En cualquier lugar aéreo entre La Habana y Bogotá


Fotografía  Aaron Escobar  

 
Por
Marley Cruz
Colaboradora habitual de La Moviola
 

Soy muy supersticiosa, suelo créele mucho a mis sueños, a lo que entre líneas me dicen.  Antes de saber que por fin viajaría a Cuba tuve un sueño particular, revelador: tenía un vestido azul -bailarina de la carpa azul- y arribaba a La Habana. Llegaba a una humilde casa, de tablas azules, de pinturas carcomidas por el tiempo y la sal del mar. Salí a dar una vuelta por la Habana vieja, que quedaba a diez minutos en carro del lugar de mi hospedaje: las casas en ese lugar eran grandes, antiguas, llenas de misterios que me invitaban a entrar, sólo las miré de pasada, pero con el tiempo suficiente para dejar en mí un sabor de desbordante alegría y un dejo de tristeza.  De repente en mi sueño me encontré frente al mar: era una inmensa laguna salada, con arena color marfil, que desembocaba en el ancho, azul, e infinito océano: estaba en Playa Girón. 

Mucho he amado esa tierra, símbolo para mí, de los que pudieron hacer un algo diferente, tomar un camino que los hace tan únicos, tan ellos, tan fuertes y tan auténticos. Mucho les leído en sus letras y en sus músicas; cada palabra, cada sonoridad, causaba en mí una fascinación tan grande como escuchar la palabra “Patria, como un libro, una palabra, una guerrilla, como la palabra amor”. Por eso cuando mi deseo de inicio de año se dio, no hubo felicidad mayor: por fin visitaría la tierra de Fidel, de Alejo, de La Loynaz, de Carilda, de Silvio y de Martí; al fin podría ver con mis propios ojos lo contado por mi amiga cubana, por fin podría llevar de ella sus recuerdos, y escucharía con mis oídos el estrellar de las olas con la pared que nos separa del mar.

En las conversaciones con quienes ya habían conocido esta tierra había escuchado mucho de las alegrías y de las penas de los cubanos, siempre con ese timbre político que se empeña en querer definir a un pueblo, y en polarizar las percepciones que sobre la gente y las formas de vida que se tienen.  Cansada de escuchar posiciones de bueno y malo, de bonito y feo, lo que en verdad me movía el alma para conocer era esa forma como se piensan su arte, sus letras, sus músicas, quería con toda el alma ver cómo la curva de sus sonrisas se parece a la curva del horizonte en el mar. No me interesó jamás concentrarme exclusivamente echarle la culpa al bloqueo de la dura situación cubana, o de culpar a Fidel por no adaptarse a los cambios del mundo, nunca me interesó quedarme en los meros chismes de la revolución vs el capitalismo… no quise quedarme ahí, me negué a darle crédito a la mórbida curiosidad de cuántas carencias tienen comparados con nosotros, de su supuesto nivel de atraso. Harta de todo eso, pero con la conciencia clara de saber que la política de un país afecta profundamente a su pueblo- y más a éste al estar enfermo de geografía- quise ver que había más allá de todo aquello, y en esa corta estancia puede quedar hermosamente hechizada con su calor y su fuerte brisa.

Recuerdo las cosquillas y la ansiedad antes del arribo a la ciudad de la Habana, el cielo hermoso, lleno de nubes como ovejitas sin paticas, y al final el inmenso mar… mar que se convirtió en la isla, que me daba la bienvenida. Pienso en lo que aconteció en estos días que parecieran un siglo por todo lo vivido en aquel lugar: recuerdo gentes que me regalaron su tiempo, personas con una humanidad tan inmensa como sus almas, con un destellante brillo en los ojos y esa sonrisa siempre presente en los labios.

Y en mucho tienen y no razón los que me habían contado de las alegrías y de los tantos pesares de los cubanos, pero lo que más me disgustó de las personas que me contaban sobre sus viajes a Cuba era la exclusiva que le dan a las carencias económicas y de calidad de vida,  en las dificultades para conseguir lo del diario vivir. Pero también me habían contado de la proverbial alegría de estas personas, de su don de gente y de la musicalidad en su hablar, de lo folclórico de sus costumbres y en su cercanía en el trato con el otro. Desde un inicio me había prometido no hablar de política con los cubanos: un país es más grande que sus dirigentes o que los vientos por los que la geopolítica los marque. Mi interés en Cuba siempre ha ido más allá de esa mórbida curiosidad para con los que tienen una sociedad tan distinta al resto del mundo pese al trasegar del tiempo.

