Pere Lachaise…mi corazón latía inquieto.

Por Giovanna Faccini Especial para La Moviola Paris (Francia) Detrás del gusto por los cementerios puede haber muchas razones, algunas de ellas relacionadas con nuestro destino final, pero si la voluntad es que las cenizas se las lleve el viento entonces cuál es el móvil para ese gusto que para unos resulta macabro y para otros como yo una experiencia estética. Debo confesar que durante gran parte de mi vida fui vergonzante de admitir que me encantan los paseos al cementerio, detrás de los viajes a la ciudad de México y el recorrido por la avenida de la Reforma estaba el deseo intenso de visitar el panteón de Dolores o el de San Angel, igual situación viví en Francia en mi primera visita donde lejos de querer conocer el castillo de papel de La Roche quería caminar el campo santo de Roanne para recorrer las tumbas de los infantes de la patria. Luego en Paris mi hermana hizo un boceto de recorrido turístico que no incluía Pere Lachaise . Hoy, cuatro años después de mi primer viaje a Francia tengo la oportunidad de regresar y con la autonomía que me da viajar sin arandelas familiares ni prisas de itinerario turístico, me propuse visitar el muy concurrido y célebre cementerio Pere Lachaise. Mi gusto por la muerte y todo aquello que se desprende de ella me ha acompañado desde la infancia, los monumentos, mausoleos, esculturas, epitafios y lápidas de personas jóvenes han asistido mis noches de insomnio y terrores nocturnos. Hacer un recorrido detallado de mis noches de terror e imágenes de muertos que salen de sus tumbas, caminan a mi casa, alcanzan la puerta y se posan a los pies de mi cama para “jalarme las patas” sería una interminable lista de citas que no estoy dispuesta a recoger; así las cosas puntualizaré mi discurso en el gusto estético que produce visitar a los muertos y en el caso del Pere Lachaise a los muertos célebres y su última morada, si es que eso es posible pues al describir una experiencia estética estaría entrando en procesos cognitivos por lo cual dejaría de ser estética. Si bien es cierto que ya tenía un esbozo del recorrido por la necrópolis de la calle Repos, el cual incluía en primer lugar a Morrison , Modigliani, Delacroix y Max Ernst, al entrar por el Boulevard de Ménilmontant, me encontré con una lista de personalidades acompañada de las directrices para llegar a sus respetivos sepulcros, aunque venden por 3 euros un mapa del lugar, saqué mi libreta de apuntes para anotar la dirección de Méliès, Isadora Duncan, Colette, Wilde y otros que no sabía que también reposaban allí. Entonces la jornada se pintó larga pues la búsqueda hasta ahora comenzaba y el día veraniego presagiaba que de ahí solo saldría cuando los guardianes del cementerio al caer la tarde comenzaran a tocar sus campanitas para avisar que la visita había concluido. Mi corazón latía inquieto, como si llegara a una cita por mucho tiempo esperada; la calle principal de la entrada se va bifurcando en calles más pequeñas y todos aquellos que nos encontrábamos al comienzo del paseo nos fuimos separando poco a poco quedándome con mi ansiedad y profunda felicidad pues ahí estaba caminando por entre los muertos, recorriendo con júbilo y curiosidad las tumbas que se alzan serenas. Mi afán por llegar a la sección 6, donde se encuentra Morrison, se fue diluyendo al descubrir que en los mausoleos y cárcavas de personas anónimas para mí, se inscribían verdaderas obras de arte en piedra, mausoleos con vitrales hermosos que dejaban colar una luz mortecina digna de ser inmortalizada en la retina, guardar de manera consciente el sentimiento de estar ahí y contemplar cómo la memoria de los que están muertos es enaltecida por los vivos de manera tan bella. En el recorrido fui descubriendo símbolos rosacruces, masónicos, judíos, arte simbolista, neoclásico, cruces barrocas y arte moderno con su inseparable hijo kitsch, el Pere Lachaise es una galería de arte a cielo abierto. Las tumbas entonces hablaban de los muertos, de sus querencias, de sus dominios, pero también del cariño y admiración de los que estando en vida se ocuparon de sus cuerpos; tratamos de buscar un objeto, un referente que nos ancle al difunto, para Dufrenne según el mito de la potencialidad estética de la obra, es un hecho que el arte tiene en potencia la capacidad de suscitar la experiencia estética y que esta solo es posible si se refleja en el espíritu del que observa; tal vez por esta razón me llamó la atención el olvido de las tumbas de personalidades como Méliès o Modigliani, en el imaginario puede uno hacerse una idea fastuosa de lo que sería la tumba de una celebridad para encontrarse con la realidad sobria y solitaria de una piedra con un nombre inscrito, el significado se lo ponen los que vivos los siguen admirando, dejando sus flores, llaves, flechas, mensajes en papel, besos y conchas de mar para dejar una constancia de que se estuvo ahí. Fue así como durante un momento me senté en frente de la tumba de Modigliani, recordando su biografía y pinturas, de repente me vi haciendo un boceto y escribiendo un mensaje que en el mundo infinito de todas las posibilidades imagino que podría haber sido leído por él, expresándole mi admiración y afecto por su obra, lo mismo hice con Wilde y Delacroix y hasta canté una canción susurrada en frente de la piedra de Morrison, siguiendo el espíritu irreverente de Max Ernst grabé en la pared del columbario donde se encuentran sus cenizas un pequeño cadáver exquisito, ahora lejos de ese lugar me observo y me doy cuenta de lo que somos capaces de hacer en la soledad de nuestros pensamientos. Siendo la estética esa relación compleja entre los sujetos y lo que los rodea, permeada por la experiencia y el conocimiento, vinieron a mi todos los recuerdos infantiles que construyeron mi propia percepción de la muerte, leer los epitafios y recordatorios familiares enriquecieron lo que a simple vista leen los sentidos, encontré tumbas con escritos poéticos y recordatorios que contaban parte de la historia del muerto así como fotografías y mensajes escritos en materiales tan disimiles como el vidrio, la porcelana y el plástico. De las voces de piedra se puede encontrar la de Moliere que reza : “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto, y de verdad que lo hace bien” o el epitafio del rey lagarto “Kata ton daimona eaytoy” que significa “de acuerdo con su propio espíritu”. No sé de qué manera me vaya de Urantia, no sé quién se haga cargo del cuerpo que habito, me gustaría una ceremonia agnóstica de despedida con banda sonora de Hendrix y Pink Floyd, que mi familia y amigos celebraran mi vida y no lloraran mi muerte, y que después de haber sacado de mi humanidad todo lo que pueda servir a los vivos, me dejaran en una colina donde pueda ser alimento para aves, volar alto los surcos y cañones y luego convertirme en abono para la tierra.

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