenino, la visión que alcanza de los hechos es panorámica. El discurso de “Arráncame la vida” es, desde este punto de vista, similar al de “Perto do coração selvagem” de Lispector. Sin embargo, hay algunas diferencias que hacen este análisis más interesante: en “Perto do coracao selvagem” el foco de la narración es la vida interior de la protagonista. En “Arráncame la vida”, en cambio, se ve la relación de esa vida interior con la vida amorosa, la vida familiar, los hechos políticos, sociales y culturales del México de los años 30 y 40. en esta interacción constante de mundo interior – mundo exterior, podemos apreciar la habilidad camaleónica de Mastretta de reproducir todo tipo de discurso con la misma profundidad y complejidad: el de un político machista, asesino, oportunista, el de la mujer de clase alta, el de el hombre humilde, el del niño, pero sin obedecer del todo al discurso masculino, y transgrediendo algunos paradigmas de sociedades como la mexicana y de épocas como en la que se sitúa la novela. Por ejemplo, Mastreta le da a la mujer la libertad de hablar abiertamente de su erotismo, de sus deseos, de sus frustraciones, y se enfrenta al discurso machista como a un igual, sin que ello se vea forzado para la época que está retratando.
En la novela de Lispector, la vida de Joana, la protagonista, es contada desde la infancia hasta la edad adulta, por medio de una fusión temporal en que el presente se traslapa con el pasado. Todos los hechos van pasando, pero lo que permanece en primer plano es la geografía interior de Joana. Inquieta, se pregunta siempre, a cada instante, y se entrega a aquello que no comprende, sin recelo de romper con todo lo que aprendió, para inaugurarse en una nueva vida. Ella vive en una eterna pregunta, y nunca encuentra la respuesta. Quizá porque lo que precisa no es saber, pues de alguna manera ya lo sabe todo, cuando se refugia al fondo de sí misma: lo que le preocupa es que no puede decirlo. Y esta capacidad de vivir en el no-lugar y el no-tiempo del sí misma, donde tampoco hay lenguaje posible, la aleja de tener una vida como la de cualquier mujer, por eso su esposo termina en brazos de otra, y ella termina en un ir y venir con un personaje a quien ella llama simplemente “el Hombre”, a quien le dice: "No quiero nada de tu vida pasada, ni tu nombre, ni tus sueños, ni escuchar tus sufrimientos, el misterio aclara más que cualquier revelación...".
En Mastretta en cambio no hay fusión temporal. La novela se desarrolla de forma bastante lineal. Catalina se casa con Andrés Ascencio cuando tiene 15 años. No sabe nada de nada, no sabe “sentir”. No sabe cocinar. Luego ella comienza a conocerle tanto sus atrocidades, asesinatos, etc., como sus otras vidas amorosas, sus amantes. Durante la novela debe decidir entre hacerse la loca con todo esto, o negociar con él para logra lo que ella quiere. Este comportamiento del General Ascencio la lleva a ella a buscar amor en otros hombres: Pablo, luego el amor de su vida Carlos Vives, director de orquesta, y finalmente el director de cine. Esta última relación, aunque no es tan intensa como la que tenía con Vives, es hecha por ella de una forma totalmente destapada frente al esposo y a sus hijos.
En Arráncame la vida, todo se rige por la pasión y las pulsiones masculinas: una religiosidad exacerbada, un machismo absoluto. En cambio sobre las mujeres dice Mastretta en la voz de Catalina, la protagonista: “De las mujeres depende que se coma en el mundo y esto es un trabajo, no un juego” (pg. 27). El mundo femenino y el mundo masculino son totalmente opuestos. Se ve en las reuniones cuando los hombres hablan parados y con el whiskey en la mano, de temas de política, de historia, de arte, fumando y echando las cenizas “donde les plazca” y las mujeres hablan sentadas en otro lugar, de sirvientas, embarazos, chismes, compras. La relación entre Andrés y Catalina se ve atravesada por esa idiosincrasia: “viéndome a veces como una carga, a veces como algo que se compra y se guarda en un cajón y a veces como el amor de su vida” (pg. 29). “Andrés me tenía guardada como una juguete con el que platicaba de tonterías, al que se cogía tres veces a la semana y hacía feliz con rascarle la espalda y llevar al zócalo los domingos” (pg. 30). La mujer es una propiedad privada, un trofeo, un coleccionable. No importa cuántas mujeres pueda tener un hombre, a todas las celará por igual, como hace el español esposo de Pepa: “a su casa le mandó quitar el piso de los balcones para que ella no pudiera asomarse” (pg. 31). La relación hombre-mujer según la novela, es semejante a la relación hombre-ganado: mientras más cabezas tenga, más respetado es. Así, una mujer que queda embarazada es como si se tratara de una inseminación exitosa. La emoción del padre por tener un hijo varón es como la emoción del ganadero cuando nace un ternero macho. Los hombres son como toros, son los sementales. La mujer en cambio no se entera de nada. No le enseñan ni le explican nada. En el colegio le enseñan a ser buena ama de casa pero no a ser persona. Casi todo es bordar y coser. Sale de primaria a mirar el techo, se casa por aburrimiento. Debe esconder su menstruación. Lee novelitas de folletín. La maternidad en el caso de Catalina se hace difícil porque se entrecruza con la política, con el carácter anti-ético de Andrés. Catalina se termina resignando a dejar a sus hijos con la empleada Lucina para no tener que lidiar con preguntas que no les puede responder, y que, peor aún, la enteran de cosas que ella no quería saber. Sin embargo, con el tiempo logra apartarse de esa figura mariana, dejar de sentir miedo de él y empoderarse, presidir su vida.
Ahora, devolviéndonos a la teoría de la pasividad de Freud, es así como Joana actúa con su esposo. Produce hacia sí misma de un efecto boomerang en que la pulsión, de tanto esperar a ser llenada en vez de buscar llenarse, termina devolviéndose a ella. Catalina también manifiesta esa pasividad, aunque el deseo de saber lo que es sentir, la va llevando a una paulatina transformación hacia un papel más activo con su cuerpo, con sus sentimientos, con sus actos. Joana logra liberarse de esa relación masoquista y alcanzar otro tipo de vínculo en que ella si es capaz de llenar sus pulsiones de una forma que ella misma plantea. Catalina, aunque sus amantes la llenan en varios aspectos, sólo logra liberarse del todo de Andrés cuando éste muere.
Continuara…
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