En el marco del evento al que acudí estaba la visita a escuelas en la ciudad: la escuelita de José Martí recibió a un grupo de más de 20 extranjeros para mostrarnos con todo orgullo su biblioteca. Me conmovió profundamente el ver dos filas de niños y niñas con sus pañoletas azules haciéndonos calle de honor: ¿acaso puede existir honor más grande para un docente que ser recibido en una institución educativa, por sus niños con miradas de complacencia? La canción que sonaba al fondo era la Guantanamera. No puedo dejar de recordar el brillo en estos niños tan sencillos, tan contentos por nuestra visita. Me transporté a alguna de las escuelas en las que cursé mi primaria… ¡Esa sensación de estar en otro tiempo, en un tiempo angelicalmente remoto! Todo era tan distinto a cómo me he acostumbrado: salones de máximo 15 niños, tableros de tiza, pizarras, cuadernos forrados con papel regalo… Qué remotas vivencias trajo a mí este lugar.

Al llegar a la biblioteca tuve que escapar, no por el lugar, no por los cubanos, sino, aunque me avergüence decirlo, por mis compañeros de evento. Los comentarios, las  críticas que en nada aportan a la construcción de sensibilidades y de conocimiento, cuyo único fin era el de denigrar la educación cubana: “¡mira esta edición de 1972, hasta hongos debe tener!” me daban ganas de decirles: y nosotros tenemos libros digitales que nadie lee, ¿eso nos hace mejores, más desarrollados?, tenemos cursos de 45 estudiantes donde al docente le queda casi imposible impartir una educación humanizada, en pro de la construcción del individuo y no de analfabetas funcionales. Así que para contener mi rabia, e impotencia al ver a todos con sus iPhone, con sus cámaras, que nunca buscan la magia de la imagen, sino el YO ESTUVE AHÍ, salí por un lado, cuidadosamente sin que el auditorio lo notara.

Tan pronto estuve fuera, en compañía de un docente de la institución y de otra colombiana a quien le incomodó la actividad, fuimos a dar un paseo por la escuela. Entramos a un salón de clase y con el aval de la docente encargada, puse en acción alguna de mis hechizos musicales para encantar a los chicos… a todos los niños que conozco les impacta mucho que uno les cante, es como el sonido de Hamelin, y ellos son como los niños encantados del cuento, pero al puente al que me gusta llevarlos es al de sus sueños y su imaginación. Entre cantos seguidos por los niños, tuve la oportunidad de hablar con otras maestras, ellas  estaban un poco distantes, pues minutos antes alguno de los visitantes había criticado de mala manera el sistema educativo cubano. Yo por mi parte, intentando disculpar tal atrevimiento, les hablé del fascinante que es poder disponer de un salón de clase con 10 o 15 niños, pues de esta manera se puede hacer un seguimiento más detallado del desarrollo de cada estudiante. Y rompiendo el hielo, me contaron cosas sobre su profesión como docentes, orgullosas de su sistema educativo y de la manera como sus chicos aprenden, me sentí feliz.

Quedé fascinada con las ediciones de sus libros infantiles, ilustraciones tan perfectamente elaboradas, tan artesanales, con colorido y contenido. Tuve la oportunidad de conocer las letras de un escritor de literatura infantil, y entre cafés y dedicatorias, traje conmigo un tesoro lleno de circos, de poemas, de verdes, de gallos y de bosques. Libros dispuestos para ser compartidos con mis chicos en algún colegio bogotano. 

En una de mis voladas del evento para poder hablar con algún cubano y saberles un poco más, me encontré mirando las olas del mar, compartiendo atún y galletas con un grupo de jóvenes isleños.  Tuve la impresión de perderme en la inmensidad del agua cuando de repente me solté de la mano de mi joven conductor por entre las olas, quién quiso darme un escarmiento para que dejara de tenerle miedo al mar. Las olas estaban muy picadas, jamás había conocido un mar tan bravo como éste, de color azul y con arcoíris como prenda; por un instante sentí el agua salada en mi boca, que sin dejarme respirar me reclamaba el miedo que guardo desde niña a las aguas profundas.

Recuerdo con gusto la mirada de las mujeres mayores al ver mi joven rostro, la adultez, la complacencia y la magia de ver a una chica tan joven –en términos académicos por lo menos- en un congreso al que asisten muchos por reiterada consagración desde hace 14 años.  Me anima en el camino que escogí en actos de suprema sinceridad para con lo que hago, como los aplausos tras mi exposición: era un tema terrible, la tragedia y la muerte siempre nos causan escozor, y sin embargo, siento que logré capturar un interés estético con mi trabajo.

