MARVEL MORENO: UNA “ESCRITORA BIEN” SALTA A LA PALESTRA (ENTREGA DOS)
Por
Yury de J. Ferrer Franco
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Moreno, Marvel (1980). Algo tan feo en la vida de una señora bien. Bogotá: Pluma.
Publicado como volumen de cuentos en 1980 después de la aparición desperdigada en la prensa y revistas especializadas del país de algunos de sus relatos, este libro presenta el desarrollo de tres elementos recurrentes en la narrativa de la escritora, con énfasis en el primero de ellos: el cuestionamiento y juicio a la sociedad patriarcal y a la clase burguesa de la que la autora proviene; el análisis y rescate de la sensualidad y el erotismo femeninos en su pugna por emerger e imponerse y finalmente el develamiento de la bajeza de la condición humana.
Los cinco títulos que lo integran (“Oriane, tía Oriane”; “El muñeco”; “Ciruelas para Tomasa”; “La muerte de la acacia”; “La eterna virgen”; “La sala del Niño Jesús”; “Algo tan feo en la vida de una señora bien” –que presta su título a la colección completa– y “La noche feliz de madame Yvonne”), protagonizados todos por personajes femeninos, están dirigidos a reivindicar, en un medio adverso e injusto, la posición de la mujer, víctima de circunstancias que la colocaron en desventaja en una sociedad de tajante corte patriarcal. Los cuentos están narrados en tercera persona por una voz omnisciente y certera que estructura las tramas, constituyendo la única excepción del conjunto “Ciruelas para Tomasa”, en el que una polifonía de primeras personas, que al tiempo son protagonistas de los hechos reconstruidos, emerge como forma distinta de focalizar y de contar.
Se destaca por su extensión y tratamiento de la temática “La noche feliz de madame Yvonne”, relato catalogado por algunos como novela corta y preludio de En diciembre llegaban las brisas –segunda obra publicada por Marvel Moreno– en tanto perfila algunos de los personajes protagónicos de la novela.
Los cinco cuentos ponen en relieve los mecanismos que las mujeres-protagonistas asumen como forma de vida, como sostén de una existencia cuyo fin se reduce a sobrevivir en la adversidad de un medio dominado por hombres y pensado en función de éstos: así, la frustración y resistencia, una resistencia feroz, pero guiada por la mesura y el cálculo alimentados por el odio hacia un padre autoritario y cruel, se convierten en las protagonistas de “Oriane, tía Oriane”, el primero de los cuentos del libro. Aquí, el incesto aparece como un fantasma que vaga por los corredores y habitaciones de la vieja casa solariega, situada muy cerca del mar, ocupada por Oriane y Fidelia, la criada que lo ha presenciado todo, que todo lo sabe y por eso ve con recelo la visita de María, vivo retrato de su tía-abuela, quien llega a pasar vacaciones al lugar.
Si la frustración y el rencor marcaron la vida de tía Oriane, la amargura y el dolor son el lastre de la existencia de doña Julia, protagonista de “El muñeco”, quien dedicara su vida precaria y gris al cuidado de un niño enfermizo que se aferra de modo increíble a un juguete cuya pérdida le ocasiona la muerte. El misterio envuelve las continuas apariciones y desapariciones del muñeco, grotesco amasijo de trapo y relleno que por ironía se convierte en el único nexo del niño con la vida, una vida que se escapa del cuerpo débil cuando parecía que la esperanza se asomaba, cuando una niña del vecindario, María, había comenzado a llenar ese espacio que el juguete ocupaba hasta el momento.
También en “Ciruelas para Tomasa”, al igual que en el primero de los relatos, la figura omnipresente de un padre déspota e insensible define, no sólo el destino de su mujer e hija, sino el de su dama de compañía, la infortunada Tomasa, que había sido rescatada por la dueña de la hacienda en el mercado público cuando, puesta en venta, era ofrecida al mejor postor, siendo tan sólo una niña a quien le acababan de venir las primeras reglas. La muerte de su patrona (quien destinara a Tomasa, no al servicio doméstico sino a acompañar en toda circunstancia a su única hija, situándola en un lugar ambiguo, intermedio, que no la nivelaba con las criadas, pero tampoco la igualaba a las señoritas) ocasiona el retorno de Eduardo a la ciudad.
