FRAGMENTO DE LA NOVELA "JAMES NO ESTA EN CASA"



Como lo habiamos prometido desde la ediciòn anterior les presentamos un fragmento del càpìtulo de la Novela "James no està en casa" de la escritora Colombiana Constanza Martìnez ganadora del premio de literatura juvenil Barco de Vapor 2010.

Este fragmento ha sido cedido muy amablemente por la autora para los lectores de la revista Multicultural Alternativa Blog La Moviola del Politecnico Grancolombiano.
















FRAGMENTO CAPÍTULO 11
“-Me debe una, García. Por su culpa, me castigaron por dos semanas, me suspendieron del equipo de fútbol y mi mamá me quitó la mesada de este mes.
Me iba a lanzar el puñetazo, directo a mi ojo izquierdo, cuando entró mi profe hippie. Me salvé por un pelo. Pero sabía que al recreo iba a ser: Gardesable me iba a levantar. Eso era seguro.
Durante la clase no puse atención, pensando cómo salir del lío sin perder el otro ojo. Pensé en saltar la reja y huir, pero no era de hombres. Me arrepentí de haber rechazado las clases de karate que mi Pa me había ofrecido en vacaciones. Y, por último, opté por buscar ayuda. Todos me iban a tildar de “sapo”, pero yo prefería ser un sapo con un ojo y medio en funcionamiento, y no un sapo sin ojos. Definitivamente, cuando uno estaba de malas, ¡estaba de malas!
Mis amigos me decían que hablara con mi mamá, pero yo sabía que eso iba a empeorar las cosas. No solamente iba a ser “sapo”, sino, además, iba a quedar como el niño que se esconde detrás de la mamá. Eso no podía hacerlo. Había que ingeniarse la manera de evitar esa vergüenza.
La clase de Religión se me hizo muy corta. Cuando faltaban cinco minutos, miré hacia Gardesable y éste me hizo un gesto amenazador: -¡Lo tengo entre ojos! -me dio a entender. Entonces, comencé a rezar otra vez el Padrenuestro. Otero sacó el álbum del Mundial y fue cuando se me ocurrió una idea: retar a Gardesable a un duelo de veintiuna.
Sonó la campana y mis amigos corrieron hasta mi puesto, conscientes de lo que iba a pasar al recreo. Gomas me dio una palmada en el hombro y me dijo: -Mi sentido pésame.
Todos los demás pasaron y me dieron la mano, como si no fuera a regresar con vida. Unos minutos después, cerca a la fila, vi a Gardesable con su grupo de secuaces, y le dije:
-Gardesable, antes de que me rompa la nariz, lo reto a una veintiuna. Si usted gana, le doy la plata de mis onces durante un mes. Pero si yo gano, nos deja en paz a mis amigos y a mí por el resto del año.
Toda la primaria y el grupo de profesores sabía que yo no jugaba fútbol y era negado para la veintiuna. Me estaba exponiendo a una muerte social, pero no me quedaba otra. Gardesable me miró con sobradez y se rió.
-Está bien, García –me dijo-. Será divertido comer con la plata de sus onces. Yo empiezo. El que haga más puntos gana, y, para que vea que no soy tan ventajoso, si hace veintiuna le encimo las tareas de Ciencias por este mes.
Don Pablo organizó las apuestas: si Gardesable ganaba, él le invitaba a todo el curso un sobre de estampas del álbum del Mundial; si yo ganaba, él repartía gratis las fichas más difíciles de conseguir.
Los niños de Primero a Quinto estaban rodeándonos. Las niñas, que nunca se metían en nuestros asuntos, también estaban ahí, mirando y secreteándose. Algunas me miraban con cara de lástima. Otras se burlaban de mí y miraban a Gardesable como a un héroe. Según ellas era un churro.
Yo estaba ahí, con mis amigos atrás, cruzando los dedos detrás de la espalda. Hasta el Paisa estaba preocupado y no coqueteaba con nadie. Imaginaba a Gomas alistando el hielo porque sabíamos que Gardesable no se iba a conformar con mis onces. Parra se tapaba los ojos para no mirar, mientras Nico y el Loco estaban serios, esperando. Otero, muy cerca, pegaba las láminas en el álbum, tranquilo, como si no pasara nada.
Mientras que yo, no sólo estaba a punto de perder mi mesada sino el poco amor propio que me quedaba. James no aparecía y todos estaban seguros de que Gardesable iba a ganar. Nada podía ir peor.
Uno de los amigos de Gardesable le pasó el balón y comenzó el reto:
-¡Una! ¡Dos! ¡Tres! -gritaban todos.
-¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! -el mundo me daba vueltas.
-¡Dieciséis! ¡Diecisiete! ¡Dieciocho!...
Yo estaba a punto de desmayarme. Me sudaban las manos, las orejas, el pelo, todo. De pronto, miré el álbum de Otero y me pareció que desde la portada Pelé me guiñaba un ojo. ¡James estaba aquí! Ahora todo iba a ser fácil. Iba a conseguir la veintiuna perfecta.
-¡Diecinueve!... -y a Gardesable se le cayó el balón al suelo-. ¡Frescos, muchachos! Pan comido -dijo muy confiado.
-Su turno, García -me dijo, y me lanzó el balón.
Yo cogí el balón y comencé:
-¡Una! ¡Dos! ¡Tres! -gritaban todos.
-¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! -increíble, llevaba seis y no se me había caído el balón.
-¡Siete! -cabecita.
-¡Ocho! -taquito.
Parra abrió los ojos y miró feliz. Nico y el Loco, serios. Gomas con el hielo en la bolsa, y el Paisa, sentado abrazándose a la niña de los ricitos de oro que le acariciaba la cabeza con ternura. Él era como el Agente 007: hasta en los momentos más peligrosos estaba acompañado de una niña bonita.
-¡Dieciocho! ¡Diecinueve!... -gritaban los chiquitos.
-¡Veinte!...”




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