Un viraje a la nada, impresiones sobre la obra de Graciela Paraskevaídis.
Por Juan Camilo Vásquez
Especial para La Moviola
El pasado 27 de febrero en el Auditorio Teresa Cuervo del Museo Nacional de Colombia, El Ensamble CG, agrupación musical colombiana con más de una década de experiencia en la interpretación de música contemporánea, realizó un concierto en homenaje a la compositora argentino-uruguaya Graciela Paraskevaídis para conmemorar sus 70 años, aprovechando la corta estadía de la compositora en la ciudad de Bogotá. Paraskevaídis es sin duda una figura icónica para la música latinoamericana, en mi opinión uno de los personajes más activos y vitales en lo concerniente a la actividad artística y académica de los siglos XX y XXI, alrededor de medio siglo de obras, conciertos, estrenos, seminarios, cursos, ensayos, artículos, libros, discos y demás, dan muestra de su enorme capacidad productiva; su música y su pensamiento son reflejo de una personalidad fascinante de marcadas convicciones éticas y estéticas.
Hace aproximadamente cinco años escuché por primera vez una obra de Paraskevaídis, fue en un concierto del guitarrista colombiano Guillermo Bocanegra en el marco del Festival de guitarra de Compensar. El nervio de Arnold, nombre con referencia anatómica proveniente del nervio occipital mayor, es una obra compuesta en 1992, estrenada en su momento por el gran guitarrista uruguayo Eduardo Fernandez, dentro de las actividades del Núcleo Música Nueva de Montevideo (del cual hace parte activa Paraskevaídis). Es una obra fuerte, casi tajante, de pocos pero efectivos elementos; recuerdo muy bien el salto que pegué en ese concierto cuando el guitarrista, rompiendo el silencio sepulcral del auditorio (de esos que sólo se sienten justo antes del inicio de una obra), atacó una serie continua y regular de pizzicati “a la Bartók” en la sexta cuerda, mejor descritos como el acto de halar la cuerda para que esta golpee con violencia sobre los trastes de la guitarra. Ya se podrán imaginar la contundencia del resultado sonoro y por ende de mi reacción.
El impacto emocional que tuvo en mí la serie de estos (extrañamente) estruendosos ataques regulares (digo extrañamente por la naturaleza dócil y casi silenciosa de este instrumento), sólo fue superado por lo que sucedió después de finalizada la serie de ataques, un silencio aún más impactante que el previo al inicio de la ejecución instrumental, tan pero tan profundo, que permitió escuchar cómo se diluía segundo a segundo, centímetro a centímetro en la profundidad del espacio (tanto físico como sicológico), la resonancia del último de los ataques de la guitarra.
Ese impactante primer recuerdo de Paraskevaídis fue refrescado en el concierto de CG en el Museo Nacional. La primera obra del programa de concierto fue El nervio de Arnold interpretada por el mismo Bocanegra. Mientras transcurría la obra alcancé a imaginar que habían transcurrido cinco años y que yo, impotente de salir de mi estupor, me había quedado en ese silencio profundo, diluyéndome con el sonido en el infinito espacio. Después de la obra comprendí lo que en realidad había sucedido, el recuerdo estaba intacto en la memoria, como captado por una cámara de video y almacenado en el disco duro. Las reacciones fueron exactamente las mismas, por eso la sensación de suspensión temporal.
Por lo general este es el efecto que suele tener la música de esta sorprendente compositora, sus elementos siempre restringidos intencionalmente son capaces de generar estados mentales extraños, casi incomprensibles, como si el tiempo se detuviera y los sonidos quedaran suspendidos en el espacio físico como esculturas con “movilidad interior” y “estatismo exterior”, usando palabras expresadas por la misma compositora en el librillo que acompaña al CD Magma, editado por la disquera independiente uruguaya Tabacué en 1996. Su música suele ser percibida como excesivamente estática, sobre todo en comparación a muchas otras músicas desbordantes y extravagantes a las que estamos bien acostumbrados por su difusión en todos los medios, pero una vez rota esa primera barrera creada por la fuerza de la costumbre se puede descubrir muy fácilmente un universo de riqueza infinita que reside en la sutilidad, puesta en relieve por la restricción voluntaria de elementos. Del mismo texto mencionado y sobre las restricciones autoimpuestas al momento de componer, Paraskevaídis comenta, refiriéndose a su obra electroacústica Huauqui, que “fue realizada en setiembre de 1975 (…). "Huauqui" - también "huauque" o "guauque" - era la estatuilla que cada inca tallaba a su imagen y semejanza. Por extensión, el concepto de "huauqui" significó también "hermandad, amistad, comunidad". A partir de esta obra, me autoimpongo lograr sencillez, concisión, despojamiento y silencio. (Sigo en eso.)”
Retomando un poco el concierto de CG con fines informativos y de documentación, también interpretaron de Paraskevaídis la obra Aruaru para voz femenina, clarinete, violín, violonchelo y piano, pieza compuesta en el 2003 y estrenada esa noche en Colombia (su estreno mundial ocurrió en el marco del Festival de Música Contemporánea de Chile, por el Ensamble Bartók en enero de 2004). Por ser un homenaje a su vida y obra, el director del Ensamble CG, Rodolfo Acosta, decidió programar también dos obras de estudiantes colombianos de la compositora y dos obras de maestros de ella. De los estudiantes interpretaron la obra del compositor bogotano Daniel Leguizamón denominada Trío para voz femenina, guitarra y piano del 2005, y una obra del mismo Rodolfo Acosta, Verdaderos negativos para instrumentación indefinida, compuesta en el 2009. De los maestros de la compositora el Ensamble CG interpretó las Canciones de Lorca del compositor argentino Gerardo Gandini para voz femenina y guitarra, y del gran compositor y arquitecto griego Iannis Xenakis, el percusionista Eduardo Caicedo interpretó la famosa Rebonds A, compuesta entre 1987 y 1989.
Por último, la soprano colombiana Beatriz Elena Martínez concluyó esa noche de recuerdos casi oníricos y música de otro planeta, con la obra de Paraskevaídis para voz sola Nada, compuesta en 1993. Las restricciones en el material son la constante, con muy pocos fonemas y aún menos alturas, el sonido es un solo flujo de energía constante y transparente, los pequeños cambios se hacen evidentes gracias a la efectividad con que la compositora utiliza los poquísimos elementos de los que dispone. La versión de Beatriz Martínez logró en mí un efecto muy dramático, durante toda la obra no pude quitarle los ojos de encima a la cantante, principalmente porque su expresión facial y la luz azul intensa sobre todo el escenario, la hacían parecer extraída de una película de Lynch. Sólo hasta el final de la obra me di cuenta que estuve todo el tiempo al borde de la silla, cómo atraído casi magnéticamente por la energía estática del sonido.
Les dejo el link de la página de la compositora, para que los interesados conozcan un poco más acerca de su obra, además de poder leer varios artículos y ensayos escritos por ella: http://www.gp-magma.net/home.html
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