A nadie escapaban los orígenes oscuros de Tomasa a pesar de la blancura de su piel: provenía del pueblo y la suerte la había desviado momentáneamente del destino oprobioso, del envilecimiento de una puta, que fue en lo que intentó convertirla el patrón en cuanto Eduardo, después de haber sostenido relaciones con ella, se marchó prometiéndole que regresaría, sumiéndola en el desespero de sentirse abandonada, sucia, y haciéndole revelar su secreto, conocido solamente por la niña que los acompañaba. Después de la múltiple e inmisericorde violación, siguió el asilo de alienados: Tomasa fue confinada y condenada a la locura y no tuvo, a pesar de sus veinte años, la fortaleza suficiente para oponerse a su destino. La niña a quien había servido de compañía no la olvidó nunca, en cuanto pudo, en cuanto tuvo la edad que se lo permitía, la visitó en el manicomio y le contó cuál había sido la suerte de su verdugo, un destello iluminó la mirada perdida, pero nada podía ya restituirle su vida.
Las voces narrativas hacen que en “Ciruelas para Tomasa”, el lector salte del presente al pasado, sin aviso previo, debiendo identificar quién es el focalizador en un momento dado a partir del tono que se emplea y la situación espacio-temporal de los hechos narrados. Este modo de presentar la historia hace que el cuento se destaque entre el conjunto que conforma “Algo tan feo en la vida de una señora bien”, donde predomina la voz de un narrador omnisciente que recrea en tercera persona el universo literario que Marvel Moreno inaugura en este libro.
La venganza, ejercida por una niña de tan sólo diez años en el cuento anterior, es también el móvil que conduce a doña Genoveva Insignares a matar a su marido, Federico Caicedo en “La muerte de la acacia”, el tercero de los cuentos del volumen. Los hechos que rodean este crimen no se ponen nunca abiertamente al descubierto, ya que su autora cuenta con la solidaridad y complicidad de toda la ciudad, que intuye lo sucedido el día que un rayo fulmina la acacia en el patio de su residencia y todo un misterioso operativo se pone en marcha para desenterrar las raíces y deshacerse de los restos del árbol, que después sería reemplazado por uno parecido.
Por su parte, a Margot, “La eterna virgen”, secretaria en la empresa de aluminios del señor Gómez, importante hombre de industria de Barranquilla, el amor vivido en la soledad de su fantasía la conduce a imaginar un episodio erótico en el que ella se revela ante él como una verdadera mujer que, en principio se resiste a sus pretensiones sexuales, pero termina al final accediendo apasionada a las urgencias de su jefe y a las exigencias de su propio cuerpo, todavía virgen.
Una narradora burlesca e incluso mal intencionada, pícara, nos hace creer en un comienzo que la secretaria, requerida por el señor Gómez para asuntos de trabajo en un viaje a la cercana ciudad de Santa Marta, es pretendida y asediada por él y en el fondo correspondido por ella, ansiosa de mostrarse ante su jefe como una mujer atractiva y sensual. La fantasía de Margot, que termina en sus sueños perdiendo la virginidad a manos del señor Gómez, no pasa de ser una ilusión que la frustrada y eficiente secretaria abriga en lo más íntimo de su ser, pero no se atreverá jamás a manifestar.
Tampoco la hermana Elisa, encargada de “La sala del niño Jesús” en el hospital infantil de Barranquilla, había podido ni podría superar la frustración, la impotencia ante la muerte de los niños a su cargo en la unidad de hidratación. Un incidente revestido por la superiora de una exagerada gravedad: el robo de una prenda íntima por parte de la novicia a la que la hermana Elisa entrenaba para dejar en su reemplazo -a quien salva durante el interrogatorio al que fuera sometida- conduce a la monja a una serie de reflexiones que la narradora de este cuento entreteje en forma de descarnada denuncia social.