El motivo de mi viaje estaba marcado por el amor a una tierra desconocida, amor que por momentos se vio opacado al sentirme influida por algunas conversaciones con gentes de otros países y del mío mismo, por momentos se me pegó el pesimismo, se me pegó el descontento de encontrar a una nación en palos. Sin embargo, la desazón no duraba mucho, no alcanzó nunca para inundar mi alma llena de tantas expectativas y de tantas ganas de conocer.

El taxista don Joaquín, exmilitar, campesino, y ahora conductor de una auto con los años de Matuzalém, me regaló en su compañía historias sin tiempo, que  me invitaban a veces a una tristeza  profunda al ver que a la revolución ya le hace falta más que una mano de pintura; sus palabras de amor para con la política de su país, la seriedad de su palabra sin pretensión notaba tanto amor por el partido, como por un sueño perdido, en contraste con su afán inmenso de salir para poder cambiar la situación: “Marley: somos un país muy muy pobre, la hemos pasado muy mal, pero siempre he amado mi país y su revolución, pero quiero tener una vejez tranquila al lado de mi familia en Miami” En otros momentos me compartía sus historias de amores y poemas, algunos de ellos para cierta señorita que no quiso dejarse amar: ¡el amor sentimental es tan natural y sencillo para los cubanos, se enamoran se casan y si se les pasa pues se dejan sin tanto problema! En ellos no hay toda esa vaina que nos han metido en la cabeza de que hay que casarse con el que a uno lo quiere, o con el que le conviene, o con el que los gustos son lo suficientemente afines como para hacer proyecto…  y por las carreteras llenas de historias, el auto de don Joaquín me llevó al inmenso y tranquilo mar de sus recuerdos.

Dentro de las cosas que me hicieron llorar de tristeza está sembrado en el recuerdo de una noche en el malecón. Conocí a un grupo chicas, una de ellas dispuesta a conquistar la parte lésbica que todas llevamos dentro; no por falta de belleza por parte de mi cautivadora, sino por una completa convicción de mi parte de no querer comprobar si soy o no bisexual, desistió de su intención de conquistarme y empezamos a hablar de la vida, de las olas al chocar contra el muro, del olor del cigarrillo, de la niña de 4 años de una de ellas, de la Habana, de la lluvia que se aproximaba. Mientras la conversación sucedía llegó mi pregunta:

-¿Ustedes estudiaron?- a lo que una de ellas respondió:

-Nosotras no, no quisimos, pero ella si- señalando a la de mayor edad del grupo

-Era maestra-

-Sí- respondió ella, como quien no quiere la cosa.

-Era maestra, estudié dos especializaciones e inglés, pero me cansé de aguantar hambre… y ahora hago esto…

Amargo trago al escuchar esto: ahora hago esto… una maestra deja de ser maestra, un militar deja de ser militar, no por convicción sino por necesidad, por hastío, por cansancio. Quieren salir, ¡y yo con estas ganas locas de entrar!

Los admiro porque son diferentes, porque son tan únicos y sus problemas tan hondos que podemos predecir que van a decir para ganar una divisa más… ¡y son tan humanos! Con la misma humanidad que encontraría en cualquier ser sobre la faz de la tierra… pero tan amables y sus miradas tan sinceras…

Siento que en la maleta verde que viaja en éste avión traigo algo del alma de Cuba, traigo a Martí en 27 tomos: mi más grande orgullo, la perla máxima de mi biblioteca y de mi amor. Siento que después de que haya recorrido esas palabras podré menos que nunca olvidar este primer encuentro con tan amado país… tengo la certeza de quererle más que antes y de admirarle y de sufrir con él las penas y pesares como si del mío propio fueran… si me lo permiten. Nunca me sentí tan en casa. Tal vez sea la proximidad que con sus letras me han llegado al corazón, o la calidez de su gente, o lo sonoro de su hablar, o tal vez sea que en el fondo sigo total, e irrevocablemente enamorada de la utopía.

Ahora mientras la noche me lleva de nuevo a la fría ciudad que digo odiar, en un avión que me trae de la ciudad que digo amar, no puedo dejar de pensar en todos, jóvenes, viejos, extranjeros, cubanos, a todos les conocí un poco, todos me compartieron un pedacito de su mundo, y no puedo hacer otra cosa que estar agradecida con todos.

