Por
Giovanna Faccini
Docente Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola
El día que fui a casa de mi padre a recoger sus pertenencias, tenía un sentimiento amalgamado entre tristeza y culpa por no haberlo visitado con más frecuencia y a la vez sentía una tristeza infinita pues no volvería a escuchar sus historias, su estruendosa risa, sus cantos melodiosos y esa forma de narrar la historia del arte como si de un mago de cuentos y sueños se tratara. Mi papá, el maestro Nelson Faccini, graduado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional en 1955 y miembro fundador del grupo de pintores La Mancha, se despidió de éste mundo un día después que lo hiciera la pintora surrealista Eleonora Carrington, y aunque no es precisamente el movimiento al cual perteneció mi padre, su vida la vivió en gran parte desde la región más profunda de la mente: el inconsciente, que según Jung se fundamenta en el sueño y la locura: la imaginación y la pasión; escuchar sus historias me hacían recordar a Edward Bloom, el gran pez.
Mi padre expresó su mundo interior complejo, sus problemas filosóficos, psicológicos y sociológicos con una plasticidad límpida, ajena a ese estilo puramente decorativo. No describía situaciones, expresaba sus emociones, dando importancia al color reduciendo a un mínimo su dependencia con la realidad objetiva, creando un espacio más dinámico por las inflexiones del símbolo y destruyendo el mundo exterior geometrizado por la perspectiva, “El lector” es un claro ejemplo de lo que aquí quiero expresar y parafraseando al maestro Henri Matisse, el pintor no necesita preocuparse por los detalles insignificantes, pues para eso está la fotografía, que lo hace mucho mejor y más rápido. La pintura le sirve al artista para expresar sus visiones interiores; “La muerte de faena”, me hace remembrar un episodio de la infancia de mi padre. Me contó una vez que el día que velaban a su abuela vio como ésta salía del ataúd y daba vueltas encima de los deudos como si de una danza del mundo de las sombras se tratara, mi padre aterrorizado soltó gritos de pavor que fueron sofocados por un apretujón en el brazo pues según mi abuelo, ese no era espacio para venirse con imaginerías.
Para mi padre la pintura fue su vida. La naturaleza le proporcionó los medios para dar vida a una expresión que surgía de su propia originalidad, donde los elementos plásticos son símbolos psíquicos, eróticos y algunas veces fetiches danzando en derredor de figuras con rostros grotescos, distorsionados y algunas veces satíricos, insurgentes signos en el carnaval de la vida, pero proporcionándonos en su composición un espacio respirable e incluso en algunas de sus obras el escape a lugares a los que solo se llega a través de una mente creativa e imaginativa como la suya.
Muchas de sus obras me las dio en vida y muchas otras me esperaban en el cuarto donde pasó sus últimos días. Así fue como el 2 de junio del 2011 encontré un tesoro de grandes proporciones no solo por la riqueza plástica sino por la historia que encontré en los tubos donde guardaba sus pinturas. Pinturas del año 1967 que vislumbran la fuerza de su obra y el legado que dejaría en muchos de sus pupilos que con el tiempo olvidarían con cierta ingratitud sus enseñanzas y consejos.
Me hubiera gustado ser padawan de mi propio padre, haber heredado su talento inconmensurable y su disciplina y dedicación para pintar, a cambio, heredé de él su amor por la vida y una comprensión más holística de la muerte y la sombra, esa parte de nosotros que no nos gusta enfrentar y que empoderamos cada vez que la negamos haciendo que la existencia se torne difícil ocasionando neurosis y un sinfín de respuestas erradas acerca del SER.
Padre, donde quiera que este tu espíritu, recibe todo mi amor y un eterno agradecimiento por tu existencia y la mía.
Giovanna Faccini
Docente Medios Audiovisuales
Especial para La Moviola
El día que fui a casa de mi padre a recoger sus pertenencias, tenía un sentimiento amalgamado entre tristeza y culpa por no haberlo visitado con más frecuencia y a la vez sentía una tristeza infinita pues no volvería a escuchar sus historias, su estruendosa risa, sus cantos melodiosos y esa forma de narrar la historia del arte como si de un mago de cuentos y sueños se tratara. Mi papá, el maestro Nelson Faccini, graduado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional en 1955 y miembro fundador del grupo de pintores La Mancha, se despidió de éste mundo un día después que lo hiciera la pintora surrealista Eleonora Carrington, y aunque no es precisamente el movimiento al cual perteneció mi padre, su vida la vivió en gran parte desde la región más profunda de la mente: el inconsciente, que según Jung se fundamenta en el sueño y la locura: la imaginación y la pasión; escuchar sus historias me hacían recordar a Edward Bloom, el gran pez.
Mi padre expresó su mundo interior complejo, sus problemas filosóficos, psicológicos y sociológicos con una plasticidad límpida, ajena a ese estilo puramente decorativo. No describía situaciones, expresaba sus emociones, dando importancia al color reduciendo a un mínimo su dependencia con la realidad objetiva, creando un espacio más dinámico por las inflexiones del símbolo y destruyendo el mundo exterior geometrizado por la perspectiva, “El lector” es un claro ejemplo de lo que aquí quiero expresar y parafraseando al maestro Henri Matisse, el pintor no necesita preocuparse por los detalles insignificantes, pues para eso está la fotografía, que lo hace mucho mejor y más rápido. La pintura le sirve al artista para expresar sus visiones interiores; “La muerte de faena”, me hace remembrar un episodio de la infancia de mi padre. Me contó una vez que el día que velaban a su abuela vio como ésta salía del ataúd y daba vueltas encima de los deudos como si de una danza del mundo de las sombras se tratara, mi padre aterrorizado soltó gritos de pavor que fueron sofocados por un apretujón en el brazo pues según mi abuelo, ese no era espacio para venirse con imaginerías.
Para mi padre la pintura fue su vida. La naturaleza le proporcionó los medios para dar vida a una expresión que surgía de su propia originalidad, donde los elementos plásticos son símbolos psíquicos, eróticos y algunas veces fetiches danzando en derredor de figuras con rostros grotescos, distorsionados y algunas veces satíricos, insurgentes signos en el carnaval de la vida, pero proporcionándonos en su composición un espacio respirable e incluso en algunas de sus obras el escape a lugares a los que solo se llega a través de una mente creativa e imaginativa como la suya.
Muchas de sus obras me las dio en vida y muchas otras me esperaban en el cuarto donde pasó sus últimos días. Así fue como el 2 de junio del 2011 encontré un tesoro de grandes proporciones no solo por la riqueza plástica sino por la historia que encontré en los tubos donde guardaba sus pinturas. Pinturas del año 1967 que vislumbran la fuerza de su obra y el legado que dejaría en muchos de sus pupilos que con el tiempo olvidarían con cierta ingratitud sus enseñanzas y consejos.
Me hubiera gustado ser padawan de mi propio padre, haber heredado su talento inconmensurable y su disciplina y dedicación para pintar, a cambio, heredé de él su amor por la vida y una comprensión más holística de la muerte y la sombra, esa parte de nosotros que no nos gusta enfrentar y que empoderamos cada vez que la negamos haciendo que la existencia se torne difícil ocasionando neurosis y un sinfín de respuestas erradas acerca del SER.
Padre, donde quiera que este tu espíritu, recibe todo mi amor y un eterno agradecimiento por tu existencia y la mía.
2 comentarios:
profe tienes face?
Gina ,Me identifico totalmente con tus palabras y el significado de la vida de Nelson. Lo admiré y quise mucho ! Para ti todo mi cariño . Gloria de Faccini
Publicar un comentario