Muriendo de una manera lenta, dolorosa, solitaria, agenciando la propia destrucción, escuchando a lo lejos el ruido de los tambores del Carnaval de Barranquilla confundido con el murmullo del acondicionador de aire de su estudio, en la inmensa casa que para ella es prisión y tumba, encontramos a Laura de Urueta, la desdichada protagonista de “Algo tan feo en la vida de una señora bien”, relato que presta su título a todo el volumen de cuentos. Proveniente de una estirpe de abolengos venida a menos a causa de la ruina económica, Laura vive una juventud de ambivalencias y fachada: al tiempo que frecuenta los sitios que están todavía abiertos para ella merced a los apellidos que ostenta, indiscutible carta de presentación de su familia ante la burguesía local, conoce las limitaciones que el no tener dinero ocasionan, manifiestas en la estrechez de la vida que lleva y la ausencia de lujos, seguridad y comodidades añorados, sobre todo por su madre, quien durante mucho tiempo disfrutó de la opulencia y beneficios de una vida mundana que terminó cuando el marido falleció dejándolas sin respaldo ni herencia.
Este es un cuento más implacable e irónico que cualquiera de los que conforman el volumen y también más hiriente: a través de él, la autora sacude con especial violencia a las mujeres de su medio, en las que ya no se reconoce, con quienes tal vez nunca se identificó a pesar de haber sido partícipe de su mismo juego. Aquellas Lauras de Urueta permanecen estáticas como plantas reproductoras de una vida idéntica e infructuosa, ornamental; son seres que a pesar de vivir no existen porque no han tenido la suerte o el valor para intentar trasgredir su destino, trazado por otros, prefiriendo muchas veces renunciar a la lucidez y a la vida antes que enfrentar la realidad, tal como lo hace la protagonista del relato, "deshonrada" en su juventud y empujada por su propia madre a un matrimonio "conveniente", que la hace desgraciada porque, al final es relegada por su esposo y por Lilian, su único nexo con la vida -su hija única y su última esperanza, también perdida- al lugar de un mueble más, de un ente embrutecido por los somníferos, mientras los fantasmas del pasado martirizan un presente sin perspectivas
Si la ironía y la dureza con la que Marvel Moreno narra la anterior historia, hacen de ella una de las mejor logradas de este volumen de cuentos, en “La noche feliz de madame Yvonne” se muestra reveladora, madura y, al cerrar el libro, abre e instala definitivamente su universo narrativo, cuyo primer panorama está ya trazado en este texto a través del artificio que configura la carnavalesca puesta en escena de Yvonne, personaje bizarro, dotado de poderes paranormales que, en primera instancia, suponen una mascarada, un modus vivendi no muy honesto de la francesa, para al final manifestarse existentes, reales: fruto de una práctica constante, de unas influencias y unas capacidades misteriosas e inexplicables pero, más que nada, del conocimiento profundo del ser humano, en especial de aquellas personas agobiadas por la realidad de sus vidas cotidianas, que buscan en lo esotérico, lo fantástico, lo sobrenatural o lo sencillamente alienante, las soluciones a los conflictos que no son capaces de resolver por sus propios medios.
La noche feliz de madame Yvonne deja en claro la capacidad narrativa de Marvel Moreno, quien rompe definitivamente con la tradición y los principios morales que la marcaron durante su infancia y juventud, al desdoblarse y observarse a sí misma y a su medio, desde afuera, utilizando el carnaval (festejo al que alude constantemente en sus escritos, que propicia y justifica la presencia de la bruja de Siape -barrio de la periferia- en El Patio Andaluz, un lugar que en otras circunstancias le estaría vedado) para mostrar sin máscaras a sus disfrazados personajes.
Marvel Moreno murió en París el 12 de junio de 1995. Sólo hasta el año 2001, Editorial Norma reeditó en Colombia, bajo el título de Cuentos completos, una compilación de sus relatos, cuya escasa circulación mantenían en el letargo una narrativa poderosa que, para muchos ojos, aún está por descubrir.
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