No puedo evitar las lágrimas cuándo recuerdo que lo logré, cuando en mis ojos quedaron inscritas cosas que mi alma no podrá olvidar. Lloro al regresar de mi país porque por fin logré ver con mis ojos lo que las letras me habían narrado. Con todo lo contradictorio que hay en mis pensamientos, no puedo dejar de confesar que al ver las lucecitas de mi fría ciudad me sentí tranquila, estaba de nuevo en mi lugar de confort, entre el mar de emociones encontradas, de querer regresar, pero también el temor de sufrir, porque nos han hecho cómodos, y nos aterra salir de la zona de bienestar.

A todos los que me acogieron en sus delicadas muestras de afecto, en su palabra sin reproche no me quedan más que darles mis gracias. La Habana me sirvió bien, siento también el ahogo y la náusea: debe ser el trasnocho, los rones de anoche o el movimiento incesante de este avión que me causa malestar o tal vez es la sensación del sentir que no se puede ser maniqueísta con ese lugar, es una tierra que  mucho más que eso: los cubanos son en definitiva desbordantes.

Don Carlos de quién no me despedí, a quién tal vez jamás logre decirle lo agradecida que le estoy por sus 80 pesos cubanos, y quien me demostró que en un país en donde los recursos son tan escasos me dieron  de lo poco que tenían sin pedirme retribuciones; en un país del que se dice que al turista se le ve con el signo pesos, algunos seres maravillosos me trataron como persona, me vieron con los ojos de quién ve a una chiquilla, porque sí, en éste viaje me sentía con 16 años, no tuve más que eso… de hecho todo el mundo me decía que no parecía de más edad que 20, tal vez porque mi alma se rejuveneció de experiencias.

A los que los juzgan con alevosía solo me queda decirles: ¿Atrasados quiénes? ¿Acaso alguien en mi Bogotá se ha tomado el tiempo para escuchar de mi boca la historia de los judíos desde Abraham hasta Hitler con pleno interés? ¿Acaso alguien en alguno de los parques de mi ciudad es lo suficientemente seguro cómo para estar casi a la media noche hablando con un desconocido arreglador de refrigeradores, y que además de todo se tome el trabajo de darme de su dinero para pagar mi taxi?  Me niego a creer lo que muchos piensan, que el cubano es amable sólo porque te mira con el signo pesos, me niego rotundamente a creer que sus actos de amabilidad son sólo porque quieren que te cases con ellos para sacarlos del país. Yo creo que lo hacen porque nos llevan años luz en una cosa tan sencilla que se llama: humanidad.

Llegué hastiada hasta el cansancio de los turistas quejambrosos por no tener shampoo en el hotel, o porque nos dieron pasta en un coctel de bienvenida. ¿Acaso son tan miopes para no ver la maravilla de gente con la que se toparon de frente? Si querían lujos debieron emigrar a París y hospedarse en un hotel en los Campos Elíseos. ¿Les cuesta tanto ver la belleza en las manos de un anciano armando un tabaco? ¿Acaso no sienten la tranquilidad que brinda una ciudad sin las monstruosas vallas publicitarias? ¿Acaso no pueden simplemente admirar una ciudad tan limpia como la Habana, viniendo de un desastre de basuras como el de la capital Colombiana? ¿Es que no pueden mirar la hermosura en la sonrisa de los niños al enseñarte cómo funciona la pizarra? ¿Es que siguen creyendo que niños con Tablet computer se llama progreso?

No todos por supuesto, hubo gentes de otros países maravillosas, costarricenses, brasileros, peruanos, que también lograron ir más allá de la pauperización de la diferencia. En estas personas pude encontrar la compichería para admirar antes de criticar. Con ellos nos admiramos de que con lo poco se puede hacer mucho, y espero haber construido lazos que nos permitan comunicarnos desde las diferentes esferas en las que vivimos.

Pese a lo pesado de maleta hoy después de toda una vida me siento más liviana.  Y me siento como en mi sueño revelador, envuelta en el azul con sal y en su olor a tabaco, me siento como la bailarina azul del Próximo circo.  Me concibo como mi amiga cubana muy acertadamente describió cuando me negué a contarle de lo que mis ojos vieron en su Cuba linda: “Se lo que hay detrás de tu silencio, a ti te duele Cuba,  porque Cuba tiene la magia de encantar dolorosamente,  Cuba tiene el ritmo de Benny con la nostalgia de la Loynaz y la locura de Carilda,  tu sientes un infantil dolor por Cuba que mi anciano dolor bien conoce…” Sí, mi amiga acertó perfectamente a lo que por mi corazón pasa; sí, Cuba me encanta dolorosamente, porque por más que quisiera estar al margen de cualquier postura política, no puede dejar de apabullarme el saber una tierra tan rica en cultura y educación pase tan duros momentos desde hace tanto tiempo. Me duele Cuba, porque siento el ocaso de una época en sus aires, porque el mundo se ha encargado de asfixiarla tanto que pareciera que la tela no resiste más.

Cuba necesita un cambio y todos lo sabemos, solamente espero que con esa misma fuerza con que los cubanos han demostrado al mundo su valía, puedan seguir siendo tan ellos donde quiera que los vientos geopolíticos los lleven. Sentí en el aire el ocaso de una época, pero sé muy bien que tras la oscuridad siempre sale el sol… y a todas éstas ¿quién soy yo para predecir que se muere o qué sigue? Dicen que la revolución se viene muriendo desde que empezó, llevan más de 50 años y sigue contando… tal vez los cubanos sorprendan de nuevo con su impresionante ingenio para darle soluciones viables a tan maravilloso país.

Salí de Cuba con dolor en el pecho y tristeza, creí que eran los rones de la noche anterior, al regresar a Bogotá creí que era la altura. Ahora que han pasado algunos días desde mi regreso, casi tantos como los de mi estancia en la Habana, el dolor sigue presente cuando los recuerdo, cuando les leo. Pese a lo cómoda que vivo en mi tierra, yo quisiera regresar y quédame tanto tiempo como fuera posible. No con poco miedo quiero inventarme un sueño que me permita regresar. No sé qué tan comprensible sea la fascinación que siento, pero pienso constantemente en la posibilidad de quedarme a vivir en aquellos ojos verdes que me miraron con tristeza y con dulzura, de quedarme a vivir en ese rostro esculpido en mármol, con piel de terciopelo.        

 

    

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He estado en Cuba varias veces y pienso que esta es una bellísima historia escrita con la inteligencia y el corazón. Como tu, yo también amo a Cuba y a su maravillosa gente.
Lo trágico es que fuera de Cuba hemos perdido nuestra humanidad sin siquiera darnos cuenta y nos relacionamos unas/os con otras/os como si fuesemos mercancía!
Increíble que vivir en un ambiente HUMANO, como el de Cuba, nos parezca tan terrible

fatima dijo...

Es Dr.EBHOSE usted puede email él si necesita su ayuda en su relación,
prometen you.Your problemas se resuelven de inmediato. Después de estar en
relación con él durante siete años , él me dejó , yo hice todo
posible traerlo de vuelta atrás, pero todo fue en vano . Yo quería que él la espalda
por el amor que siento por él, le suplicó , pero él se negó hasta que
explicado mi problema con alguien en línea y ella me sugirió que debería
más bien por correo un lanzador de hechizos que podrían ayudarme a un hechizo que le trajera
espalda, pero yo soy el tipo que nunca creen en hechizos , no tenía más remedio que
Pruébalo, envié el lanzador de hechizos , me dijo que no había problema que
todo va a estar bien antes de tres días, que mi ex se vuelve a mí
antes de los tres días, él lanzó el hechizo y, sorprendentemente, en el segundo día ,
eso fue alrededor de las 4:00 de la tarde. Mi ex me llamó , yo estaba tan sorprendida, me contestó el
llaman y lo único que dijo fue que estaba tan mal por todo lo que pasó ,
que quería volver a mí, que me encanta tanto. Yo estaba tan feliz y
sorprendido. Desde entonces, he hecho una promesa de que todos los que conozco se
nunca tener un problema de relación , que me voy a referir a el hechizo
lanzador de ayudarlos. Cualquiera podría necesitar la ayuda del hechicero , su
ebhodaghespell@gmail.com email
Él también lanzó tantos sortílega ,

( 1 ) quiere que su ex atrás .
( 2 ) Usted siempre tiene pesadillas.
( 3 ) Para ser promovido en su oficina
( 4 ) ¿Quieres un niño.
( 5 ) ¿Quieres ser rico.
( 6 ) que desee mantener su esposo / esposa sea sólo suya para siempre.
( 7 ) la necesidad de asistencia financiera.
8 ) ¿Quieres estar en control de que el matrimonio
9 ) ¿Quieres que atraerán a la gente
10 ) La falta de hijos
11 ) ¿NECESITA UN MARIDO / MUJER
13 ) CÓMO GANAR SU LOTERÍA
14 ) PROMOCIÓN HECHIZO
15 ) HECHIZO DE PROTECCIÓN
16 ) HECHIZO DE NEGOCIO
17 ) HECHIZO DE TRABAJO BUENO
18 ) cura para cualquier enfermedad / h.i.v.
Póngase en contacto con él hoy en : ebhodaghespell@gmail.com